Revista Pliegos de Rebotica - Nº 141- abril-junio 2020

38 tranquilizarla sino la propia gratificación del cuerpo que abrazaba. Pero el miedo volvía una y otra vez, cada vez más poderoso, la joven crecía y se hacia fuerte y el miedo se convirtió en otra bestia acechante, esta vez la violencia ya no se dirigía hacia ella misma sino a ella y a todo cuanto hubiera cerca. El miedo convertido en ira es el peor de los miedos porque solo se alivia con el dolor propio o ajeno. Miedo, ira y dolor convirtieron su vida en un infierno y la necesidad de aquel abrazo crecía y crecía de un modo incontenible. Pasó el tiempo, el dolor se fue mitigando, la ira fue perdiendo fuerza y el miedo comenzaba a diluirse en una memoria con cada vez menos intensidad. Entonces, la vida trajo a sus brazos una vida nueva. De ella había brotado el mejor y más bonito milagro que podamos contemplar. Le puso su mismo nombre y la cuidó con tanta ternura que entre ellas creció un lazo de incorruptible amor. Amaba aquella vida más que a la suya, mucho más, de hecho, pensaba en la propia como insignificante ante el más mínimo atisbo de inquietud en su pequeña. Hubo entonces una noche fría. Negra, con truenos y relámpagos y desde su cama oyó un desesperado grito, como un aullido que le quebraba el alma. El día siguiente sería tan duro como los anteriores. En el súbito despertar por su mente cruzó un reproche, saltó de la cama, pero no lo hizo con el talante que de ella sería esperable. Su paso acelerado hacia la habitación anticipaba una regañina, pero al tocar el pomo de aquella puerta su mente se quebró como si el mismo tejido de la realidad lo hiciera bajo sus pies, una fuerza invadió su conciencia, ni siquiera hubo de poner en palabras lo que debía hacerse, simplemente, entró en la habitación tomó a su niña y la abrazó. Sin palabras ambas se fundieron en un profundo y caluroso abrazo, Solo dijo: “que noche más mala, pero aquí está mamá, no te preocupes por nada”. La niña, al poco se durmió, ella no. La vigilia constante, pero sin ningún cansancio, una enorme serenidad la invadió. Llegado el amanecer comprendió uno de los más misteriosos hechos del alma. Aquel abrazo necesitado no podía ser recibido porque perdido aquel momento ningún otro abrazo podría haberlo sustituido, la única solución era darlo, ofrecer aquel calor y así podría tenerlo con la misma intensidad que antes lo había necesitado. No cambiaron muchas cosas, siguió siendo una mujer dura, incluso poco simpática con según quien. Solo una cosa cambió, derrotó al miedo y su hija jamás llegó a conocerlo. Cada vez que se encontraban se fundían en un abrazo que era envidia de cualquiera que llegara a verlo, pero solo ellas comprendían la profundidad de aquel gesto. Pliegos de Rebotica 2020 FABULA

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