FARMACÉUTICOS N.º 432 -
Diciembre
2017
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ARTÍCULO CON FIRMA
L
ejos de los páramos, el horizonte se mostraba ondulante.
Verdes lomas se sucedían imitando a las olas del mar. Bre-
zos y aulagas perfumaban el ambiente primaveral. Manza-
nos y sauces señoreaban en los prados. Entre sus ramas, a
veces se vislumbra un pequeño riachuelo donde los lugare-
ños van a pescar truchas y los niños se entretienen viendo las car-
pas saltar. Un entorno idílico. El paisaje que vivieron y describie-
ron los grandes autores ingleses del siglo XIX: Jane Austen, las
hermanas Brontë, Thomas Hardy,
Elizabeth Gaskell, George Eliot
o Anthony Trollope. En verano,
la campiña se viste de trigo y se
adorna con flores de lúpulo y ama-
polas. Las pintorescas aldeas se
unen por solitarios caminos. Aquí
y allá se vislumbran casas de cam-
po, abadías y mansiones de piedra
con balcones y torretas. En verde
tapizadas, sus grietas y hendidu-
ras: verde sobre verde nacido de la
bruma, que se enreda en la piedra,
igual que la hiedra. Otoños de llu-
via tras los visillos de encaje, que
velan las ventanas de los peque-
ños
cottages
. La neblina envuelve
el campanario de la antigua iglesia que a la entrada del pueblo se
alza. La hojarasca crepita bajo las pisadas del tiro de caballos. Un
par de damiselas se apean del pequeño landó. En la calle principal
de aquella pequeña villa, entre una diminuta floristería y un coque-
to salón de té, se encuentra la farmacia. Una placa dorada procla-
ma su origen victoriano. Tras los cristales, grandes frascos de cris-
tal conteniendo cordiales y elixires lanzan destellos de color. En
el interior un polvillo enrarece el aire en el que viajan efluvios de
éter y aromas de las decocciones de las plantas medicinales. Men-
ta, melisa, hierbaluisa, caléndula, valeriana, acanto y manzanilla
reposan, una vez desecadas, en los cajoncillos que, previamente
etiquetados, se ubican tras el largo mostrador de caoba repujada.
Es una botica decimonónica. Posee un laboratorio adjunto donde
se confeccionan las especialidades farmacéuticas. Entre almireces
y cuencos de cobre, botellas, cucharas y palas, el boticario hace y
rehace píldoras. Clasifica semillas, hojas y bayas. Identifica olores
y aromas. Y para todo ello se vale de la
British Pharmacopoeia
.
El farmacéutico de la era victoriana tenía igual que ahora muchí-
sima responsabilidad. Hay que tener en cuenta que muchas de las
sustancias utilizadas en la elaboración de las fórmulas magistra-
les tenían componentes muy tóxicos como el arsénico, el antimo-
nio o los opiáceos en cantidades inadecuadas. Se comenta que la
botica real distribuía el opio a los cortesanos y que incluso la rei-
na Victoria la consumía en goma de mascar con cocaína. Tam-
bién era costumbre en la corte inglesa beber una copita de jerez.
Sigamos pues su fino aroma y llegaremos al lugar que enamoró a
los comerciantes y a los viajeros ingleses de la época. Allí amari-
llean las sinuosas lomas donde se asientan los caseríos. La campi-
ña andaluza. Tierra que palpita con el ardor de los pueblos que la
moraron y la amaron. Campos de luz y sol trabajados por gentes
que viven la alegría aun en tiempos adversos. Cantada por los poe-
tas: Lorca,Alberti, Cernuda, los hermanos Machado, Juan Ramón
Jiménez... Paisajes soñados de tardes luminosas. El paso cansino
de Platero recorre los caminos que de siempre hicieron los arrie-
ros. A lo lejos, las montañas y los blancos pueblos en ellas encara-
mados. ¡Ay, los campos de España! Llenos de soledades. Horizon-
tes descarnados. Valles floridos. Entre praderas y viñas, montes y
ríos, pequeñas aldeas ven la vida pasar. Aisladas. Entornos rurales
por siglos olvidados. Estos suponen un 84,3% del territorio nacio-
nal. Aproximadamente el 60% de los municipios españoles tiene
menos de 1.000 habitantes.
En la pequeña Plaza Mayor, entre el ayuntamiento y el bar, la
cruz verde sobre el dintel anuncia la presencia de una cuidada
botica. Única en la zona, lucha por subsistir. Andrés regresa del
campo con sus ovejas. Le gusta
pasar por delante de la farmacia.
Su perro se para en la puerta y él
entra a saludar. A Andrés le gus-
ta que le pregunten cómo le va su
tratamiento. Está polimedicado y
si no fuera por la farmacéutica no
sabría como tomarse tantas pasti-
llas. Le está muy agradecido, ella
fue quien le preparó el sistema de
dosificación personalizado. Todos
la quierenmucho. Está muy impli-
cada en la vida cotidiana de los
vecinos, que son pocos y la mayo-
ría de mucha edad, que suelen
vivir solos.A veces va a las casas a
dejar los medicamentos para faci-
litarles la vida. Es por vocación asistencial, aunque esto signifique
una labor extra. El farmacéutico suele ser el único profesional de
salud que hay en el pueblo. Atrás quedó el modelo de vida rural
donde el médico, el notario, el farmacéutico y el cura se reunían
en el bar para jugar al dominó. El campo español muere lentamen-
te debido al cambio climático, la sequía y la despoblación. Las far-
macias del entorno rural también peligran. Pero no olvidemos que
estas farmacias son un bien imprescindible. En ellas se asienta el
modelo español. En 2010 nació la Sociedad Española de Farma-
cia Rural (SEFAR), integrada fundamentalmente por farmacéuti-
cos que ejercen su actividad en el ámbito rural. Entre las funciones
de esta sociedad científico-profesional está la de la promoción de
la atención farmacéutica en el medio rural, la defensa de una jus-
ta remuneración, así como el acceso a la formación mediante pro-
gramas específicos: salud, género y comunidad rural. Su presiden-
te, Francisco Javier Guerrero, es el farmacéutico del Madroño, un
pueblo sevillano que no llega a los 300 habitantes. Él conoce per-
fectamente las dificultades por las que atraviesan las farmacias
rurales y teme que, si no se les ayuda seriamente, tarde o tempra-
no desaparecerán.
¡Qué tristeza! Si el boticario, la sonrisa en la cara, el consejo
en los labios, se marchara, ¿a quién preguntar una dolencia, una
enfermedad, una duda, una desazón, una preocupación? Encon-
trar una cura, una solución. Compartir una alegría, una tristeza,
o buscar un rato de compañía. ¿Adónde irán los habitantes de
estas pequeñas poblaciones en su mayoría envejecidas y sin ape-
nas medios de transporte, si el farmacéutico, amigo y consejero de
los parroquianos abandona?
No dejemos que queden yermas las campiñas. Desolados los
páramos. Vacíos los horizontes. Llenemos de luz y vida los cam-
pos. Compartamos el ensueño de escritores y poetas. Y que en
cualquier rincón encontremos una mano experta y amiga que te
ayude a curar tus heridas.
María del Mar Sánchez Cobos
Farmacéutica
Una farmacia en la campiña