FARMACÉUTICOS N.º 395 -
Mayo
2014
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ARTÍCULO CON FIRMA
U
n mar de blancos copos inunda el campo bajo el
ardiente sol. El tórrido viento trae prendido un rítmi-
co son; en la lejanía se oye una vieja voz, una anti-
gua canción de cuna que arrulla al pequeño esclavo,
mientras sus padres trabajan de sol a sol: “Duerme, duer-
me negrito, que tu mama está en el campo, negrito”. Entre
los algodonales, meciendo su fino tallo, como un vals olvi-
dado, crece una amapola que “puntillea” de color los albos
campos. Frágil y bella, como la libertad que aquella ancia-
na esclava perdió al salir de su África natal.
La vida en las plantaciones del sur de EE. UU. no fue
fácil; se requerían hombres, mujeres y niños para recoger
el algodón, cultivo que se hizo
predominante después de 1800,
lo que lo convirtió en la fibra de la
esclavitud. Numerosas películas
han recreado la época: desde Lo
que el viento se llevó hasta la últi-
ma, titulada Doce años de escla-
vitud. Es curioso que en el Nuevo
Mundo el algodón se utilizó antes
que en el Viejo, donde se empe-
zó a usar tras la lana, el lino y el
cáñamo. Originario de la región
de los monzones en la India, su
cultivo se extendió por todo el
planeta. En Egipto se conoció
como “lana de árbol” y es de alta
calidad. De los frutos de su plan-
ta,
Gossypium
, se obtiene la fibra
de algodón, que está compuesta por 20 o 30 capas de celu-
losa, lo que le da sus propiedades de absorción y resisten-
cia. Además de utilizarse para tejidos, tiene muchísimas
aplicaciones en medicina. Se ha utilizado como material
de sutura y como apósito quirúrgico, como absorbente y
protector mecánico. El algodón hidrófilo, desprovisto de
grasas, es blanco, sedoso, suave y libre de impurezas.
La primera fábrica de algodón hidrófilo la abrió en Ale-
mania Paul Hartman en 1873. Allí se producen los prime-
ros vendajes antisépticos para heridas siguiendo las ins-
trucciones de un médico y cirujano inglés, el Dr. Joseph
Lister, que demostró que los métodos antisépticos eran
fundamentales para evitar la infección en las heridas. La
gasa con fenol de Lister representa un gran avance en la
sanidad. Antes del uso de la antisepsia, la mortalidad era
del 45% y después descendió al 15%.
Actualmente, y gracias a los antibióticos, la contención
de infecciones es un hecho; sin embargo, mucho de lo que
sabemos sobre el tratamiento de heridas es consecuencia
de la experimentación con antisépticos durante la I Gue-
rra Mundial. Tal es el caso de la utilización del hipoclorito
sódico, que fue usado directamente sobre la herida abier-
ta y que debemos al científico y médico Alexis Carrel, que
fue voluntario al frente. Aquellos soldados que marcha-
ban a los campos de batalla cantado la popular melodía
It’s a long way to tipperary
no podían imaginar lo extre-
madamente dura que iba a ser la vida en el frente: campos
de muerte, trincheras de desesperación, proyectiles, mor-
teros, ametralladoras; sangre, hambre y sed; roncas voces
clamando ayuda... Es enormemente difícil ponernos en
la piel de cualquier soldado que, temblando de frío y fie-
bre, despertara tras un largo sopor en cualquier hospital de
campaña sintiendo un dolor intenso e interno en la pier-
na, el brazo, los costados..., una herida abierta y observara
cómo médicos y enfermeras se afanaban sin descanso para
atender a los miles de heridos, la mayoría de ellos desahu-
ciados; muchachos aterrorizados revolcándose de dolor
en sus camastros o sin mover un solo músculo mirando
al techo fijamente. Hospitales donde se trabajaba en pre-
cario, en los que se necesitaban ayudas urgentes, sangre,
medicamentos, desinfectantes, apósitos..., y donde el per-
sonal médico trabajaba bajo una
enorme presión. Las heridas cau-
sadas durante la contienda pro-
piciaron el desarrollo de técnicas
médicas e invenciones: la crea-
ción de bancos de sangre, innova-
ciones como el entablillado, o la
inmediatez en los tratamientos; el
avance en los tratamientos de cho-
que y el uso de antisépticos en las
heridas, así como la contención
de infecciones y tratamientos de
estrés postraumático.
Se estima que unos 26 millo-
nes de hombres cayeron en com-
bate desde 1914 a 1918. Quedaron
arrasados prados y valles, pueblos
y ciudades; tierras y cultivos, los
campos de trigo y de algodón. Nada podía crecer entre
tanta devastación. ¿Nada? Entre las huellas de las pisa-
das que hollaban el barro, aquella flor de pétalos de san-
gre erguía su esbelto talle. El teniente canadiense John
McCrae, cirujano y poeta, la vio y arañándole el alma,
escribió el poema “En los campos de Flandes”, que resu-
me sus experiencias y sentimientos en la Gran Guerra:
En
los campos de Flandes/crecen las amapolas / fila tras fila
/ entre las cruces que señalan nuestras tumbas / Y en el
cielo aún vuela y canta la valiente alondra / escasamente
oída por el ruido de los cañones (...).
Es este poema, todo
un símbolo del sufrimiento de la guerra, y la amapola, el
emblema del recuerdo, de la roja sangre derramada de
aquellos que cayeron en las terribles Guerras Mundiales.
Como homenaje a ellos, se estableció el Día de la Memo-
ria (
Poppy Day
), que recuerda el fin oficial de la Gran
Guerra con la firma del Armisticio: a la hora 11 del día 11
del mes 11 de 1918. Fue esta guerra, como es sabido, una
de las más mortíferas y crueles de la historia y comenzó
en julio de 1914, hace ahora 100 años.
Sueña la linda amapola con volver a nacer entre los tri-
gos, ser el color en un prado de margaritas, la inspiración
en un lienzo de Monet o una estampación floral en una
bella tela de algodón, cuya planta, ya liberada del estig-
ma de la esclavitud, aún guarda intrínsecamente su alma
de
blues
.
✥
María del Mar Sánchez Cobos
Farmacéutica
Una amapola entre algodonales