FARMACÉUTICOS N.º 391 -
Enero
2014
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CARA Y CRUZ
F
ormamos parte del colectivo de aquellos que presencian en
primera línea nuestra llegada a este mundo. Son matronas,
ginecólogos los que acunan nuestro primer llanto antes
de firmar ese dato, que será para nosotros histórico, con tin-
ta indeleble: lo que pesa nuestra tierna primera existencia. Ese
dato que parece determinar la fuerza con la que hemos venido
a quedarnos, a veces de manera inversamente proporcional, a
juzgar por la manera en que esos pequeños seres humanos de
tan sólo unos kilos son capaces de transformar esa aparente
tenuidad en fuerza vital en sólo unos meses…
Me refiero a las enfermeras, las que nos hacen daño por vez
primera para protegernos de la falta de clemencia de virus atro-
ces sin distingos de edad entre sus víctimas…, a todas esas
primeras voces que, junto a
las de nuestros padres, escu-
chamos opinando de nuestro
aspecto, de nuestro pareci-
do…, casi siempre del estado
de salud que mostramos.
Somos esos farmacéuti-
cos que damos tranquilidad a
una madre preocupada, aque-
llos a los que se les consul-
tan las primeras dudas acer-
ca del bebé: cuándo iniciar la
alimentación artificial, qué
hacer en los primeros cata-
rros, los primeros chupetes,
los primeros extraños… que
tranquilizan esos miedos a
veces infundados o mitigan
los desvelos. Que nos des-
vían sabiamente de un cami-
no a urgencias…
Y quienes tienen suer-
te nos olvidan por un tiem-
po. La juventud les separa de nosotros para encontrarnos de
nuevo cuando decidimos ser más. Somos aquellos que faci-
litamos los test de las buenas noticias, o de esas tan malas,
cuando las cosas no van como esperábamos. Y son también
sanitarios los que nos ayudan a conseguirlo cuando cuesta y
los que nos confirman en esa fea pantalla en blanco y negro
esa gran noticia que esperábamos hace tanto tiempo, aque-
lla que una sosa cruz pálida nos transmitió en casa. Los que
nos muestran ese pequeño latido que nos resulta tan grandio-
so…, los que nos dicen si pintaremos la pared de azul o de
rosa. Los que roban de nuestros labios la mejor de las sonri-
sas. Aquellos que vuelven a tranquilizarnos esta vez a noso-
tros de nuestras dudas y nuestros miedos… ajenos a nuestra
familia pero siempre tan presentes…
E, inevitablemente, cuando la enfermedad hace acto de pre-
sencia, para poner nuestras vidas patas arriba, para abrirnos
los ojos a lo realmente importante, a aquello que nos es más
imprescindible…, cuando ella, que no perdona ni distingue,
ella, que cuando alcanzamos ciertas edades se hace inevita-
ble…, que viene cuando menos te lo esperas, con poco o nin-
gún sigilo a rellenar todos tus huecos en una noche de insom-
nio. Un médico será el que, en el mejor de los casos, vendrá
a tenderte la mano. A mostrarte ese mundo en el que se mue-
ven como pez en el agua mientras tú te ahogas…, a decirte que
no es para tanto, a consolarte si es ineludible o a regalarte un
valioso silencio. Otras veces vendrá a contarte que lo tuyo tie-
ne arreglo.Y alrededor de todos ellos habrá un equipo: alguien
que sepa de tus dolores para trasladarte a la cama, alguien que
estire las sábanas cuando sus arrugas se te claven, alguien que
analice y desvele el secreto de tus líquidos, alguien que corra
para que todo llegue en el momento preciso o revele lo que
se esconde tras una piel asustada aunque apenas te conozca,
sabrá de tus dolencias.
Son quizá esos rostros que recuerdes para siempre desga-
rrándote por dentro mientras te daban la mala noticia, ensam-
blándose de manera imper-
ceptible en tu vida como una
aleación mágica, hacien-
do de tu pérdida su fracaso,
o de una curación su logro.
Logros que construirán su
éxito, sobrepasando casi
siempre el estricto ámbi-
to profesional, haciendo de
ellos momentos clave tam-
bién en sus vidas.
Y al final, cuando quizá ya
no quede nada que te impor-
te, firmará también la últi-
ma página de tus memorias,
ese último dato que esta vez
no pesa, tan sólo cuenta en
años la historia de tu vida. Y
así es como en toda historia
humana habrá una bata blan-
ca como coprotagonista.
La profesión sanitaria es
un empleo al fin y al cabo,
pero tan distinta de otros… Por sus propios objetivos moti-
va, su fin último inspira a aquel que decide dedicarse a ella,
hasta hay acuñado un término que describe esta gran ins-
piración: la vocación. A veces queda enturbiada por otros
fines, no siempre tan límpidos e inocentes, dinero, pres-
tigio…, pero ella suele estar presente tras los múltiples
esfuerzos que se exigen para coronar la cima…
No es difícil enamorarse de la profesión sanitaria, por las
miles de oportunidades de cambiar el rumbo de una vida
que genera, pero tan fácil desgastar al que la desempeña,
tan sencillo consumir sus energías y frustrar las expectati-
vas que se crean, con las piedras del camino…
Merece la pena invertir esfuerzos en mimar este tesoro,
que por otro lado tanto nos cuesta conseguir como socie-
dad. Mimarlo, ni más ni menos que a otros, sin agravios
comparativos, ni tampoco privilegios…, pero sin perder de
vista que a más de uno de ellos vamos a encontrarnos en el
viaje y no en momentos triviales sino en los más decisivos
de nuestras vidas. A todos nos gustará encontrarnos a un
profesional bien tratado.
Cristina C. Montes
La Profesión Sanitaria