Revista Farmacéuticos - Nº 117 - Abril-Junio 2014 - page 48

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enía unos ojos verdes algo más que
espectaculares. Era consciente de su
elegancia, porte y juventud. Una belleza
diferente, latina, tez morena y larga
melena negra decorando las dos luces
que, al mirarme, deslumbraban. Se acercaba la
noche, el momento en que las sensaciones
adquieren más fuerza, y lo que parecía una cena
más, de compromiso, aburrida y sin encanto, se
transformó con solo verla. Merecía la pena estar allí.
Era un mesa redonda: nosotros, todos,
perfectamente encorbatados y con el cuello prieto,
embutidos en homogéneos trajes oscuros; ellas, no
todas, buscando fascinar o seducir con una
indumentaria sorprendente, atrevida o insinuante,
para destacar los rasgos que más podrían
encandilar a los asistentes a la cita.
La suerte, esta vez, estuvo de mi lado. La
distribución de asientos me colocó a su vera. Si no
hablábamos, si no podíamos comunicarnos, si al
final su idioma y el mío no coincidían, al menos
podría disfrutar detenido en aquellos ojos: sin
disimulo, con fruición, en un intento casi
desenfrenado por la sobredosis de su
luminiscencia. Mi mujer -al otro extremo de la
mesa y con un encanto que atraía a sus dos
acompañantes de aspecto claramente nórdico
poniendo a prueba a un tiempo mis respectivas
cuotas de celos y satisfacción-, sonreía al ver mi
nerviosismo casi adolescente por encontrarme al
lado de aquella sirena y me animaba con un gesto
cómplice a intentar el inicio de una conversación
complicada.
– Hola, buenas noches, ¿cómo le va? –apenas dibujé
con un susurro en mi lengua patria albergando la
esperanza de una sucinta respuesta.
– ¡Oh! Buona sera –sonrió satisfecha mi
compañera– ¿latino-americano?
– No, no… soy español ¿y tú? ¿Italiana? – menuda
pregunta estúpida; todavía hoy me estoy
arrepintiendo de haberla hecho. Las obviedades
caen por su propio peso y aburren de inmediato.
– Certo, naturalmente io sono di Napoli, e tu? –
me contestó sin conceder la mínima importancia a
mi escasa habilidad y tratando de abrir vías para
charlar y pasar una agradable velada. Desde aquel
instante le estuve eternamente agradecido.
El italiano y el español son hijos de un mismo
tronco y no es difícil entablar, con algún que otro
altibajo y graciosos malos entendidos, buena
comunicación. Los dos teníamos ganas de pasarlo
bien, así que fuimos hablando de tantas cosas, con
un pequeño esfuerzo para entendernos mejor; y yo
siempre fijo, distraído o embaucado, no lo sé muy
bien, por aquellos inefables ojos verdes.Al otro
lado de la mesa, mi esposa disfrutaba con sus
suecos y, de vez en cuando, ambos cruzábamos
miradas, entre asombradas y divertidas, tampoco sé
si con un punto de preocupación.
Paola –así se llamaba mi dama de aquella noche– y
yo, no agotábamos los temas y en seguida abríamos
un nuevo campo para comentar, entre risas y
pausas, palabras que se nos escapaban del
vocabulario común que íbamos construyendo. Ella
acudía al ágape acompañando a un delegado de la
embajada de su país al que había conocido en la
Universidad y yo había leído ya mi ponencia en el
congreso y podía, al fin, relajarme y deleitarme con
la ciudad o alguno de los tesoros que guardaba mi
vecina de mesa.
…Y entonces llegó el imposible viaje a Macondo.
Hablemos de literatura
Uno de mis temas predilectos de conversación es
hablar de libros: no soy un experto ni me las doy
de erudito, pero disfruto contando experiencias y
sensaciones desprendidas de las páginas de un
libro. Con sorpresa, pude detectar en Paola esa
misma pasión. Nunca se sabe en qué pueden
coincidir los seres humanos, pero de repente nos
pusimos a hablar de letras, de poesía, de
narraciones y ya no dejamos el asunto hasta que el
diplomático transalpino salió de la nebulosa masa
de gente que bailaba y sugirió a Paola que era buen
momento para despedirse.
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José Vélez García-Nieto
Pliegos de Reboticca
´2014
SOLES DE MEDIANOCHE
Imposible viaje a Macondo
Con sus
Cien años de soledad
, Gabo dio
alas a América Latina y ese gran vuelo
hoy nos envuelve, nos levanta y hace
que nos crezcan flores en la cabeza.
Elena Poniatowska
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