Revista Farmacéuticos - Nº 128 - Enero-Marzo 2017 - page 6

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Pliegos de Rebotica
´2017
Remigio se le ocurren según qué disparates, me
siento, tan… tan… ¿Cuál es el femenino de
impotente?
—Inocente. Escúchame bien, que ser viuda equivale
a haber vivido dos vidas, o hasta tres: ¿le has
registrado los cajones y los bolsillos?
—¿Cuáles?
—Todos. Es lo primero que hay que hacer cuando a
un marido le da el siroco sin motivo. Protocolo de
emergencia.
Pilar no encontró elementos sospechosos después
de poner patas arriba el armario ropero de su marido
y todos y cada uno de los muebles cajoneros.Así que,
sin olvidar que Remigio había nacido en un pueblo de
Guadalajara y no en Shangai, a los pocos días empezó
a sentirse encantada con la incomunicación oral que
se estableció en la pareja. Su marido pasaba los ratos
contándole milongas mediante sonidos armónicos,
guturales, sin provocarle ansiedades ni irritaciones ni
nada por el estilo. Con tanta paz entrando por los
oídos era más que comprensible —reflexionaba Pilar
colgada en la inopia mientras le decía a todo que sí
con la cabeza— la célebre longevidad de las razas
orientales.A eso del mediodía ella le preguntaba qué
le apetecía para comer, y por toda respuesta él le
soltaba un rollo ininteligible en ese idioma de
consonantes tan pacíficas, de sílabas tan entonadas,
musicales.
—¿Con que una ensaladita fresca y algo de pescado
a la plancha? ¡Genial, lo mismo que estaba pensando
yo! ¡Marchando! —le respondía, pizpireta, rumbo a
la cocina.
Aunque podía considerárseles una pareja bien
avenida, no se libraban de discutir en alguna ocasión.
Lo normal. Ella solía quedarse con el reconcomio de
cantarle las cuarenta sobre lo intolerante y pelma
que era cuando se ponía burro o, de cruzársele el
nervio, permitirse el desahogo de mandarlo
directamente a tomar por saco. Pero desde que le
hablaba en chino sus palabras, acompañadas de suaves
movimientos de brazos, igual que en el
tai ji chuan
,
nunca le agraviaban, puesto que no entendía una papa
y encima sonaban a dulces requiebros románticos
que le hacían entornar los ojos.
Imposible enfadarse.
—¿Qué camisa
vas a ponerte
mañana,
Remigio? Te la
plancharé.
Y
Remigio le soltaba un seductor galimatías verbal.
Entonces Pilar metía la mano en el armario y
cogía la primera camisa que pillaba. Sin importar
cuál fuera la elegida, escuchaba invariablemente la
exclamación de complacencia de su marido al ver
poco después la prenda extendida y lista sobre la
cama. Un aspaviento espontáneo que a ella le
compensaba en parte la angustia de hacer cada
mes malabarismos con la pensión.
Sus relaciones sexuales tomaron una deriva
inexplorada. Los susurros de su marido adquirieron
para Pilar un componente de reclamo montaraz.A
pesar de que ya no tenía edad para locuras sin red,
ahora las entrañas de ella se revolvían de gozo en el
lecho conyugal con aquella sucesión de expresiones
enlazadas a media voz.Antes de llegar el momento
ya había puesto a cocer la imaginación fantaseando
con interminables asaltos haciendo el amor con
Remigio —nada de chabacanerías, él siempre decía
«vamos a hacer el amor»— en casas suspendidas
por pilotes sobre un lago de aguas quietas, con
farolillos de papel, aleros y barandas de madera
torneada. Carnalidad y exotismo, qué bien.
Estimulado por su mujer, también él se atrevió a
adoptar en ese aspecto maniobras novedosas que
arrojaban todavía más gasolina al fuego. La suya se
había convertido en una relación perfecta, casi
inédita en una pareja que llevaba junta desde la
adolescencia. Estaban de acuerdo en todo, ya que la
mejor garantía de los acuerdos era la ausencia de
un solo vocablo común entre sus idiomas.
Una noche, tras un encuentro lleno de
frenesíes eróticos, se quedaron dormidos como
sapos. Agotados. Remigio se levantó de madrugada
acuciado por la próstata. Al regresar cayó en un
duermevela inquieto, trufado de jadeos y frases
entrecortadas. Estaba su mujer esperándolo en la
cocina para desayunar cuando él apareció en
pijama con gesto derrotado. Le habló en español
por primera vez en mucho tiempo.
—Han vendido el tresillo. A otro. ¡Esto me pasa por
apretar al chino más de la cuenta con el precio!
Ese mismo día se dio de baja en la escuela de
idiomas para disgusto del
maestro Fèi Lán, que
había encontrado en
Remigio un alumno ilustre
y entregado.Volvió a los
sudokus
y a las películas
en blanco y negro. Confusa, Pilar telefoneó a
Loreto para que le aconsejara sobre
cómo reconducir una situación de
ensueño que se
había ido al
garete. Ni
descolgó el
móvil, andaba
muy ocupada en
Messenger
, de
cháchara con su
último novio
virtual.
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