Página 38 - Pliegos de Rebotica Nº 110 - Julio/Septiembre 2012

Lo irreconciliable de las posturas obligó a
repartir las tierras. En el norte quedaron los
que a sí mismos se llamaron balancistas
porque su ley se basó en el balance de fuerzas
de cada cual. Al sur se marcharon los
equitalistas porque decidieron que su ley
básica debía basarse en la equivalencia de
todo ser humano, al margen de su capacidad o
necesidad.
Los del norte, enseguida pudieron
recuperar cierta prosperidad, eso sí, a costa de
permitir que algunos vivieran bastante mejor
que otros y, más aún, que otros muchos
perecieran víctimas del agotamiento por su
inanición.
Los del sur tuvieron al principio peor
suerte, el reparto de grano y alimento tan
escaso a penas permitía que todos
sobrevivieran y los campos faltos de la
necesaria agua tampoco podían darles mejor
consuelo.
Los balancistas tomaron serias medidas de
frontera, no fuera que sus vecinos del sur les
invadieran movidos por la hambruna. Los
equitalistas seguían luchando intentando hacer
los mismos esfuerzos que sus vecinos.
La sequía se prolongaba, cada vez eran menos
los habitantes del norte y su ley les llevaba a
ser cada vez más severos con sus propios
ciudadanos, tanto que escaseaban los niños.
Entre tanto, en el sur, la población seguía
creciendo en la pobreza pero aumentando su
número.
La ley del balance llegó a decretar que
debían aprovecharse los cadáveres de los
muertos, que no había lógica en desperdiciar
la carne fuera cual fuera su origen. Pasado
algún tiempo, pese a que algunas tierras del
norte se habían convertido en huertas gracias
a las obras que realizaron para traer agua
desde la montaña, nadie podía cultivar. La
población era vieja, había
algunos jóvenes, pero
enseñados en la ley del
balance decidían cultivar
únicamente lo que era
estrictamente necesario
para su propio
sostenimiento, sin
considerar las necesidades
de aquellos que habían
compartido con
ellos sus
raciones.
Intentaron
abrir las
fronteras,
creyeron que
los hambrientos del sur llenarían sus campos
con su esfuerzo y por una ración miserable. La
solución no funcionó, nadie deseaba vivir
entre caníbales o al menos entre antropófagos,
más aún, los del sur detestaban al norte. Poco
a poco, el norte murió al perecer el último
anciano de la aldea que sólo supo de su error
en el último instante de su vida.
En el sur, las cosas habían mejorado,
primero por lo austero de sus necesidades,
después gracias al esfuerzo colectivo y
finalmente por la felicidad de sus gentes que
aprendieron a confiar en el futuro gracias al
apoyo de sus iguales. Tal confianza se vio
recompensada cuando el Sol cambió de
estación y con la nueva vinieron las lluvias.
Así que en el universal plan de la
evolución, la sequía sirvió para extinguir a los
egoístas, no por considerarlos moralmente
desviados sino porque, en ese plan, el egoísmo
es sinónimo de debilidad. La generosidad y la
solidaridad son los pilares de la verdadera
fuerza del hombre y ese es, quizá, el único
sentido de las crisis, depurar sin
contemplaciones a todo aquel que no ama la
vida en sí misma y como supremo valor.
Mi cuento no necesita moraleja, baste
afirmar que administrar la escasez es un
imposible si se pretende llevar
hasta sus últimas
consecuencias y que el ser
humano ha demostrado en
múltiples ocasiones en la
historia que es capaz de
grandes proezas cuando se
deja impulsar por la idea de
salvar a sus semejantes por
encima de su propia
salvación y aunque, en
efecto, el egoísmo mueve el
mundo, es el altruismo quien
lo construye.
P
de Rebotica
LIEGOS
38
RELATOS