Revista Farmacéuticos - Nº 117 - Abril-Junio 2014 - page 49

Antes, revisamos algunas genialidades de la
literatura clásica italiana y me alucinó Paola con sus
conocimientos de rimas, siempre Dante, de las
narraciones picantes de Boccaccio en el
Decamerón, de la novela moderna con Moravia,
Eco, Pitigrilli…
Por mi parte, puse encima del mantel a Galdós,
Quevedo, por supuesto Cervantes y, de los
contemporáneos, Pérez Reverte, nuestro Raúl o el
entonces incipiente Ruiz Zafón. Paola se interesaba
por mis argumentos y, como yo mismo, se
comprometió a buscar a los que no conocía.
Íbamos por buen camino y estábamos de acuerdo
en casi todo hasta que llegamos a
Cien años de
soledad
.
– Non mi piace, non capisco. Non riesco a vedere
la magia in
Cent’anni di solitudine
1
– descargó sin
anestesia previa.
No lo esperaba. Reconozco que me dejó fuera de
juego. La más alta cima de la literatura en español
del siglo XX; la genialidad hecha prosa y yo, torpe
de mí, convertido sin quererlo en abogado
defensor de una causa evidentemente santa.
Al ver mi desasosiego, entre divertida y sofocada,
Paola me confesó que no había conseguido
entender nada del llamado realismo mágico. Me
propuse entonces explicar, a mi manera, qué
trataba de relatar García Márquez en su obra
cumbre. No sé si lo conseguí, pero al ver mi
desmedido entusiasmo Paola prometió, con aire
confidente, que volvería a leer el libro y que
primero se asesoraría para buscar una buena
traducción. Las traducciones no siempre trasladan
el espíritu de lo que plasma el
escritor, y aunque sé que no
debía hacerlo, le pedí a Paola
que leyera
Cien años
… en
castellano; yo le ayudaría a
resolver sus dudas.
Le ofrecí personajes irrepetibles
como los innumerables Buendía, el
gitano Melquíades con esa mirada
asiática que le permitía conocer el
otro lado de las cosas o la abuela
Úrsula a la que nunca se oyó cantar y
que siempre iba envuelta en sus pollerines
de olán
2
. Le conté que, al principio, Macondo
tenía 300 habitantes, ninguno mayor de 30
años y donde nadie había muerto todavía; hurgué
en doblones coloniales y esqueletos de galeones
españoles; le aseguré que Macondo estaba rodeado
de mar por todas partes aunque hubiera que
desplazarse varias jornadas por selvas inaccesibles
para alcanzar las orillas; le advertí de los riesgos de
la alquimia y le descubrí el hielo, el más grande
invento de la Humanidad.
Luego me descuidé un poco y, sin darme cuenta,
empecé a hablar en italiano con fluidez y sin idea
alguna de este lenguaje que se deshace en su
musicalidad. No era arrogancia o altanería, era el
hechizo de unos ojos y la grandeza imaginativa de
Gabo que me contagiaba su frenesí por contar
historias y leyendas, por imbuir de crónica
periodística cada frase, cada cuento, cada artículo
de su inabarcable territorio creativo.
Me había descentrado del todo, me fui por las
ramas secundarias del escritor. Hablé del incendio
en Bogotá de abril del 48, de la presencia en las
calles de la capital sudamericana de un Fidel
imberbe, del asesinato del negro Gaitán, la gran
esperanza de la política colombiana, de la vuelta de
García Márquez a Barranquilla, de sus trabajos en
El Universal
Traté de volver a Macondo. En realidad, si es que
ésta existe, no sé si había terminado de irme
alguna vez. Me pareció que Paola me observaba
casi embelesada. Miré a mi esposa, al otro lado del
mundo. Ella me lo estaba perdonando todo y sin
saber qué. Siempre ha sido así de maravillosa.
Recordé la melodía de un apabullante arco iris:
erano i giorni dell'arcobaleno, finito l´inverno tornaba il
sereno
3
y, de nuevo, no sé por qué la tarareaba en
italiano.
Se apagaron las luces, se acabó la fiesta. Fuimos los
últimos en abandonar el local. Nunca antes nos
había pasado algo parecido.
Al día siguiente, Paola recibió un amplio
ramo de rosas rojas en la
habitación del hotel con una
nota que decía
déjame llevarte
a Macondo, una aldea de
veinte casas de barro y
cañabrava construidas a
la orilla de un río de
aguas diáfanas que se
precipitan por un lecho
de piedras pulidas,
blancas y enormes
como huevos
prehistóricos
.
Jamás se supo quién se lo había enviado.
49
Pliegos de Reboticca
´2014
SOLES DE MEDIANOCHE
1 No me gusta, no lo entiendo. No consigo ver la magia en
Cien años de soledad.
2 faldas sencillas confeccionadas con tela muy fina de algodón y encaje inferior
formando un olán (holán) o borde con volantes o faralaes.
3 Eran los días del arco iris, terminado el invierno volvía la calma.
1...,39,40,41,42,43,44,45,46,47,48 50,51,52
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