FARMACÉUTICOS N.º 402 -
Febrero
2015
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Artículo CON FIRMA
L
as huellas fosilizadas de una familia son el punto de par-
tida de este largo recorrido. Caminaban tranquilos, como
paseando. Posiblemente fueran a beber. Vívidos azules y
verdes conformaban el paisaje primigenio en el que habi-
taban. Rinocerontes, cocodrilos, felinos, elefantes, jirafas
y búfalos gigantes poblaban ríos, lagos y grandes sabanas. Esta-
mos en África, en un rincón al norte de Tanzania. En un lugar lla-
mado Laeoti en la Garganta de Olduvai donde los paleontólogos
sitúan la “cuna de la humani-
dad”. Allí, la antropóloga británica
Mary Leakey encontró las huellas
homínidas más antiguas conoci-
das
(Australopithecus afarensis)
,
de al menos 3,5 millones de años.
Conservadas en cenizas volcáni-
cas, son de vital importancia en la
evolución humana, porque son la
evidencia de que nuestro antepa-
sado universal se bajó de los árbo-
les, se hizo bípedo y comenzó a
caminar erguido. La bipedestación
deja libres las manos y los brazos,
lo que da la capacidad de manejar
objetos y construir utensilios que requieren una inteligencia avan-
zada. Como consecuencia, el cerebro se va haciendo más grande
a medida que se sube en la escala evolutiva, hasta los 1.350 gra-
mos que pesa el cerebro humano actual. Pertenecemos a un lina-
je singular, enormemente versátil capaz de viajar largas distancias
y colonizar diversos hábitats:
Homo habilis, ergaster, erectus, flo-
resiensis, antecessor, heidelbergensis y neandertal
van marcando
la evolución hasta la supremacía del
Homo sapiens
, que es la úni-
ca especie que permanece en el planeta debido a la adquisición del
lenguaje hablado, el control del fuego y el pensamiento simbóli-
co. Nuestros ancestros salieron de África y comenzaron un lar-
go camino huyendo de una pertinaz sequía; de África a Oriente
Próximo, Asia y Australia; de Alaska a la Patagonia; y del centro
de Asia a Europa, donde se encontró con el Neanderthal; paso a
paso, buscando nuevas fuentes de agua y alimentos; con la mira-
da puesta en el horizonte, siempre hacia adelante; tras la pista de
verdes pastos, subiendo montañas, bajando lomas, vadeando ríos
y bordeando el mar. Durante miles de años, al borde de la extin-
ción, el
sapiens
fue conquistando el mundo en sucesivas oleadas
migratorias; adaptándose genéticamente a los cambios climáticos.
Y a medida que se dirige hacia el norte va aclarando su piel, ade-
cúa sus párpados y ojos para evitar el resplandor excesivo de la
luz o mantiene una baja estatura para conservar el calor. Este largo
viaje de la humanidad se conoce gracias a los marcadores genéti-
cos cuyo estudio ha hecho viable la reconstrucción del mismo. Es
posible que el recientemente descubierto GPS cerebral, responsa-
ble de nuestra orientación espacial, nos ayudará en tan importante
odisea. Lo que está claro es que el
homo sapiens
consiguió reem-
plazar a las demás especies de homínidos y comenzar su evolu-
ción cultural. Al finalizar la época glaciar subieron las temperatu-
ras y se produjeron cambios en la flora y la fauna que permitieron
que las sociedades humanas se asentaran. En ese momento sur-
gen la agricultura y los poblados, la domesticación de animales, la
alfarería y la rueda. Fue una auténtica revolución cultural –la Neo-
lítica– que prácticamente se mantiene hasta nuestros días. Y nos
fuimos haciendo sedentarios. Hasta tal punto, que nuestra actual
forma de vida en los países desarrollados es proclive a la aparición
de la enfermedad metabólica, caracterizada por la elevación de los
triglicéridos, diabetes tipo II, estrés, hipertensión y riesgo de tras-
tornos cardiovasculares; patologías asociadas a la obesidad. Y es
que poseemos un instinto que nos lleva a buscar la grasa y los azú-
cares, porque como afirma el paleontólogo Juan Luis Arsuaga,
estamos diseñados para vivir en la prehistoria. Está demostrado
que el sobrepeso acelera el deterioro progresivo de las articulacio-
nes incidiendo en la aparición de artrosis, enfermedades reumáti-
cas y otras patologías degenerativas.
La falta de actividad física es el cuar-
to factor de riesgo de mortalidad, según
la OMS, y por esa razón elaboró un
programa de recomendaciones en la
que se establece practicar 150 minu-
tos a la semana de ejercicio moderado.
Hay muchas formas de conseguirlo:
natación, montar en bicicleta o cami-
nar a ritmo moderado. Así que suba su
esperanza de vida y mejore su mecá-
nica respiratoria; eleve su frecuencia
y eficiencia cardiaca; baje su tensión
arterial, disminuya los niveles de glu-
cosa y colesterol, segregue serotonina
y adrenalina; déjese abrazar por el sol y
sintetice vitamina D; aumente su densidad ósea y refuerce su mus-
culatura para prevenir hernias discales y lumbalgias y estimule sus
cartílagos para evitar atrofias. Es decir: dese un paseo terapéutico
de treinta a sesenta minutos al día. Con un gasto calórico de unas
200 calorías por hora, que puede elevarse hasta 340 si la marcha
es rápida, se convierte en el mejor aliado para controlar el peso.
Además es un inductor al sueño tranquilo y reparador y un poten-
te relajante que induce recuerdos y pensamientos. Paseando bro-
tan las ideas, se libera la mente, se aumenta la creatividad. Cami-
ne a la vera de las riberas, senderos o veredas. Ponga en marcha los
mecanismos del cerebro: solo o en compañía. Sin prisa, siéntase un
vagabundo, un viajero romántico, un artista, como Schubert, cuyas
formas musicales son auténticos paseos. Como Cézanne que siem-
pre que podía salía a los caminos para pintarlos: dibujando curvas
en los bosques o en sendas nevadas, invitando al espectador a entrar
en sus cuadros. !Ay! Pasear los pensamientos entre brumas y som-
bras; contemplar los nenúfares impresionistas en senderos de agua.
Filosofar bajo los almendros en flor o inspirar el aroma impregna-
do de algas del mar. Andar sobre arena o asfalto. Sí. Recorra las
viejas calzadas holladas por las pisadas de los peregrinos y contem-
ple las estrellas si le gusta la noche.Y en un cruce de caminos don-
de quizás no haya letreros, vuélvase un aventurero: que hay cami-
nos de aire y de sueños. El hombre soñó con alcanzar la luna.Y lo
logró. Todos pudimos ser testigos de aquel mágico 20 de julio de
1969 cuando el astronauta Neil Armstrong dio sus pasos lentos,
ingrávidos ymisteriosos, sobre la superficie del satélite donde al no
haber rozamiento ni viento que las borre, aún permanecen las hue-
llas de sus pisadas. Como permanecen las de nuestros ancestros
fosilizadas. Millones de años las separan, pero ellas representan el
rastro profundo y duradero del largo paseo de la humanidad: de la
llanura del Serengueti al Mar de la Tranquilidad.
María del Mar Sánchez Cobos. Farmacéutica
NOTA:
En el artículo “500 años con Teresa” publicado en el
n.º 400, la beata M. Sagrario de S. Luis Gonzaga es originaria
de Lillo (Toledo) y no valenciana como se indicaba.
El largo paseo de la humanidad