charco
, no quieran problemas,
solo distracciones que
ahuyenten la depresión
acumulada.
La España que agoniza en la
última década del siglo XIX se
centra en olvidarlo todo y en
abrirse un poco y con prudencia
a las nuevas ideas que aportan
unas clases sociales que nunca se
habían tenido en cuenta. Pablo
Iglesias funda el Partido
Socialista entre las máquinas de
una imprenta y sus seguidores se
empiezan a contar por
centenares en muy pocos meses.
Madrid es, todavía, un pueblo
grande. Los barrios son terreno
abonado para cuchicheos y
rumores. La distancia entre los colectivos sociales se
va reduciendo, pero sigue siendo abismal.
El 14 de agosto en Madrid
La trama de la verbena se desarrolla en una sola
jornada, muy al estilo de las obras que se van
imponiendo en la literatura europea de la época. Es
14 de agosto en Madrid; nadie tiene vacaciones
establecidas; nadie habla de irse a la playa para gozar
de un merecido descanso. Tampoco los boticarios
parecen tener cerrados sus establecimientos. No hay
reglamentación al respecto. Se supone que ninguna
farmacia abre las veinticuatro horas del día y que el
régimen de guardias funciona sin mayores
sobresaltos.
Hace un calor sofocante en la capital y De la Vega
se encuentra en la necesidad de parodiar a algún
miembro de las clase burguesa, con posibles,
accesible al ciudadano de a pie y con cierto aire de
gallito decimonónico.
Busca en su entorno y observa que otros
profesionales no son tan cercanos. Reduce su
búsqueda y, poco a poco, va desechando alternativas.
Un médico no puede ser, apenas tiene contacto con
personas sanas; un abogado o un arquitecto se han
marchado con sus familias y hace días a zonas con
un clima más tolerable; un cura, demasiado
revolucionario para una zarzuela; un político… lo
duda pero no se atreve porque acabará siendo mofa
de alguno de los partidos en el Congreso.
Lo menos dañino, lo más popular, lo más cercano
es un comerciante, pero se trata, en general, de un
gremio muy resabiado que no va a entrar en conflicto,
con todas las de perder, por un asunto de faldas. Se
trata solo de pasar el rato en la verbena; nada más.
Mientras escribe
La verbena
sale a la calle y
disfruta del Madrid veraniego y maloliente. De
pronto ve que, a pesar del recalcitrante calor, su
amigo el boticario Labiaga y también el titular de la
farmacia de Puerta Cerrada, esquina a la calle del
Nuncio, circulan con levita y chistera. Para don
Ricardo, éste será un buen punto de partida aunque
haga peligrar su antigua relación con el primero de
ellos, habitual tertuliano y muy célebre en el Madrid
de la Restauración.
Si fue Ramón Labiaga el modelo de don Hilarión
o no lo fue es algo que quedará en el secreto del
autor, pero ambos fueron muy amigos durante un
largo tiempo.Y el boticario era reconocido por su
carácter abierto, por su simpatía, por su
conversación variada, amena e irónica en ocasiones,
con la extraña virtud de no ofender a nadie.
El éxito de la obra fue apabullante. Sin
precedentes parecidos en el llamado
género chico
.
Una vez más, la crítica erró el disparo con sus
referencias negativas a la calidad del texto literario
de Ricardo de la Vega, y fue ampliamente desbordada
por los llenos a reventar en el inmenso teatro Apolo
de Madrid.
Julián, el cajista de la imprenta es más que un
símbolo del cambio social, la señá Rita, una feminista
en ciernes, las dos pupilas –rubia y morena- y hasta
los clientes de la taberna están tomados por De la
Vega de las calles de Madrid. La parodia boticaria no
debe extrapolarse o provocar malos humores. Puede
decirse de manera contundente que, a estas alturas,
no queda nada de aquella imagen trasnochada de
nuestra profesión.
■
49
Pliegos de Rebotica
´20
16
●
SOLES DE MEDIANOCHE
●