Revista Farmacéuticos - Nº 115 - Octubre-Diciembre 2014 - page 49

Reconozco, eso sí, que
en la trama me he visto
obligado a incluir
protagonistas ficticios o
de dudosa presencia, pero
siempre ha sido obligado
por las circunstancias y
por ocultar alguna
identidad que pudiera
depararme problemas
futuros. He tardado ocho
meses en terminar la
faena, le he presentado el
trabajo a Juan y a la
mesa de sabios que con él
se reúne. El dominico
Gundisalvo, que es el que
mayor ascendencia goza
en el grupo, me ha afeado
el escrito sin compasión
alguna ¿Cómo podemos
entretener nuestro esfuerzo y
nuestra soldada en escribir en romance? Me ha
rogado que destruya mis ochenta y cuatro pliegos.
Estaba a punto de hacerlo en la fogata que empieza a
templar las dependencias del convento cuando ha
llamado Juan a mi celda y me ha traído el Libro de
la curación de Avicena para que lo traduzca al latín
de forma inmediata. Sabe que domino el árabe, pero
mis conocimientos de medicina son muy escasos, no
sé donde voy a ilustrarme para no cometer más
errores.
Cuando se iba, Juan Hispalense me ha pedido el
manuscrito sobre el Cid ¿Qué va a hacer con él? Lo
desconozco, pero el voto de obediencia no me permite
hacer otra cosa. Es la última vez que veo mi obra.
Supongo que, de inmediato, va a perecer
arrasada por las llamas.
Queda confirmado que nuestro desconocido
autor es monje de algún convento de la ciudad
de Toledo. Sus conocimientos de árabe, que le
van a permitir afrontar una traducción de
primera magnitud, permiten pensar que su
procedencia es del sur de la península. Sería
algo descabellado interpretar que se trata de
un sarraceno convertido al cristianismo y
que ingresa en una orden religiosa
porque no hay antecedentes de que tal
cosa ocurriera en aquellos tiempos,
aunque no podemos desechar del
todo esta hipótesis. Es más, el propio
Cantar del Mio Cid
introduce una
novedad que no puede pasar
desapercibida a los expertos en la
materia. Personaje importante en
el relato es el moro Abengalbón,
un teórico amigo de El Cid, que
vigila y asegura la ruta de paso
por Molina de Aragón, y que es
el primer morisco bien tratado
en la literatura
española. La verdad es
que el tal Abengalbón
existió en realidad,
pero es muy difícil que
conociera al héroe del
Cantar; su aparición en
el texto puede ser
casual o una señal para
identificar a quien lo
escribió.
El testamento de
Juan Hispalense
Corren los primeros
días de 1180, el
anciano Juan ya no sale
de casa. No se atreve a
afrontar las cuestas de
la ciudad. Toledo es un
enclave maravilloso e
irrepetible cuando se es
joven, pero en la vejez es casi intransitable. Hace
mucho frío y Juan echa de menos las orillas del
Guadalquivir. La planicie, el hermoso sol que podría
calentar sus depauperados huesos en la añorada
Sevilla.
Sabe que le queda muy poco tiempo y algo le
acongoja su espíritu. Pide confesión y acude un
amigo de su juventud que le ayudó a aclarar sus ideas
religiosas y que ahora asiste a las monjas del
Monasterio de Santo Domingo. No es posible conocer
qué se trató en aquella larga conversación entre
veteranos camaradas. El secreto de
confesión les ampara a ambos, pero el
caso es que el viejo capellán salió de la
lujosa mansión de Juan en la plaza de
Zocodover con un cartapacio repleto de
papeles manuscritos.
Un canónigo de Toledo, Per Abad, entre 1204
y 1207 pudo ser quien finalmente sacara a la luz
nuestra primera piedra literaria, pero esta teoría es
tan defendible como la que Menéndez Pidal
atribuye a un obligado origen soriano-
burgalés o la del hispanista Colin
Smith que defiende una autoría
laica procedente de los límites de
Palencia.
Probablemente, eso sea lo de
menos; lo importante es que:
Por la terrible estepa castellana
al destierro con doce de los suyos
sangre, sudor y hierro,
El Cid cabalga
(Manuel Machado)
P
de Rebotica
LIEGOS
49
Primer folio del manuscrito
del Cantar de mio Cid
conservado en la Biblioteca
Nacional de España.
Estatua del Cid por Anna Hyatt
Huntington en el parque Balboa en
San Diego (Estados Unidos)
1...,39,40,41,42,43,44,45,46,47,48 50,51,52
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