A
–Aquí no puede pasar esto. Somos una sociedad
civilizada, tolerante y más solidaria de lo que
aparentamos con nuestro sempiterno egoísmo. No hay
motivo para dar voz a los alarmistas que nos amenazan
con sus miedos.
–La gente muy mayor dice que donde menos se espera
salta la chispa, que no la liebre, y te ves forzado a buscar
vías de escape para garantizar la simple supervivencia.
–Repito: aquí no puede pasar. La Unión Europea no lo
permitiría.Aunque nos volviéramos todos locos, los
mecanismos de control interno en el continente
impedirían que nos fuéramos a la deriva.
–No me hables de Europa. No es que sea
euroescéptico ni entienda con claridad en que
consiste la amenaza del Brexit y esos términos
indescifrables que nos sueltan en los noticiarios. La
vieja –¡qué digo vieja!–, la anciana Europa no está
dando precisamente muestras de vitalidad en estos
tiempos que nos ha tocado vivir.
–Debería acusarte de demagogia fácil.Ahora me dirás
que, una vez más, los líderes europeos se dedican a mirar
para otro lado cuando los verdaderos problemas se
condensan en unas fronteras que parecen más cerradas
que nunca. O exagerando un poco más, que después de
sesudas sesiones interminables en Bruselas o
Estrasburgo, acuerdan
comprar
el exilio de los refugiados
enviándolos a Turquía, un lugar sobre el cual
tampoco se van a hacer demasiadas
preguntas.
–Pues si no me crees, voy a contarte la
historia cercana de una niña española y de
su acomodada familia que jamás pudieron
imaginar lo que iba a pasarles y cómo se
iban a transformar sus vidas en muy pocas
semanas. Ahora que algunos de nuestros
políticos se empeñan en abrir viejas heridas
con el sano objetivo de cicatrizarlas de
verdad, ya verás lo cerca que podríamos
encontrarnos de ese exilio que, por ahora,
se nos antoja inimaginable.
–Me gustan tus batallitas… Cuenta, cuenta.
Los felices años veinte
En el primer cuarto del siglo pasado, España no dejaba de
ser un país empobrecido. Las constantes luchas internas
no habían permitido modernizar infraestructuras o
industrializar medianamente un trabajo centrado casi en
exclusiva en el sector rural.Algunas mentes más
atrevidas sí que se adelantaron algo a su tiempo y un
escogido sector de la burguesía, como casi siempre,
convirtió su esfuerzo personal en el verdadero motor
económico del Estado.
No parecía el campo de la joyería muy abonado para
animar al gran público a consumir sus productos. Precios
prohibitivos, lujos impensables no podían ser un buen
reclamo para que las gentes se interesaran en adquirir
sortijas, brazaletes o collares reservados hasta entonces
para los grandes capitales de la aristocracia.
Sin embargo, en Madrid surge la compañía del
Trust Joyero
con una fuerza inusitada y su peculiar y agresiva
publicidad le convierten en un modelo de éxito
envidiable y, como se demostraría poco después, muy
envidiado. La empresa nace por iniciativa de la Unión de
Fabricantes de Joyas y es dirigida por Modesto Largo
Álvarez que, en 1915, puede remodelar sus instalaciones
en la madrileña Puerta del Sol con una excelente acogida
de la prensa de la época:
Después de realizadas las obras, ha quedado convertido el
Trust Joyero en uno de los establecimientos más importantes
en su género, no solamente de España, sino del extranjero.
Han entrado en la construcción los materiales más finos y
selectos: la caoba de Cuba, el fresno de
Hungría, mármoles de Bélgica e Italia, etc.
La portada de este nuevo establecimiento ha
sido construida con verdadero alarde de
riqueza; baste decir que en el soberbio frontis
se ostentan los mármoles más caros y
costosos de cuantos se conocen, destacándose
principalmente el Pontos y el Calacata de
Italia, que da suficiente idea del buen gusto y
esplendidez de la obra.
Son dignos de notar una marquesina con
toldo automático; el reloj eléctrico de la
fachada, con siete esferas luminosas; la
instalación de alumbrado y la acera de
mosaico romano.
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José Vélez García-Nieto
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Pliegos de Rebotica
´2016
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SOLES DE MEDIANOCHE
En homenaje a los
refugiados
Agresiva publicidad para
acercar las joyas al pueblo.