cumplir mi cometido y a tragarme silenciosamente las
lágrimas.
Me fuí a casa cerca del medio día del domingo, 5 de
agosto. Larga y tenebrosa jornada de la que no iba a
recuperarme jamás. Después, he leído tantas cosas sobre
la muerte de Marilyn, sobre teorías conspiratorias, sobre
políticos implicados, sobre suicidios imposibles, que ya ni
me asombran. La única realidad es que la rubia más
rutilante del siglo XX sobrevive aún hoy a todo porque
sigue siendo capaz de encandilar a generaciones que ni
siquiera coincidieron con ella
en vida.
Es verdad que los miembros
del equipo –incluído
el último
de la fila
, que era yo– hemos
recibido después todo tipo
de presiones, sufrido
filtraciones interesadas o
poco respetuosas y admitido
directrices extremas de
diversas instituciones políticas
para que mantuviéramos la
calma y la discreción.También
es verdad que aquella noche,
sin comerlo ni beberlo, se
facilitó nuestro futuro y que
todos los que allí estuvimos
hemos tenido un horizonte
pleno de éxitos y de
facilidades financieras.
Personalmente, yo recibí a las
pocas semanas una llamativa
e inesperada propuesta para
dirigir una importante cadena
de establecimientos
especializados en repuestos
automovilísticos que se extiende por todo el estado
de California y que hoy garantiza por completo mi
jubilación.
La primera noche
Mi secreta admiración por Marilyn nada tiene que ver
con el mito del cine y la farándula.Tampoco fué un amor
de juventud que se haya magnificado con el paso del
tiempo. Es sólo que yo estuve con ella cuando no era
famosa, cuando simplemente se llamaba Norma Jeane y
cuando, guiñándome sus ojos con esa picardía especial,
recitaba palabras tan hermosas como las que escribió el
poeta que tenía mi propio nombre en su obra más
famosa sobre el neoyorkino puente de Brooklyn:
Cuántos amaneceres, frío tras su merecido descanso,
habrán de zambullirse las gaviotas a su alrededor
soltando anillos blancos de tumulto, erigiendo
la Libertad por encima del agua encadenada.
Norma y yo jugamos muchas veces a ser trovadores
y a cantarnos los poemas más sofisticados. Los dos
queríamos aprender a ser buenos lectores. Con la
excusa de la coincidencia en el nombre casi nos
especializamos en Hart Crane y en sus metáforas
imposibles con términos más propios de la ciencia
ficción. Ejecutábamos
galvánicos resoplidos
o
inventábamos
crestas ciclorámicas
sin detenernos a
pensar en el trágico final del joven poeta. Quizá
fuera una premonición.
Norma era muy madura para su edad. Con once años
quería saberlo todo, estudiar, disfrutar. La vida, hasta
entonces, solo le había deparado dramas y conflictos. Las
crisis nerviosas de su madre le llevaron, sucesivamente,
de casas de acogida a
orfanatos forzándola a
despertar y adaptarse. Norma
siempre tuvo prisa. Quería
triunfar y vivir una vida sin
límites ni complejos.
Aquella noche de finales del
36 la pasamos juntos en el
Orfanato Hollygrove.
Teníamos once y doce años
y cometimos una travesura
propia de nuestra edad. Nos
escapamos al salón comedor
para pasar la noche juntos.
Fué mágico. Nuestra amistad
se forjó en aquel tiempo y
durará para siempre.
No hubo caricias, no hubo
besos, no hubo morbo
alguno. Éramos unos niños
que decidimos jugar a ser
mayores con unos libros
entre las manos. Sólo hubo
camaradería y ganas de vivir;
hubo la certeza de que
podríamos contar el uno con el otro para siempre.
Pocos días después abandoné el centro hacia un
nuevo destino, otra vez inhóspito y otra vez cruel.
Las infancias tristes son, con toda seguridad, una de
las mayores injusticias que podemos otorgarnos
como seres humanos. Por eso Norma y yo, rodeados
de manteles y galletas, cantamos muchas veces en
aquella inolvidable velada y hasta la extenuación
estos proféticos versos de Crane, nuestro
circunstancial poeta de cabecera:
No me digas que el cielo está cerca.
Hay cosas que te atraen,
como si la Tierra fuera redonda.
Ya te lo decía el poeta:
es redonda es redonda
y el cielo un enorme corral de estrellas.
Pero no me digas que el cielo está cerca.
Nunca más volví a verla hasta la negra madrugada del
domingo 5 de agosto. Me deleité con todas sus películas,
entusiasmado por sus éxitos, pero aún hoy me sigue
embargando la melancolía de su absoluta soledad.
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Pliegos de Rebotica
2018
SOLES DE MEDIANOCHE