del gobierno español se distraían en llenar sus propios
bolsillos como si fuera la última oportunidad. Quizás
es que realmente lo era.
La encomiable labor de la iglesia misionera también
se había ido deteriorando tras siglos de acomodarse
al statu quo y la cercanía al poder blanco. Nada
funcionaba ya y a finales del año 1895 se
produjeron algunos conatos de los isleños para
deshacerse de tanta corrupción e inmovilismo, de
tan escaso respeto a la idiosincrasia de los demás y
de la nula solidaridad de quienes tenía la capacidad
de manejar fondos y cuentas bancarias.
Una figura destacó entonces sobre la de los demás
filipinos. Su nombre, José Rizal, un personaje
llamado a afrontar ese cambio sin traumas y que la
miopía de una potencia decadente y sorda se
encargó de cercenar con su encarcelamiento e
indigna ejecución el 30 de diciembre de 1896. La
mecha se había encendido definitivamente y ya nada
ni nadie podría parar una explosión que el propio
Rizal trató de evitar con sinceros mensajes de paz y
buscando siempre los puntos de encuentro. Rizal fue
también un insigne literato y la noche antes de su
fusilamiento, cortando de raíz uno prometedores
treinta y cinco años, escribió un bellísimo poema en
su lengua propia, el castellano, titulado
Mi último
adiós
con estrofas tan exquisitas como estas:
Adiós, Patria adorada, región del sol querida,
Perla del mar de oriente, nuestro perdido Edén!
A darte voy alegre la triste mustia vida,
Y fuera más brillante, más fresca, más florida,
También por ti la diera, la diera por tu bien.
(....)
Mis sueños cuando apenas muchacho adolescente,
Mis sueños cuando joven ya lleno de vigor,
Fueron el verte un día, joya del mar de oriente,
Secos los negros ojos, alta la tersa frente,
Sin ceño, sin arrugas, sin manchas de rubor
(....)
Mi patria idolatrada, dolor de mis dolores,
Querida Filipinas, oye el postrer adiós.
Ahí te dejo todo, mis padres, mis amores.
Voy donde no hay esclavos, verdugos ni opresores,
Donde la fe no mata, donde el que reina es Dios.
(...)
Como se ve, un grito por la libertad, pero también por
el respeto, por terminar con las castas artificiales que
crea el ser humano, por una religión digna e
igualitaria y por un Dios que a todos acoge sin fijarse
en colores o filias políticas. José Rizal fue un hombre
de fe inquebrantable y profunda lealtad a España que
no encontró los interlocutores oportunos porque el
gobierno de la nación envió a Filipinas al inflexible
general Polavieja en 1895 para sofocar cualquier
movimiento independentista, pero sin escuchar las
demandas de quienes querían seguir bajo el amparo de
un Estado que había sido muy buen amigo durante los
primeros siglos de convivencia.
Aquella última etapa dio lugar al tratado de París
firmado en 1898 y donde España se rendía sin
condiciones a todas las demandas de la arrolladora
nueva fuerza norteamericana. Cuba era la
protagonista, pero la prensa de Estados Unidos,
encabezada por los diarios que dirigían Hearst y
Pulitzer, se encargó de atizar las demandas y
Filipinas pasó de unas manos a otras por un mísero
puñado de dólares y sin tener en cuenta apenas las
reivindicaciones de la población nativa de las islas.
Y mientras, quedaron los últimos de Filipinas,
luchando hasta junio de 1899 en el reducto de
Baler en Luzón, contra toda esperanza y todos los
tratados firmados, para defender hasta la
extenuación esa enseña rojigualda que hoy se
respeta tan poco en lugares muy concretos de
nuestra geografía
Pero Filipinas seguía queriendo a España, quizá
más de lo que nosotros sentíamos por el
archipiélago patrio mas remoto. Por eso, su
primera constitución –la de los Malolos,
promulgada en enero de 1899– se redactó en
castellano, única lengua oficial para todo el
territorio.
Por eso, muchos nombres siguen conservando el
ancestro español mas de cien años después de la
dolorosa separación. Por eso también, una de sus
mujeres señeras en la defensa de la dignidad y la
independencia del ser humano y de los propios
filipinos se llamaba Corazón, un nombre
puramente hispano.
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P
de Rebotica
LIEGOS
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imágen: El
mundo