Revista Pliegos de Rebotica - Nº 142- julio/septiembre 2020

14 Pliegos de Rebotica 2020 –Buenas noches. Hasta mañana –dice ella al cruzarse con alguno. Teresa acumula sensaciones diferentes al acceder al descansillo del ascensor en la 5ª planta. Mientras presiona el botón de la 0 que da salida al hospital, no son recuerdos vagos lo que llena su mapa visual, son imágenes fotográficas, pertenecen al pasar de una vida y son antiguas, muy antiguas. Las recuerda con los recortes laterales característicos del papel fotográfico en los años 60 y siempre en blanco y negro. La primera es de una nitidez exquisita. Ella, un mico de cuatro años, y otras cuatro figuras que miran muy serios a la cámara en la puerta de un box. No recuerda sus nombres pero sabe que tres son mozos de la cuadra; uno de ellos está semiarrodillado y la rodea con los brazos para protegerla. El quinto personaje es un precioso corcel en cuyo involuntario posado hay algo de trascendente. Mirada perdida en el infinito, cabeza rasgada por una marca blanca y manos calzadas hasta media caña definen su alta clase. Seguramente es uno de esos carísimos caballos que tantas carreras ganaban. Al cruzar las puertas abatibles del hospital tiene que detenerse un momento. Necesita forzar un auténtico silencio mental para recordar dónde ha aparcado el coche. Mientras camina hacia la calle Pedro Rico otro recuerdo emerge en su cabeza. Es ella, probablemente con no más de tres años, calcetines altos, falda diminuta y aquella chaqueta azul de punto que tantos años le duró, junto a su padre. A la espalda de ambos dos preciosos animales, tal vez yeguas, de capa negra tan oscura que en el contraluz cuesta diferenciarlas del frondoso arbolado que los rodea. Del álbum imaginario se descuelgan con nitidez después las sensaciones de estar montando al recortadito Bateo , o aproximándose al salto con el agilísimo Lenguadina .Y es su padre dando cuerda a algún caballo en la pista grande; o él también poniendo una montura, repasando los estribos o decidiendo entre bocado y filete para que su hija pudiera montar con cierta seguridad. –Ven. Mira, así. Abres la mano con los dedos juntos. Se lo enseñas, qué él pueda ver lo que le vas a dar y acercas la mano. No tengas miedo. No te va a hacer nada –es la voz tranquila de su padre iniciándola en cómo recompensar. –Y ahora, sin mover la mano dejas que coja el azucarillo y le das una palmaditas en el cuello. ¿Ves? ¿A que es fácil? –continua él con la enseñanza facilitando que la mano de Teresa se deslice con suavidad por el pelaje del animal. Y la niña lo hace confiando ciegamente en el modelo que él le mostraba. No se aparta al notar el levísimo toque de la dentadura del equino y el suave resbalar de su hocico sobre la piel desnuda al hacerse con el trofeo. Creyendo entender la razón, Teresa se ríe tímidamente cuando el caballo empieza a mover la cabeza de arriba a abajo tras engullir el pequeño regalo de la niña. –Mira, papá, dice que le gusta mucho. –Sí, claro que le gusta. Es su forma de demostrar alegría. Lo irás descubriendo por ti misma. Y fue cierto. Tuvo muchas más oportunidades para comprobarlo. Pero ahora lo que tiene en sus manos no son riendas sino una máquina que obedece sin rechistar. En pocos minutos, Teresa está bajando por la calle Monforte de Lemos para torcer a la derecha en Peñafiel y alcanzar en apenas 50 metros la entrada del garaje. Acciona el mando a distancia y el portalón se va abriendo desde el suelo permitiendo el paso a la oscuridad casi absoluta del interior. –Sujeta bien las riendas. No te descuides que como baje la cabeza de golpe vas a salir por las orejas –la voz de él resuena de nuevo en su cabeza mientras el proceso de apertura se completa. “Solo me dejabas aflojar la tensión sobre el bocado cuando terminaba de galopar o saltar.Y al principio, bien lo sé, me recordabas que no me olvidara de dar unas palmaditas en el cuello del animal. Me pedías firmeza pero también sensibilidad”, murmulla mientras recorre el interior del garaje hasta llegar a su plaza. “Firmeza y sensibilidad”, sigue la frase dando vueltas en su cerebro mientras se encamina al ascensor que la lleva a su planta. “Firmeza y sensibilidad”, repite mientras introduce la llave, accede al piso y su escenario mental retorna a la realidad familiar.

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