Revista Pliegos de Rebotica - Nº 123 - Octubre/Diciembre 2015 - page 7

L
JORGE DE ARCO
L
as manos de Humberto Selices eran una
hilera de recuerdos. Cada señal, cada
antigua herida, sostenía una nostalgia
distinta: una huella de guerra, una espina
indeleble de buganvilla, una mordedura
de serpiente... Cientos de veces, se sentaba en la
amplia mecedora del jardín y me dejaba ganar
por su lengua mordaz y divertida, por aquel
milagro de hombre de eternos tirantes y ojos
solidarios.
Llegó un día de otoño, con el cielo plagado de
nubes impares y esa brisa blanquecina que tan
sólo octubre lleva consigo. Los ladridos de Nora
me acercaron hasta la puerta y allí lo encontré,
por vez primera, con la
cara metida entre las rejas
de la cancela, intentando
despuntar un silbido
imposible. Tenía la boca
llena de un dulce de nata y
fresas, a su espalda una
mochila de cuero y un
puñado de esperanza en
sus bolsillos. Alguien le
había hablado de que los
Conti necesitaban una
persona para los asuntos
domésticos -para los de
dentro y los de fuera-,
desde el cuidado del jardín
hasta los largos paseos al
supermercado más
próximo. A la salida de la
iglesia se lo oyó decir a
nuestra vecina, que andaba
-para no variar-
comentando sobre lo
ajeno.Y Humberto Selices
preguntó tantas veces
como fue preciso hasta dar
con la Cuesta de los Jazmines, donde Nora, Flo y
yo vivíamos.
Desde el principio me turbó su añoranza. Su
rostro tenía un enmascarado sabor a duelo, a una
tristeza que no terminaba de comprender y que
siempre creí semejante a la inquietud que
provoca el preguntarse por el exacto instante de
la muerte. Sin haber traspasado aún el umbral,
comenzó a relatarme las mil y una maneras que
conocía para que las margaritas tuvieran los
pétalos del mismo color blanco que la luna, cómo
se debía de hablar al hibisco para que no se
cerrara al atardecer, por qué la albahaca era el
toque inevitable que debía llevar la sopa de
tomate...
Pocos minutos después,
conversábamos bajo las
sombras y los pinos, y
compartíamos frente a
frente un vaso de
pernod
.
Acababa de regresar del
norte de Francia, en donde
había pasado los últimos
meses, ayudando a su
único hermano a
reconstruir la vida sin
Janet, su mujer de tantos
años. Janet se había
esfumado con un
comerciante de vinos
venido de Egipto. Una
noche, como tantas otras
del almanaque de nuestra
rutina, su hermano Simón
llegó a casa rezando por
encontrar un plato de
comida caliente y apenas si
encontró un pedazo de
papel amarillo donde Janet
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7
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ARCOPHARMA
Primer Premio
Prosa
R
etrato y nostalgia
de un hombre
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