 
          al que se acusa a la
        
        
          vez de trotskista y
        
        
          de espía del bando
        
        
          enemigo. La única
        
        
          salida es marcharse
        
        
          y Orwell lo hace sin
        
        
          apenas fuerza
        
        
          porque ha sido
        
        
          herido de gravedad en el cuello durante una de sus
        
        
          últimas escaramuzas en las trincheras oscenses.
        
        
          Pocos meses después, Orwell se resiste a
        
        
          abandonar el problema español y lo observa desde
        
        
          una óptica tan personal que casi nadie comparte
        
        
          sus afirmaciones y vaticinios. Finalmente en 1938,
        
        
          todavía en pleno conflicto bélico, publica su libro
        
        
          
            Homenaje a Cataluña
          
        
        
          , valiente testimonio de unos
        
        
          meses cruciales, sincera crítica de unos
        
        
          comportamientos partidistas de contrastada
        
        
          esterilidad y desgarrada descripción de la pobreza
        
        
          y la oscuridad que invadía paulatinamente las calles
        
        
          de la gran metrópoli mediterránea. Barcelona se
        
        
          iba apagando lentamente y Orwell no quiso
        
        
          permanecer impasible.
        
        
          No obstante, el fiasco editorial es absoluto. La
        
        
          primera edición de solo 1.500 ejemplares no se
        
        
          había agotado cuando muere Orwell en 1950. Una
        
        
          vez más el éxito llega cuando el autor no puede
        
        
          disfrutarlo. Las numerosas traducciones y las
        
        
          ventas son ya millonarias en 1975.
        
        
          Orwell no brinda un homenaje en sentido estricto
        
        
          a esta zona del país. Se centra sobre todo en la
        
        
          descripción de toda clase de personajes anónimos,
        
        
          en los soldados forzosos que se cruzan miradas y
        
        
          desconfianzas en las calles barcelonesas, en la
        
        
          extraña forma de pensar y de luchar que tienen
        
        
          los españoles.
        
        
          
            Desafío a cualquiera a verse sumergido, como me
          
        
        
          
            ocurrió a mí, entre la clase obrera española –quizá
          
        
        
          
            debería decir la clase obrera catalana, pues aparte de
          
        
        
          
            unos pocos aragoneses y andaluces sólo tuve contacto
          
        
        
          
            con catalanes– y a no sentirse conmovido por su
          
        
        
          
            decencia esencial y, sobre todo, por su franqueza y
          
        
        
          
            generosidad. La generosidad de un español, en el
          
        
        
          
            sentido corriente de la palabra, a veces resulta casi
          
        
        
          
            embarazosa.
          
        
        
          
            Los extranjeros que servían en la milicia empleaban su
          
        
        
          
            primera semana en aprender a amar a los españoles
          
        
        
          
            y en exasperarse ante algunas de sus características.
          
        
        
          
            En el frente, mi propia exasperación alcanzó algunas
          
        
        
          
            veces el nivel de la furia. Los españoles son buenos
          
        
        
          
            para muchas cosas, pero no para hacer la guerra.
          
        
        
          Aunque en el 38 da
        
        
          por descontada la
        
        
          victoria final de los
        
        
          defensores de la
        
        
          democracia y la
        
        
          legalidad llega a
        
        
          afirmar de forma casi
        
        
          premonitoria:
        
        
          
            Los comentarios periodísticos acerca de «una guerra
          
        
        
          
            librada en defensa de la democracia» eran mero engaño.
          
        
        
          
            Ninguna persona sensata podía suponer que hubiera
          
        
        
          
            alguna esperanza de democracia, ni siquiera como la
          
        
        
          
            entendemos en Inglaterra o en Francia, en un país tan
          
        
        
          
            dividido y exhausto como lo sería España al concluir la
          
        
        
          
            guerra. Se acabaría imponiendo una dictadura y,
          
        
        
          
            evidentemente, la posibilidad de una dictadura proletaria
          
        
        
          
            había pasado. Ello significaba que el país sería sometido a
          
        
        
          
            alguna clase de fascismo. De un fascismo que, sin duda,
          
        
        
          
            tendría algún nombre más agradable y –por tratarse de
          
        
        
          
            España– sería más humano y menos eficiente que las
          
        
        
          
            variedades alemana o italiana. Las únicas alternativas
          
        
        
          
            parecían ser: o una dictadura franquista infinitamente
          
        
        
          
            peor o que la guerra terminara (siempre era una
          
        
        
          
            posibilidad) con una división de España, ya sea por
          
        
        
          
            verdaderas fronteras o por zonas económicas.
          
        
        
          
            Desde cualquier punto de vista, las perspectivas eran
          
        
        
          
            deprimentes.
          
        
        
          Si hubiera habido quinielas, Orwell habría acertado
        
        
          los catorce. No olvidemos que escribió estas líneas
        
        
          en 1938.
        
        
          Y para terminar una muestra de su sarcasmo ingles
        
        
          sobre el papel del espía soviético que deambulaba
        
        
          por los salones de Barcelona:
        
        
          
            El obeso agente ruso se dedicaba a llevar aparte a
          
        
        
          
            cada uno de los refugiados extranjeros (…) Yo le
          
        
        
          
            contemplaba con cierto interés porque era la primera
          
        
        
          
            vez que veía a una persona cuya profesión consistiera
          
        
        
          
            en mentir… aparte, claro está, de los periodistas.
          
        
        
          Como se ve, haciendo amigos.
        
        
          La muerte visita al matrimonio de forma
        
        
          prematura: Eileen fallece trágicamente en 1945,
        
        
          solo siete años después de su aventura española.
        
        
          Orwell vuelve a casarse en 1949 pero también
        
        
          muere unos meses después, sin alcanzar siquiera
        
        
          los cuarenta y siete años de edad, pero
        
        
          manteniendo por encima de todo su espíritu
        
        
          revolucionario y su exacerbado y furibundo
        
        
          rechazo del comunismo y el fascismo por su
        
        
          carácter igualmente totalitario.
        
        
          ■
        
        
          49
        
        
          Pliegos de Rebotica
        
        
          ´2014
        
        
          ●
        
        
          SOLES DE MEDIANOCHE
        
        
          ●