Página 48 - Pliegos de Rebotica Nº 110 - Julio/Septiembre 2012

E
xcelente y ameno el trabajo publicado en
el Nº 109 de
Pliegos
por el nunca suficientemente
valorado profesor don Benito del Castillo, una de
esas personalidades que adornan el currículum de
toda una profesión, sin esfuerzo aparente, pero con
un inabarcable acervo de conocimientos personales
y también de reconocimientos internacionales y
académicos allende nuestras fronteras. Ya se sabe
que para merecer la justa alabanza en nuestra tierra
suele ser preciso pasar a mejor vida y
afortunadamente no es el momento de semejante
circunstancia.
Y no será porque en el artículo titulado
La farmacia
española y otras cosas de Filipinas
,
Benito no
peque de cierta fibra de parcialidad y enjuicie la
labor de nuestras gentes en
aquellas remotas tierras como
ejemplar, dinamizadora y
respetuosa con la población
autóctona. Sirva esta pequeña
contribución para entablar
una relativa polémica y
comentar algunos errores que
los españoles pudimos
cometer en el pasado y que,
leídos en un periódico
cualquiera de nuestros días,
nos podrían sonar conocidos e
incluso cotidianos.
Es verdad que estuvimos más de trescientos años
conviviendo en aquellas islas casi innumerables del
Pacífico, a las que todavía algunos denominaban en
el Imperio como las Indias Orientales y que
trabajamos mucho en la incorporación y aceptación
de las distintas culturas y costumbres basados en el
respeto y no en la imposición o la anexión. Es
verdad, también, que nuestra mente no era la clásica
de los colonizadores y que no pusimos demasiado
empeño en separar las distintas clases sociales.
Nuestros defectos fueron otros y por eso acabamos
como acabamos: con
los últimos de Filipinas
,
como
un curioso e inútil símbolo de heroísmo que hoy
desconocen por completo las nuevas generaciones
de escolares en nuestro país.
La miopía de la decadencia
Nadie discute que la ultima década del siglo XIX
fue lamentable en España y que el tambaleante
imperio en el que no se ponía el sol daba sus
boqueadas postreras sin llegarle aire alguno. El mar,
nuestro tradicional aliado para la aventura y el
transporte, se había convertido en un enemigo
ladino y traicionero que dominaban otras potencias,
emergentes o saqueadoras sin escrúpulos, que veían
todas nuestras embarcaciones como una nueva
oportunidad para hacerse ricos, sin riesgo alguno en
los abordajes.
Estados Unidos se intuía ya como la gran nación,
plena de recursos y capacidades, dispuesta y
preparada para ampliar y dominar todos los
territorios posibles. Inglaterra, mientras, seguía su
incesante acopio de bienes ajenos y Francia tenía
suficiente con resolver la herencia napoleónica.
La América hispana se deshacía entre nuestras
manos sin remedio. Los últimos años de nuestra
administración en la zona habían sido rechazables
desde cualquier perspectiva. La corrupción, el
engaño, el reparto entre unos pocos de tanta riqueza
oculta, algún desmán del ejército –solo contemplado
entonces como invasor– y hasta la actitud
acobardada de cierto clero acomodado y poco
proclive a denunciar los abusos y desmanes,
indujeron a la natural revolución.
La presión venía de Occidente y descuidamos por
completo el Oriente. Filipinas se sentía española a
pesar del olvido, se hablaba el castellano como
lengua unificadora de todas las lenguas de las islas y
hasta el tagalo incorporaba algunos vocablos
nuestros para mantener la vitalidad de cualquier
idioma vivo. Las ansias de autonomía no buscaban
independencia de la metrópoli, pero empezó a
extenderse entre los nativos la tentación de buscarse
otras gentes que les ayudaran de verdad en su
progreso e imparable desarrollo. Y ahí acechaba
Estados Unidos porque aquella era una base
marítima estratégica que no se podía desdeñar. Era
el observatorio perfecto para controlar a los grandes
competidores orientales, sobre todo Japón y la
inmensa China.
Las autoridades españolas habían prometido construir
buenas redes de comunicación y mejorar la conexión
entre las islas, Luzón y Mindanao básicamente, pero
hacía años que allí no llegaba ayuda alguna. Los
británicos y norteamericanos ofrecían infraestructuras
a cambio de muy poco, mientras los representantes
P
de Rebotica
LIEGOS
48
José Vélez García-Nieto
soles demedianoche
¿
Qué fue de los
últimos de Filipinas?