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ARTÍCULO CON FIRMA
FARMACÉUTICOS N.º 428 -
Julio - Agosto
2017
E
scondida en un antiguo baúl de viaje, dormía plácida-
mente una postal en sepia. Al salir a la luz después de
muchos años, lentamente, cual ventana al pasado, empe-
zó a cobrar vida: el día se desperezaba radiante, sólo una
tenue bruma flotaba en el horizonte regocijándose con el
regreso de la flota pesquera. Una ligera brisa soplaba con inusi-
tada cadencia y acercaba los graznidos de las gaviotas has-
ta la inmensa y blanca playa diseñada por la recien-
te marea. ¡El verano había llegado con todo su
romántico esplendor! Rayas multicolores vis-
ten las casetas y tiendas de lona; los cestos de
mimbre para proteger del sol a los bañistas
están perfectamente alineados. Todo está
preparado. ¡La temporada de baños había
comenzado!
Los baños de mar se empezaron a
tomar con fines sanitarios hacia los
años sesenta del siglo XIX siguiendo
la corriente higienista de la época. Aun-
que parezca mentira, hasta entonces no se
había promovido una política de salud que
fuera capaz de establecer estrategias de pre-
vención de las enfermedades derivadas de la
Revolución Industrial. El pensamiento higienista
se desarrolló gracias al trabajo de ingenieros, naturis-
tas, farmacéuticos y médicos. La obra del médico vienés J. P.
Frank titulada
La miseria del pueblo, madre de enfermedades
(1790) fue clave en la introducción del higienismo como parte
de la medicina. Los avances en microbiología produjeron un
gran impacto en el campo de la higiene al descubrirse el ori-
gen microbiano de las epidemias. En España hay que desta-
car la influencia del médico y político Méndez Álvaro, alcalde
de Madrid en la época de Isabel II. Fue escritor y periodis-
ta. Fundó la revista El siglo Médico a partir de la fusión de
2 revistas: La Gaceta Médica y el Boletín de Medicina,
Cirugía y Farmacia. Gracias a su influencia política y a su
gran conocimiento del higienismo europeo, impulsó la crea-
ción de la Sociedad Española de Higiene en 1882, para
“la
propagación de los conocimientos higiénicos, crear institutos
de higiene, fomentar esta disciplina desde el punto de vista de
la docencia y de la investigación, y la confección de una esta-
dística demográfico-sanitaria”
. A partir de la ciencia médica
se inicia el turismo termal y la promoción de balnearios como
centros de salud y ocio. De los balnearios de interior don-
de se tomaban las aguas minero-medicinales como medio de
curación, tanto por vía oral (cura hidropónica) o por vía tópi-
ca, se pasa al empleo terapéutico del agua del mar. Los baños
de mar estaban indicados para una gran variedad de enfer-
medades: respiratorias, dermatológicas o cardiacas e incluso
para la melancolía y la ansiedad. Nacía así una sociedad ávi-
da de salud en paisajes donde conectar con la naturaleza. Las
finas arenas y la blanca espuma del oleaje se convierten en la
imagen naturalista cantada por los escritores franceses Zola
y Rousseau. El veraneo decimonónico es heredero del viaje-
ro romántico. Aquel que viajaba en busca de la naturaleza y
la aventura. Habitualmente, eran miembros de la aristocracia
europea, pintores o escritores. Víctor Hugo, Dumas, Mérimée
o Gautier escribieron los relatos de viajes que consiguieron
ilusionar y hacer soñar a la burguesía de la época.
Brotan los balnearios por los litorales marinos de toda Euro-
pa, siendo los más famosos los de Brighton, Le Havre, Niza,
Cannes, Biarritz, Deauville, San Remo, Livorno, Amalfi o el
Lido de Venecia. En España, los situados en el sur y en el
Levante español. Los del Cantábrico, ubicados en Santander
y Bizkaia, permanecen vivos en la memoria colectiva espa-
ñola gracias a las descripciones que de ellos hicieron grandes
autores como José María Pereda, Pío Baroja, Pérez Galdós o
el poeta Amós de Escalante. Las postales y revistas de
la época reflejan la vida cotidiana de la sociedad
que disfrutaba del ocio en el litoral. Paseos a la
vera del mar entre jardines y miradores don-
de políticos, escritores, científicos, damas
y caballeros y artistas intercambiaban
novedades y noticias. Bailes campes-
tres o de salón se intercalaban con
ferias, conciertos y regatas. Regorde-
tes brazuelos se agitaban alegremente
desde sus grandes cochecitos de bebés
empujados por niñeras bajo las pal-
meras. Sombreros y sombrillas; levi-
tas y bastones. Delicadas muselinas y
sedas vaporosas atrapaban el último sol
de la tarde. Casinos, hoteles, fondas, villas
y chalets conformaban junto a los balnea-
rios y las casas de baños el paisaje urbanístico
de estos lugares de recreo y salud. Por las mañanas
había que ir a tomar el baño. Existían manuales escritos
por médicos higienistas –Gaudet (1850) o Monlau (1869)–
con recomendaciones sobre balneoterapia marina. Los baños
de ola se realizaban en el mar con oleaje para que tuvieran
efecto de hidromasaje. Los bañistas se agarraban a una maro-
ma. Una cuerda gruesa con unos flotadores de corcho que se
tendía desde la orilla. Eran asistidos por los bañeros. También
existían los baños flotantes, una especie de caseta con rejillas
que se introducía en el agua para tomar el baño dentro. Más
sofisticadas eran las casetas tiradas por bueyes. En San Sebas-
tián y en Santander, las playas más aristocráticas, las casetas
avanzaban o retrocedían según la marea. A finales del XIX se
construyó la “caseta real”, en la playa de La Concha, para uso
del rey Alfonso XIII. Un pequeño palacio sobre raíles que,
impulsado por un motor a vapor, se desplazaba hasta el mar
para que el monarca se bañara a salvo de miradas curiosas. En
un principio, las zonas estaban separadas por sexos. Aunque
los usos y costumbres fueron cambiando con el tiempo, la dis-
creción y el pudor estaban muy relacionados con la vestimen-
ta. Hacia 1848 los trajes de baño eran de tela ligera o lana de
color oscuro, pantalón y blusa para ellos y largos ropones con
mangas para ellas. Posteriormente, empezaron a acortarse y
en los felices veinte los hombres empezaron a lucir sus torsos
y las mujeres se bañaban con vestidos llenos de lazos y punti-
llas. Pero el tiempo pasó y el baño de ola se convirtió en baño
de sol y los antiguos balnearios y costumbres empezaron a
desvanecerse. De aquellos baños de ola queda la nostalgia de
una época que supo descubrir el mar. Postales veraniegas que
se pierden en el tiempo. Ahora, la playa es una bulliciosa ven-
tana abierta al mediodía, donde sentir los rayos de sol y el pla-
cer de un chapuzón directamente sobre la piel, donde respirar
yodo y sal, y la alegría de vivir. ¡Buen verano!
✥
María del Mar Sánchez Cobos
Farmacéutica
Aquellos baños de ola