Revista Pliegos de Rebotica - Nº 142- julio/septiembre 2020

38 –Abuelo, ¿te acuerdas cuando me llevaste a pescar y me caí al agua? Su abuelo le miró, no sonreía, pero tampoco expresaba desagrado o extrañeza, como si fuera él quien asentía para no desagradarle. Ninguna de las preguntas de Luis estimulaba la memoria de su abuelo, ninguna respuesta, como si el silencio fuera la mejor estrategia para esconder el vacío. El mundo había desaparecido, de hecho, incluso su abuelo había dejado de ser para existir en la memoria de las pocas personas que le recordaban, sobre todo su nieto. Cuando Luis callaba, solía repetirse la misma pregunta, sin ningún afecto, ni si quiera con curiosidad, se emitía de un modo monótono, si emocionalidad subyacente, desde la neutralidad que solo la vacuidad puede producir. –¿Y usted quién es? –Tu nieto Luis. Con una sonrisa se levantó de la silla y se dirigió rumbo a su propia vida, llena de memorias y de memorias por conquistar. Antes de irse le besó en la frente y el anciano no hizo ademán de extrañamiento, aceptó aquel beso. Fue el último beso que recibió su abuelo. Los acontecimientos se precipitaron de un modo insospechado. Se prohibieron las visitas, las noticias eran confusas cuando no esquivas. Finalmente, veinticuatro días después de aquella última visita, Luis supo que su abuelo había muerto. Los rumores de ancianos fallecidos y abandonados en sus camas corrían por las noticias. Se habilitó el palacio de hielo como improvisada morgue. Supo por algunos compañeros que en ocasiones el triaje en las urgencias había considerado como criterio de elección la edad. Aquella noche, las memorias de los hechos vividos con su abuelo habían desaparecido, pensar en él le llenaba de rabia, de impotencia y en cierta forma de culpa. El dolor condujo al llanto, solo, en su habitación, lloró hasta agotar sus lágrimas y cuando su llanto le hizo vulnerable pudo sentir la mano de su abuelo siempre protectora, siempre listo para acariciar la herida y sanar con su magia el golpe recibido, su calor, incluso su verdadero olor, no el que sentía en aquellas visitas y que ahora ya había logrado comprender. Con el llanto controlado, un poco contenido, pero aún con alguna fuerza para revivir pensó en aquel beso, el último beso en la frente que había dado a su abuelo. ¿Y si aquel gesto hubiera sido el medio en que el invisible asesino se acercó a su abuelo? En seguida echó a un lado de la mente aquella idea, eran muchos los infectados en aquella residencia y la consecuencia era del todo inevitable. Con todo, esa sensación abdujo un pequeño fragmento de su espacio mental. Si al menos hubiera podido despedirse, luego comprendió que probablemente tampoco le habría reconocido, que el modo en que debía rendirle homenaje era conservar su memoria, incluso sacar de ella lo mejor que contenía el alma de su abuelo y así intentar replicar su ejemplo en su propia existencia.Valor, sacrificio, entrega y resistencia infinita. Todo ello ejercido desde un profundo amor, poco expresivo, pero tremendamente amable. Su abuelo era una persona con la fuerza del hombre libre, ese que vive sabiendo que va a morir y por tanto busca en la vida un sentido más allá de sí mismo, porque así, distinguido de las bestias, su conciencia mortal se convierte en ventaja, en forma de existir, ex–sistere , ser fuera de uno mismo. Ya de madrugada, Luis pudo pensar casi gritando “descansa en paz abuelo y dale un beso a la abuelita” Aquí desde el abismo del papel en blanco quiero sumarme al duelo de Luis, a los miles de personas que han debido dar su último adiós en la distancia, en la intimidad de sus sentimientos. Se dice que han sido héroes por resistir el envite de esta enfermedad confinados y en ocasiones hacinados en residencias mal atendidas y gestionadas por la avaricia de quienes no se sustraen de rentabilizar el último aliento de sus vidas. Han sido héroes por el modo en que han vivido, su muerte no ha sido heroica sino víctimas de un sistema ferozmente injusto y predador donde la debilidad es el argumento de la felonía. Me niego a honrar su muerte porque guardo toda mi fuerza para honrar sus vidas. Descansad en paz y para cada uno, un abrazo, que siendo simbólico no puede llevar la muerte en la piel. Pliegos de Rebotica 2020 FABULA

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