Revista Farmacéuticos - Nº 134 - Julio/Agosto 2018 - page 49

rodeaba. Me dijo también que quizás había llegado a
ser, sin darse cuenta de nada, la
louve
autrichienne –
loba austriaca– o cualquiera de los
otros calificativos injuriosos con los que se adornaba
su figura en los numerosos libelos que se repartían
por las calles de París.
Estaba muy arrepentida de haber sido tan distraída.
Yo no alcanzaba a entenderlo todo y hoy me doy
cuenta de la lección acelerada que me estaba
impartiendo. Como ella misma reconocía, no hacía
otra cosa que trasladar los
consejos que le había
brindado la emperatriz Mª
Teresa al salir de Viena –para
no volver jamás- con destino
a Francia y de los que había
hecho caso omiso ante
aduladores y politiquillos
interesados solo en su
ascenso personal.
Me suplicó que leyera
siempre, que conociera a los
autores si era posible, que no
me disgustara con la palabra
escrita, que asumiera las
críticas para rectificar
errores. María Antonieta solo
atendió a libros y cartas
cuando ya no era tiempo ni
de conspiraciones y por nada
del mundo quería que su hija
cometiera los mismos
errores. En aquella lúgubre
estancia del viejo palacio, me
obligó con firmeza a
comprometerme con unas
recomendaciones maternas
que ella misma intentaba
aplicar cuando ya era
demasiado tarde.
Muchos años más tarde traté
de cumplir con todo lo que mi madre me apuntó
aquella velada. He llegado a ser reina de Francia,
como ella, aunque yo tan solo lo fuera durante veinte
minutos por la cobardía de mi propio marido. Contra
pronóstico, me he sentido querida por el pueblo que
me llamaba
Madame Royale
–con cariño a veces y en
tono de burla otras– y he tratado de llevar a la
práctica muchas de las recomendaciones que me hizo
aquel día la mejor consejera que tuve jamás. Aquí
rechazo de manera contundente todas las
acusaciones que se hicieron y se siguen manteniendo
sobre el escaso compromiso de María Antonieta con
sus hijos.
La segunda noche
La amargura sigue bloqueando mi garganta cuando
recuerdo aquella funesta noche.Yo no sabía, no intuía
siquiera, que era la última vez que iba a verla. Los
calabozos del Temple eran angustiosos y mi madre, mi
hermano, mi tía y yo permanecíamos separados
durante casi todo el día. Me obsesioné por leer todo
lo que cayera en mis manos. Seguía su
recomendación al pie de la letra y me encantaba
olvidarme de todo lo que me rodeaba enfrascándome
en el teatro inglés, las novelas de caballería o los
amores imposibles de Beatrice y Dante, asimilando
las paredes que me rodeaban con el infierno de la
Divina Comedia
o la afirmación
Quien sabe de dolor,
todo lo sabe
.
Nuestro traslado del
destartalado palacio a la
prisión del Temple nos había
humillado hasta el extremo.
Simón, el guardián, no nos
respetaba lo más mínimo y
hasta se permitía
insinuaciones escabrosas
conmigo que ya frisaba los
quince años. La autora de mis
días apenas podía sostenerse
en pie. Con absoluta dignidad,
solo daba muestras de su
decaimiento y falta de fuerzas
cuando estaba con nosotros.
Tampoco mi hermano tenía
buen aspecto y su salud se
resquebrajaba día a día.
Aquella noche hacía un calor
insoportable. Ella sabía con
perfecta claridad lo que iba a
ocurrir en pocas semanas. Su
traslado a la Conciergerie no
era más que el anuncio
definitivo de su pena de
muerte. Las paredes húmedas
e insalubres nos dejaban
respirar a todos con cierta
dificultad.
María Antonieta me miró con aquellos ojos líquidos,
entre verdes y azulados, que además de encanto me
transmitían una franqueza ilimitada.
–No quiero verte llorar.Tenemos que despedirnos
por una temporada. Mañana empieza el juicio y me
trasladan a otra prisión. No te preocupes por mí,
pero siempre que estés con él, cuida de tu hermano
y no te canses de rezar por tus padres.
No volví a verla. Dos años después, cuando me
liberaron en un intercambio de prisioneros, fui
plenamente consciente de la muerte de mi madre y
de los ultrajes y artimañas de ciertos individuos para
condenar y ejecutar a María Antonieta: la mejor
madre del mundo.
Y solo yo puedo confirmarlo.
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Pliegos de Rebotica
2018
SOLES DE MEDIANOCHE
Arresto de la familia real en Varennes, en la noche
del 21 al 22 de junio de 1791
(Thomas Falcon Marshall, 1854)
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