Pliegos de Rebotica - Nº 114 - julio/septiembre 2013 - page 8

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P
de Rebotica
LIEGOS
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oneque era el nombre de guerra de
Miguel Lugones Castro, sujeto
que se ganaba los garbanzos
banderilleando a las órdenes de
distintos maestros de más o menos
nombradía. Era muy serio en su
trabajo. Se cuadraba en la cara del
toro, arrancándose hacia él por
derecho con arrogancia, izaba los
brazos, los reunía y prendía muy
juntitos los garapullos en lo alto
del morrillo y completamente
“asomado al balcón”, al decir de
los revisteros. Solía salir de la
suerte al paso y sin descomponer
la figura. Pero sabía hacer otras
cosas este hombre de plata, al que
no dudamos considerarlo un
personaje. En opinión de todos los que
trataban con él, era un formidable contador
de historias, hechos y chascarrillos. Cualquier
relato salido de sus labios, era fruto de su
exuberante imaginación y todos sus colegas
deseaban, cuando estaban cerca de él, que el
buen Doneque deleitara sus oídos con lo que
en su jerga denominaban “sucedidos
antañones”. El día a día de los
toreros, durante la temporada, les
exige estar desplazándose continuamente
y Miguel Lugones siempre tenía
embelesados a los otros miembros de su
cuadrilla contándoles hechos portentosos de
cualquier naturaleza. Su auditorio se mostraba
tan incansable escuchándole como él
refiriéndole nuevas narraciones. La elocuencia
de Doneque no mostraba altibajos y de su
boca fluían admirables piezas lo mismo a
bordo de un desvencijado vehículo como en la
sala de espera de la estación de ferrocarril
más desolada o en el peor figón. Antes de dar
gusto a su peticionario, Miguel le preguntaba
si en el relato debía aparecer su autor o no. En
el primer caso el cuento era de “sacristía” y
en el segundo de “relojería”. A ambas
denominaciones cabría llamarlas de origen.
Miguel Lugones Castro había sido monaguillo
unos cuantos años y pisaba muy fuerte en
cualquier rincón de la iglesia y amenizaba a
sus acompañantes en el atrio en el buen
tiempo y en la sacristía en el malo. En solar
sagrado, lo mismo su imaginación que sus
ansias de protagonismo le impedían alejarse
del epicentro de los hechos relatados. El
padrino de Miguel, de nombre Miguel Ángel,
era relojero de oficio y su ahijado se
desplazaba en cuanto podía a su taller a verles
las tripas a los relojes y a su vez a escuchar la
tertulia que se entablaba los miércoles al caer
la tarde. Esas veladas fueron adquiriendo cada
vez un carácter más literario hasta que
terminaron por convertirse en un palenque
en el que los participantes competían en
noble lid por declamar la mejor relación
de hechos posible. Miguel era el único
niño presente y solo podía aspirar como
premios
AEFLA
2012
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Ignacio Antonio Jasa Sánchez
(Rubén Sánchez Arasco)
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