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109 Panorama Actual del Medicamento

ASESORAMIENTO FARMACÉUTICO

hipercortisolismo, hiperinsulinismo primario, pseudohipoparatiroidismo) o genéticos (Síndro-mes de Ptrader–Willi, Laurence Moon Biedl, Als-trom, Cohen, Turner; lipodistrofa familiar, etc.). Los niños que presentan un defecto hormonal o genético suelen ser de escasa estatura (por debajo del percentil 5) mientras que los niños con obesidad idiopática suelen estar por encima del percentil 50 de talla. El niño “gordito” tiene muchas más posibilidades de convertirse en el adulto “obeso”, con todas las implicaciones que ello conlleva. Inicialmente, la persistencia de la obesidad en la edad adulta va a estar fuerte-mente infuenciada por la edad de inicio de la misma, así como por la existencia de al menos un progenitor obeso. En niños obesos mayores de 6 años, existe una probabilidad del 50% de seguir siendo obesos en la edad adulta. El 70– 80% de los adolescentes obesos serán adultos obesos.

TRATAMIENTO

Las primeras herramientas terapéuticas en la obesidad utilizadas son de tipo psicosocial e implican cambios en el estilo de vida de la persona obesa. Consisten en dietas específ-cas, ejercicio físico moderado y, eventualmente, apoyo psicológico especializado. Suelen funcio-nar bien durante períodos de hasta seis meses, permitiendo reducir una media de 8 a 10 kg de peso. Sin embargo, los pacientes acaban re-cuperando paulatinamente el peso perdido, al cabo de uno a tres años.

Últimamente se está dando una especial im-portancia a la realización de ejercicio físico por parte de los obesos. Dado que la actividad física regular se asocia con una reducción de la co-morbilidad asociada a la obesidad, puede ser un buen predictor de la capacidad para mantener el peso e incluso reducir la mortalidad general. La llamada dieta mediterránea en una forma un tanto ambigua de referirse a una “ac-titud” ante la alimentación que no solo incluye una determinada composición de la dieta, sino también otros aspectos de difícil cuantifcación pero unánimemente considerados por los exper-tos, como el tiempo dedicado a la comida y la actitud psicológica ante ella, incluyendo la rela-ción social que habitualmente está implícita en la cultura mediterránea.

En cualquier caso, la dieta mediterránea se caracteriza, entre otros aspectos, por un alto contenido en frutas y verduras, utilización de grasas de origen vegetal (sobre todo, monoin-saturada como el aceite de oliva), abundante uso de pescados (incluyendo pescados grasos o azules), consumo de glúcidos complejos (pan, pasta, legumbres, etc.) y uso moderado de vino y otras bebidas alcohólicas de baja graduación. Obviamente, ésta es una defnición ideal que no siempre se ajusta a la realidad personal. Las investigaciones clínicas, epidemiológicas y bioquímicas han aportado unas bases científcas rigurosas sobre los benefcios de la dieta medite-rránea para la salud, hasta el punto de que hoy podemos afrmar con rotundidad que seguir a una dieta mediterránea se asocia con un menor riesgo de mortalidad global y un descenso de mortalidad similar en las enfermedades corona-ria y cardiovascular y en el cáncer, en la pobla-ción sana mayor de 70 años. En este sentido, el consumo de una dieta tipo mediterránea, rica en ácido alfa-linolénico, produce una reducción del riesgo cardiovascular del 50 al 70%, dismi-nuye el riesgo relativo de reinfarto y mantiene su efecto protector hasta 4 años después de haber sufrido el primer infarto de miocardio, sin alterar el poder predictor independiente de recurrencia que tienen los factores de riesgo tradicionales, como la hipercolesterolemia y la hipertensión. Adicionalmente, las personas con un consumo relativamente alto de alimentos de la dieta mediterránea tienen menor mortalidad prematura tras un primer infarto de miocardio y reduce específcamente el riesgo de enfermedad coronaria entre un 8 y un 45%.

Por otro lado, la dieta mediterránea podría re-ducir la prevalencia de síndrome metabólico y su riesgo vascular asociado, posiblemente por una disminución de la infamación asociada con dicho síndrome, reduciendo la concentración de mar-cadores proinfamatorios y procoagulantes en personas sin antecedentes cardiovasculares. Aun-que con un nivel bajo de calidad de la evidencia científca, se considera que el seguimiento de una dieta mediterránea se relaciona inversamente con la presión arterial. Finalmente, los enfermos con coronariopatía que siguen una alimentación me-diterránea podrían estar protegidos frente al de-sarrollo de determinados tumores, especialmente los urinarios, digestivos y de garganta.

No obstante, no todos los componentes del patrón alimentario mediterráneo tienen por qué

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