Déjame que te hable,
en esta hora de dolor, con
alegres palabras
Claudio Rodríguez (1939-1999)
Aurora Guerra
L
L
os “genéticamente alegres” buscamos la
felicidad de forma activa. Es algo así como
una vocación, como un sacerdocio que
nos obliga indefectiblemente al
razonamiento final de que las cosas
siempre pueden mejorar y de que la vida, pese a
todo lo que intente ensombrecerla, es
hermosísima.
Eso no quiere decir que en nuestro devenir
cotidiano, como en el de todos los humanos, no
basculen las estrellas y los tsunamis, las caricias y
las bofetadas con el mismo ritmo cadencioso de
las mareas. La diferencia estriba en que al final de
cada episodio aparece una sonrisa.Y eso no les
pasa a todos.
Pero este año, la indolencia del verano me ha
llenado inesperadamente de melancolía.Y no me
ha disgustado del todo. Entonces he recordado a
Gustave Flaubert
-“para ser crónicamente feliz, uno
deber ser también absolutamente idiota”
- y me ha
dado por reflexionar si realmente, estar triste,
tiene alguna ventaja.
La tristeza, la alegría, la ira, el miedo, el asco, y el
amor son las seis emociones universales que
construyen la arquitectura de cada mente. Suelen
clasificarse en positivas y
negativas en función de
los efectos que
producen. Sin embargo,
otra ciencia más
favorable afirma que
la única emoción
dañina es la que
no se expresa,
repercutiendo esa
inhibición de
forma deletérea
en algún órgano.
Desde esta óptica puede ser
que mi tristeza de hoy me lleve,
por ejemplo, a una introspección
insospechadamente curativa.
Pero también es cierto que esta languidez del alma
me llena a cada instante de un turbulento
desasosiego. Es muy posible que si se estudiase mi
cerebro mediante una tomografía por emisión de
positrones (
Positron Emission Tomography
, PET), la
activación de mis estructuras paralímbicas
anteriores, tal como enuncia la moderna
investigación neuroanatómica, sería llamativa.
¿Sufrió esa activación Pablo Neruda mientras
desgranaba palabras de ausencia y desamor? ¿Y
Franz Schubert mientras enlazaba las nostálgicas
notas de su cuarteto “La muerte y la doncella”?
¿O Francisco de Goya al llevar de su mano los
desconsolados pinceles usados en la Quinta del
Sordo? Y finalmente, ¿podría yo, desde esta
activación crear algo tan profundamente triste, tan
tremendamente sublime?
No es probable. Seguramente mi astenia estacional
no es lo bastante intensa, ni lo suficientemente
afligida, ni lo necesariamente dolorosa. Ni yo, una
gran artista.
Así pues, como he llegado a la conclusión de que
la tristeza tiene sus ventajas -pero no todas-, y
como sé que en mi caso esta pesadumbre será
una visitante pasajera, la voy a recibir…
¡con alegría!
Indudablemente, no tengo remedio.
¿No creen?
Pues eso.
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Tristeza… o
alegría
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Pliegos de Rebotica
2017
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