Revista Farmacéuticos - Nº 137 - Abril / Junio 2019 - page 48

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entellean sus ojos cada vez que hablamos
de Donostia, del Igueldo, de Ondarreta,
del Bulevar. Después de más de 90 años
de vida, todavía sonríe con picardía si
alguno de sus numerosos hijos le
menciona que pasó por la recoleta ciudad
guipuzcoana, que tiene prevista allí una semana de
vacaciones o un evento profesional por sus aledaños.
Hablo de la madre de mi mujer –el término suegra no
termina de convencernos a ninguno de los dos-, que
pasó gran parte de su infancia y lo mejor de su primera
juventud disfrutando de uno de los más bellos enclaves
de nuestro territorio. San Sebastián es, para ella, un
paraíso donde se podía vivir sin mayor dificultad, ir a La
Concha a pasear, a correr, a jugar y a lucir sus primeras
galas e incluso su incipiente y sugestiva coquetería.
Durante algunas décadas -los mal bautizados años del
plomo- nos secuestraron este rincón de los grandes
tesoros cantábricos. No se podía ir por sus calles con
tranquilidad, la libertad era una utopía inalcanzable,
respirar podía llegar a ser imposible y, si te
manifestabas, no sólo te amenazaban, es que podían
descerrajarte un tiro por la espalda por el simple
hecho de discrepar.
No es que hayamos recuperado por completo la
normalidad ciudadana. Hay quien cree que nunca
volverá. Personalmente, me confieso optimista porque
el ser humano ha demostrado, casi siempre, que es
capaz de empecinarse hasta la extenuación, pero luego
intercambia ideas, reflexiona, vive otras culturas, sale de
su cueva y su reducto y acaba por comprender que lo
distinto también vale la pena; que hablando, se entiende
la gente, aunque se utilicen distintos idiomas; y más en
estos tiempos que las herramientas informáticas lo
traducen todo de forma automática y veraz.
Y de repente, contra pronóstico, con la primavera
recién estrenada, el cercano Urumea pletórico de
agua y aromas marineros, el casco viejo libre de
oscuras banderas y suciedades y el sol dominándolo
todo, un viejo escritor camina al lado de la ministra
del ramo, sin apenas escolta, por la preciosa plaza de
la Diputación Foral. Se le acerca de forma espontánea
algún amigo, quizá alguno de aquellos que se cruzaban
de acera para no saludarle en los tiempos más negros,
y se producen felices reencuentros con la naturalidad
que otorga la paz y el sentido común.
Siguen quedando absurdos rescoldos del absurdo,
como esconder la bandera de todos en un centro
público o no acudir representante alguno de los
partidos nacionalistas a un acto de homenaje a la
creatividad del ser humano. El escritor reconocido y
laureado por el gobierno de España es también un
sufrido contribuyente de las arcas municipales de San
Sebastián. En esta ciudad ha escrito sus mejores libros,
ha vendido miles de ejemplares, ha ejercido como
buen farmacéutico y ha sido leído con interés por
muchos de sus convecinos, coincidieran o no con su
manera de pensar, valoraran o no su valentía en la
defensa de la paz. No asistir al acto de celebración del
cincuenta aniversario de la publicación de
Cacereño
no
deja de ser una niñería, una rabieta y una falta de
respeto carente de toda lógica.
Raul Guerra, nuestro flamante presidente de AEFLA,
estaba exultante, levantó incluso el bastón de mando
municipal para asegurar que lo de arredrarse ante la
dificultad no está vigente en su vocabulario.Al día
siguiente, este ilustre escritor farmacéutico ocupó, a
cuatro columnas, la portada del Diario Vasco. Un
orgullo para todos los que hemos tenido la fortuna de
compartir algún rato de tertulia y algún reto literario
con uno de los fundadores de nuestra Asociación, allá
por 1973, cuando su primera novela, la ya mencionada
Cacereño
, empezaba a convertirse en obra de culto y
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José Vélez García-Nieto
SOLES DE MEDIANOCHE
Pliegos de Rebotica
2019
Paseo por
San Sebastián
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