Revista Farmacéuticos - Nº 122 - Julio-Septiembre 2015 - page 6

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icen los expertos que sin memoria no
podríamos vivir.Y aunque pueda parecer
una afirmación algo exagerada, estoy
firmemente de acuerdo con ella. ¿Cómo
saber lo que es bueno y lo que es malo?
¿Qué elementos de la naturaleza son comestibles?
¿Cuándo y de que forma evitar un peligro previsible?
¿Cómo se monta en bicicleta, se escribe un sobre o se
bate un huevo?
No es que sea preciso parecerse a Solomon
Shereshevsky, aquel genio mnemonista con una
memoria sin límites. Pero está claro que registrar,
retener y recordar los hechos, las habilidades, las
normas de convivencia mínimas, son tareas
imprescindibles para la supervivencia.
Sin embargo, en este nuevo mundo a menudo
inhóspito y rudo que es la aldea global profetizada hace
décadas por Marshall Mc Luham, y en la que Google es
el nuevo dios con sus rezos, sus salmos y sus
invocaciones, la memoria, abofeteada primero e
inmolada después, está siendo sustituida en gran
medida por una buena lista de direcciones de Internet.
Y es que, realmente, casi todo está en la red: el
mejor recorrido para un trayecto determinado; el
tiempo atmosférico de un lugar al que vamos a viajar;
las películas de más actualidad; el asiento que queda
libre en el avión de mi próximo destino; la pareja
idónea –y tal vez falsa- para una romántica cita a
ciegas…
Los médicos tenemos en nuestras bibliotecas
menos libros, menos revistas… y menos memoria en
nuestra cabeza. Las dosis de los últimos tratamientos,
los protocolos de los procesos más comunes, las guías
clínicas de los más especializados, los signos
diagnósticos de los más excepcionales, se encuentran
en segundos apretando una tecla. ¿Para que memorizar
entonces? Se hace cierto aquel axioma para vagos:
lo
importante no es conocer muchos datos, sino tener el
teléfono del que los conoce todos
. Solo algunos perplejos
supervivientes de la nostalgia se inmolan en la
contumacia del pasado, y defienden con más
heroísmo que eficacia, el
clásico estudio ya
obsoleto.
Y yo me pregunto:
¿seremos
finalmente autómatas
súbditos de la informática?
¿Acabará el hombre
electrónico integrado en
una secta de virtualismo sin
censura? ¿Perderemos en este viaje de hielo y soledad
la capacidad de comportarnos como humanos, falibles,
confusos, equivocados pero ciertos?
No. Nunca.
Nunca mientras exista ese algo insustituible por las
máquinas, irreproducible por los programas,
inextinguible por los virus informáticos: mientras exista
el beso.
Besarse es una de las actividades más bellas y
placenteras de la relación humana. Desde el primer
momento de la vida hasta el instante de la muerte, el
beso nos acompaña. Puede ser un acto social, de
comunicación, de entrega, sexual, de afecto, de
reconciliación… hasta de traición, como el beso de
Judas.
El beso era vida cuando las madres prehistóricas,
trituraban la comida con la boca y juntando sus labios a
los de su cría, les administraban el alimento en un acto
a la vez terrenal y sublime.
El beso largo, profundo, húmedo y arrebatado es el
preludio perturbador de la posesión definitiva.Ya dice el
refranero:“Mujer besada, mujer entregada”.
El beso es un complemento idóneo a las dietas de
adelgazamiento: hasta 12 calorías, por beso intenso y
prolongado. Un buen motivo para probar y repetir,
aunque existe el riesgo del dulce delirio aritmético -
¿besorexia?- que nos lleve multiplicar, mejor que a
sumar.
El beso es una medida del cariño. Puede ser que un
alexitímico sea remiso al contacto placentero del beso.
Pero incluso esos individuos proclives a la misantropía,
debilitan su timidez y ensalzan su vehemencia ante un
beso sincero y audaz.
Mas debo decirles para ser rigurosa, que el ejercicio
de besar tiene riesgos. Puede ser contagioso y adictivo.
Y también puede ser objeto de sustracción.Aunque
este último inconveniente, tiene tratamiento:
Porque me has dado un beso
riñe tu madre.
Toma tu beso de vuelta, niña,
y dile que calle.
Y ahora, díganme: ¿les he convencido de que el beso
nos salva?
Créanlo.Y si la fe no es suficiente, hagan la prueba.
Se lo recomienda una experta.
Pues eso.
Aurora Guerra
El beso
nos salva
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