N
N
o es ésta una crónica de homenaje; ni
siquiera es una debilidad acogida por la
nostalgia; tampoco es éste un artículo
para recordar tiempos mejores, es sólo
un acto de justicia para mi mejor
juventud y la de muchos de esos amigos que te
acompañan durante todos los años y mucho más.
Simplemente, estarán contigo para siempre; nada más y
nada menos.
Corrían tiempos curiosos en la España predemocrática
y la cuestión política nos tenía más sin cuidado que
otra cosa a bastantes universitarios. Estudiábamos, nos
divertíamos en el campus de la Complutense,
tomábamos cerveza y
una de bravas
en algún
bareto
del
barrio de Argüelles, dábamos los primeros pasos de
aprendizaje sobre normas de libertad en distintos
aspectos de nuestras vidas y las chicas estaban incluso
más maravillosas que en cursos anteriores, aunque
ahora no se lleve este comentario
machista
y hasta
decimonónico. Mera constatación hormonal que
admite todo tipo de revisiones.
Como bien conocen casi todos mis lectores, las
Facultades de Farmacia en España son claramente
dominadas por población femenina, tanto docente
como discente. No es fácil reunir a grupos numerosos
de muchachos que sintonicen y sin embargo...
Creo que corría el mes de marzo de 1975.También
creo que no había llegado la Semana Santa, aquella en
la que se suspendían todas las actividades sociales y la
televisión blanca y negra emitía alguna película biblíca
sin la grandeza del Technicolor. La Universidad, en
general, atravesaba tiempos de turbulencia e inquietud
porque se avecinaban etapas de cambio y nadie sabía
muy bien qué iba a pasarnos a todos y cada uno de
nosotros. Los caballos de los
grises
entraron alguna vez
en el vestíbulo circular de nuestra querida Facultad y,
quien más quien menos, se buscó algún escondrijo
donde no correr riesgos.
El caso es que el decano Hoyos de Castro decidió
aquella soleada mañana de marzo cerrar las
puertas para garantizar el menor
número de contusiones posible y
nos quedamos frente a las
columnas de la fachada
disfrutando del clima pero sin
saber muy bien qué hacer.
–Yo tengo un balón en el coche. Podíamos echar unos
pases –dijo uno de nuestros privilegiados compañeros
por aquello del motor.
–Pero ¿dónde jugamos? Como nos vean los grises nos
corren hasta el bar Manolo de la calle Princesa.
–Hay una explanada detrás de Medicina y allí no van a
subir con los caballos. Irán a Derecho y Filosofía que es
donde van a encontrar más lío.
El caso es que en apenas cinco minutos nos juntamos
casi una veintena de chavales descamisados y con ganas
de hacer algo de deporte y para allá nos fuimos.
Quienes me conocen algo, saben que ni siquiera Messi
sacaría partido de mi ineptitud futbolística. Me gusta sin
límites y puedo ver un partido de juveniles con la
máxima expectación, pero soy de los que en el argot
vienen llamándose
malo con ganas
.
No importó.Aquél día empezaba, sin saberlo, una
aventura que estoy seguro de que se prolongará allá en
la eternidad.
Pocas semanas después, casi al finalizar nuestro
inmisericorde segundo curso de carrera del
nuevo plan de Estudios, elaborado
con pocos pies y ninguna cabeza,
el club deportivo de la Facultad
organizó una liga de futbol sala
para el curso 75/76 y consiguió
reunir a catorce equipos; un
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José Vélez García–Nieto
SOLES DE MEDIANOCHE
Pliegos de Rebotica
2019
Karajillos
y el
compromiso