Q
ue Bécquer, Gustavo
Adolfo, era un
extraordinario poeta lo
saben hasta las
golondrinas; que era un
inpenitente enamorado de Sevilla
probablemente lo recojan algunos
manuales de la Junta de Andalucía; que
era un entrometido cronista de los
chismes aristocráticos nos lo ha
contado nuestra mágica Marisol Donis
en
Periodismo de confiteria
, su
excelente aportación a la colección
Pharma-Ki; pero que, además de un
enfermizo romántico, iba a ser un
visionario del porvenir y un profeta
mejor que Nostradamus, eso no figura
en ninguna enciclopedia clásica y
mucho menos virtual. Nadie lo habría podido
imaginar.
Los aficionados deportivos podrían enzarzarse en
otro tipo de discusiones ¿Hubiera sido del Betis o del
Sevilla? Mucho me temo que no le hubiera gustado
demasiado semejante desgaste en ejercicios tan
intensos. Bécquer era de una pasta emocional, mucho
más cercano a una buena faena de Talavante en la
Maestranza que a una estirada imposible de Sergio
Rico en el Sanchez Pizjuan o una desenfrenada
carrera de Joaquin por la banda del Benito Villamarin.
Y el caso es que Bécquer vivió solo treinta y cuatro
años, que tuvo una vida muy complicada y que las
mujeres y amoríos que se le atribuyen no dejan de
ser una fascinación añadida porque no se le conocen
con total certeza las damas a las que dedicó sus
mejores estrofas.
Bécquer, ya en sus últimos días de su madrileña y
tuberculosa agonía en diciembre de 1870, le dijo
expresamente a su amigo el poeta Ferrán:
Si es
posible, publicad mis versos.Tengo el presentimiento de
que muerto seré más y mejor conocido que vivo
.
Como se ve, acierto pleno en el anuncio. No era muy
difícil acertar porque en España, ya se sabe: ¡Qué
bueno eres en cuanto te mueres! Antes, no tanto.
Pero la predicción más espectacular de
Gustavo Adolfo estaba por llegar y
escondida de un modo algo subliminal en
una de sus
Leyendas
. Solo ahora en el
año 2017, y vistos los acontecimientos
habidos en torno al órgano del convento
de Santa Ines en la capital andaluza,
adquieren todo su esplendor la fuerza y
el arte del viejo
Maese Pérez el organista
.
Pero vayamos por partes para dejar
claros los hechos.
La historia que cuenta Bécquer sobre
el órgano y su intérprete es sencilla y
original. Lo hace con un ritmo
periodístico que para sí quisieran
muchos de los plumillas que juntan
letras en la actualidad y mantiene la tensión y el
suspense de la crónica con una agilidad envidiable.
Un viejo ciego y pobre, al que solo parece querer su
hija, se afana en custodiar y conservar el viejo
órgano del convento de las Clarisas en Sevilla para
ofrecer cada año un concierto en Navidad. El viejo
sufre muchos achaques, pero el órgano llega en un
espléndido estado de revista al día señalado para la
celebración. Solo el anciano maese parece entender
las teclas y los sonidos que se esparcen desde los
tubulares del instrumento. El concierto es siempre
un éxito, aunque el organista no vea y sufra tanto
que llega a morir
a pie de obra
, justo al culminar su
última aparición en público.
Al año siguiente, la sensación de vacío es absoluta.
Nadie podrá entender el órgano y sacar todo el
partido a sus secretas notas como lo hacía el maese
Pérez, pero aparece un aspirante envidioso y
degenerado que jamás respetó la bondad del maestro
y el concierto suena como si lo tocaran los mismos
ángeles. El nuevo concertista, sin embargo, se retira
demudado y nervioso de la iglesia sin recibir las
razonables felicitaciones.
Aquí dejo la historia porque Bécquer no perdonaria a los
lectores de
Pliegos
, ni a mí mismo, que reventara el
precioso final de este acontecimiento navideño.
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José Vélez García-Nieto
●
Pliegos de Rebotica
´2017
●
SOLES DE MEDIANOCHE
Gustavo Adolfo Bécquer
Vuelva usted
mañana...
O mejor, tampoco