Revista Farmacéuticos - Nº 115 - Octubre-Diciembre 2014 - page 6

han dado fruto. Posiblemente, cuando sea dada de
alta será llevada a un institución pública o a un
hogar provisional que la tendrá en acogida
mientras se arregla su situación en el país.
Una niña más, desarraigada, sola, extraña entre los
extraños. Soy su médico y curo su cuerpo. Pero se
que su alma se me escapa de las manos.
Yasmín se sienta a veces con la frente apoyada en el
cristal de la ventana, y mira pasar bloques de cielo,
hasta que en sus ojos, ciegos de luz, renacen las
abrasadoras arenas del desierto donde nació.
Entonces, solo entonces, solo por un instante, florece
su piel oscura, y sueña.
Cada mañana, cuando me asomo a esa ventana hacia
dentro de la vida que es el hospital, cuando discurro
entre ese olor a orines e inocencia de los niños,
deseo intensamente que esa "vida-muerte" silenciosa
y amarga de Yasmín, haga crisis, y como la fiebre
maligna, se quiebre, se conmueva, se derrumbe.
Cada noche, cuando la oscuridad conspira con el
sueño, cuando el mundo queda reducido a la
pantalla de mi ordenador, cuando intento vanamente
no llegar a ese gemido último de dolor inconsciente,
que sobrevive a mi pesar en mi alma de médico de
niños, adivino sus manos de pez y de piedra
esperando. O lo que es peor, sin esperar nada.
❀❀❀❀❀❀❀❀
Hoy ha ingresado en la planta de pediatría del
hospital un nuevo paciente. Beto, (se
llama Alberto, pero no alcanza a
decir más) lleva doce años en el
mundo, pero su tiempo ha
transcurrido mucho
más lentamente
para el, que para
el resto de los
humanos. Es un
niño alto y gordo.
Un bozo incipiente se
asoma en su sorprendido
labio superior y tiene las
piernas llenas de vello. Sus
manos grandes, torpes para lo sencillo y
hábiles para lo inesperado, su voz a veces atiplada a
veces ronca, su balbuceo apenas comprensible de
sílabas inéditas, y la baba que cuando esta nervioso
se escapa persistentemente por las comisuras de su
boca, aleja a los otros niños. Beto se refugia
entonces, como un bebe gigantesco, en los brazos
de su madre que apenas puede abarcarle.
-Mi niño, corazón, mi terrón de azúcar, ¿que te pasa?
Beto, ceñudo, señala el grupo de tiernos egoístas que
juegan lejos de él, y esconde la cara bajo la axila
caliente y conocida que huele bien, que huele dulce,
que huele a besos, y se duerme.
❀❀❀❀❀❀❀❀
Hace días que Yasmín apenas se acerca a soñar a la
ventana. Ahora se sienta en el quicio de su puerta,
justo en el ángulo desde donde puede ver a Beto y a
su madre. En sus ojos profundos se recrea una y cien
veces la rutina hospitalaria del enfermito: la comida,
el paseo por el pasillo cogido de la mano de su madre,
la puerta que se cierra cuando la enfermera le va a
curar, la siesta acurrucado –¡tan grande y tan
pequeño!– entre las sábanas de letras azules, las
palabras vestidas de ternura y de paciencia a la hora
de apagar la luz y comenzar ese viaje quieto a
ninguna parte, de mecedora...
-Beto, mi niño, ni terroncito de azúcar, a dormir...
Ea, ea, ea...
Las miradas de Yasmín y Beto se han cruzado ya
muchas veces. Beto entonces la sonríe babeante y
agita sus brazos en clara indicación de que se
acerque. Pero Yasmín, –ajena, ciega, sorda, muda–
nunca ha respondido al expresivo y húmedo
requerimiento.
Pero hoy es diferente. La madre de Beto, por primera
vez en muchos días –tal vez en toda la vida– no esta
con el. La soledad es una mala compañera, y Beto,
perdido el paraíso, llora primero con desesperación,
luego con fuerza, apenas hipando después, cansado
como un polluelo hambriento, pero no resignado,
ante la desacostumbrada ausencia. Ni las palabras de
Susana la enfermera más cariñosa de la planta, ni el
paseo complaciente en la silla de ruedas que el niño
no necesita, ni las amenazas con "la inyección sino
eres bueno" han llevado una gota de consuelo al
destronado rey.
Los ojos congestionados, desolados y turbios de
Beto han llegado a los ojos de estatua de Yasmin, a
la penumbra del frío mundo de su mirada, al agua
oscura y limpia de su niñez desahuciada.
Y entonces, solo entonces, Yasmín se ha acercado
lentamente, como lo haría un cazador experto ante una
presa a la que no quiere asustar, hasta el borde de su
cama. Y de pronto, en un mundo detenido
prodigiosamente, las manos fascinadas y fascinantes
de la niña han cobrado vida, han avanzado hacia la
cara adolescente de Beto, y le han acariciado con un
ademán maternal y
compasivo, una vez, y otra,
y otra, y otra, y otra...
Beto poco a poco ha
dejado su llanto turbador,
su tristeza indecible, su
dolor inmerecido. Ha
mirado a los ojos a
Yasmín en un instante
eterno, y ambos,
quebrada por fin la
soledad, ambos, repito,
han sonreído.
P
de Rebotica
LIEGOS
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