Revista Pliegos de Rebotica - Nº 141- abril-junio 2020

E FABULA Javier Arnaiz 37 Pliegos de Rebotica 2020 E ra una noche oscura, el invierno azotaba las ventanas y el frio mantenido a raya por el calor del radiador podía sentirse con todos los sentidos que no dependen de la piel. Una noche oscura para todos, pero especialmente oscura para ella, para aquella pequeña e incipiente vida que vivía con terror los truenos sobrevenidos siempre detrás del fogonazo del relámpago. Cada vez se acurrucaba más, con mas tensión, apretaba sus ojitos para intentar exorcizar los demonios de la noche, el miedo invadía con mayor intensidad cada instante, cada momento era peor que el anterior, así que sin ningún esfuerzo de la voluntad de su garganta emergió una llamada salida de lo más profundo de su joven espíritu. Gritó: “mama” y después rompió a llorar como nunca lo había hecho, de un modo desconsolado evidenciando su inmensa necesidad de calor, de un abrazo tranquilizador, de un cuerpo que le dijera con amabilidad que no había peligro, que todo iría bien. La puerta se abrió y por un momento entendió que se acercaba el final del miedo, que tras la puerta estaba el cuerpo tranquilo, la esperanza, el calor que no sale del radiador sino del fondo de un corazón que la quiere y la protege. ¿Qué te pasa ahora? A callar que mañana hay que madrugar. Aquellas palabras salieron del quicio de la puerta, ni siquiera pudo advertir de un modo completo la presencia, solo la voz atronadora que imponía silencio al temor, a la inquietud que le producía aquella noche oscura y que representaba todos los temores que del mundo podían venir. La pequeña calló, no en un sueño tranquilizador, sino en un silencio profundo que solo aumentaba su temor, ahora temía a la noche y a la voz que la hizo callar. Muchos años duró aquel silencio, mucho tiempo pudo mantenerse callada, el colegio, la rutina, los juegos infantiles casi dejaron de lado aquel temor, pero él estaba ahí, amenazante, acechando en busca de una oportunidad. Surgió de un modo natural, ante una pequeña dificultad cotidiana, un poco de miedo a alguna nimiedad hizo saltar a la bestia dormida y todo el horror de aquella noche oscura la impregnó saturando todos sus sentidos, incluso el sentido común. Pero ahora ya no era una pequeña indefensa, el tiempo la había convertido en una bella joven y aunque ella no lo sabía encontró un poder que ella no comprendía, pero aprendió a utilizar. Muchos querían abrazarla y a ella le tranquilizó su miedo. Después del abrazo surgía el hastío, la decepción y la certeza del abrazo falso. De un abrazo que no buscaba El abrazo

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