Revista Farmacéuticos - Nº 120 - Enero/Marzo 2015 - page 5

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i entendemos por democracia el gobierno de
la mayoría, es decir, que lo que opine la mayo-
ría es lo correcto y debe de acatarse, la bon-
dad de esa democracia dependerá de la bon-
dad de la gente que vota y de su cultura, de su
nivel cultural.
Por voluntad de la mayoría se han cometido mu-
chos asesinatos, genocidios, injusticias, guerras…
Las cosas no son buenas o malas porque así lo opi-
ne la mayoría sino que son de por sí buenas o malas;
aunque la mayoría opine que es bueno matar, esto es
connaturalmente malo. Así como cuidar y sanar a la
gente es connaturalmente bueno para el hombre.
En sus inicios, la capacidad de votar se asoció a su
nivel de renta –o mejor, de su nivel de contribución al
estado mediante impuestos– y de su nivel cultural. Es-
to hubo de corregirse pues ciertamente dejaba inde-
fensos a las clases trabajadoras o de bajo nivel cultural
y de ingresos.
Pero todos hemos de admitir que un pueblo espi-
ritualmente sano y culto es capaz de hacer un ejerci-
cio de la democracia de manera justa y benéfica para
todos.
Durante el período de la ilustración, desde finales
del siglo XVII a finales del XVIII, desde el poder abso-
luto de los monarcas se pretendía educar a las masas
no ilustradas.Varios monarcas aceptaron las ideas pro-
puestas por la ilustración requiriendo la colaboración
de hombres calificados y con nuevas ideas, dispuestos
a reformar e impulsar el desarrollo político y econó-
mico de las naciones.
Esta labor, tras la Revolución Francesa, siguió ejer-
ciéndose desde las monarquías posteriores, al tiempo
que se iban implantando regímenes liberales y desarro-
llando los sistemas democráticos.
Con la idea paradigmática de que la democracia li-
beral es el régimen político ideal, desde occidente se
ha tratado de exportar este sistema a todas las nacio-
nes, independientemente de su nivel cultural y su des-
arrollo tecnológico y económico.
La caída del muro de Berlín supuso la pervivencia
de regímenes, antes apoyados por la Unión Soviética,
como los de Irak, Siria, Egipto, Libia, con un poder au-
toritario capaz de controlar los extremismos étnicos y
religiosos propios de sociedades culturalmente y eco-
nómicamente poco desarrolladas. Estos ejercían una
“dictadura ilustrada”. Contenían el fanatismo, se cons-
tituían como un poder de carácter laico y pretendían
conseguir el crecimiento cultural y económico buscan-
do la cohesión entre sus ciudadanos. Eso sí, bajo un ré-
gimen dictatorial represor con los disidentes.
Occidente acabó o ayudó a acabar con estos regí-
menes en Afganistán, Irak, Libia… Y estos países –que
eran ciertamente multiculturales, conviviendo religiones
y etnias- se convirtieron en naciones fracasadas, sin fu-
turo, con el triunfo de la intolerancia, los fanatismos, el
terror y las guerras civiles entre facciones, sin visos de
solución.
Se quiso implantar o ayudar a implantar la demo-
cracia y lo único que se consiguió fue el terror y la des-
trucción.
Otros países como Kuwait, los Emiratos y Arabia
Saudí, con regímenes absolutistas, que no estuvieron ba-
jo la influencia de la Unión Soviética, siguen gobernan-
do a su población, pero bajo un régimen islamista y tam-
bién represor con los disidentes. La ilustración no
existe; solo la Sharía, la tecnología y el dinero.
Occidente se ha movido torpemente, primado los
intereses económicos derivados del petróleo. Mientras
tanto, los movimientos islamistas cuyos exponentes más
relevantes son Al Qaeda y el Estado Islámico, extien-
den la Guerra Santa por todo occidente y los países
de su órbita con el objetivo de que la Sharía sustituya
a la ilustración.
Los pueblos necesitan desarrollarse social, cultural
y económicamente, necesitan desarrollarse política-
mente para poder acceder a una democracia verdade-
ra y, para ello, hubieran necesitado, como Europa, pasar
antes por un absolutismo ilustrado y una evolución
acompasada hasta la implantación de una democracia
total y liberal. En la historia de los pueblos no valen ata-
jos; aunque si celeridad y, en la medida de lo posible,
aceleraciones.
Los pueblos necesitan un desarrollo económico an-
tes que evitar la mortalidad infantil. ¿De qué vale que
un niño no muera si luego no va a tener comida para
alimentarse? Los pueblos necesitan un crecimiento ar-
mónico, ecológico.Y las interacciones de occidente, dis-
pares, no planeadas ni coordinadas crean, en general,
desequilibrios que los llevan a epidemias, guerras civi-
les, matanzas y regímenes corruptos.
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