ríamos los siguientes predominios: sagacidad compa-
rativa, educabilidad, penetración metafísica, habilidad
mecánica, tendencia a adquirir, a poseer. Pretende el
detenido hacerse pasar por un ser fatal y misterioso,
un genio del mal. En el hombre hay dos fundamen-
tos de facultades, el cerebro para las del entendimien-
to, y las vísceras para los arranques e ímpetus, y de
la ocurrencia de ambos orígenes resulta un tercer es-
tado potente y temible: que exageradas estas faculta-
des producen efectos diversos proporcionales a su ori-
gen, y en la tercera o concurso de ambas tornan al
hombre idiota o loco absoluto. La licantropía perte-
nece a la tercera, por ello se presta especial atención
al examen del estado visceral del reo, así como a la
craneoscopia. No se presenta en el organismo del de-
tenido señales amnésicas, ni causas o motivos actua-
les capaces de dar origen a perturbaciones violentas
de la inteligencia. Manuel Blanco Romasanta no es
idiota, ni loco, ni monomaníaco, ni imbécil y es pro-
bable que si fuera más estúpido no fuera tan malo.
No hay en su cabeza ni vísceras ni motivo físico que
transforme el equilibrio moral, ni el más mínimo ves-
tigio de haber perdido jamás la razón, pero sí la bon-
dad. Sus hechos están en contradicción con la razón
o la moral. Sus sentidos o juicios son despejados y
rectos; conoce lo bueno, lo verdadero y lo justo”.
Y sigue diciendo el informe: “Su inclinación al
vicio es voluntaria y no forzosa. Su metamorfosis, un
sarcasmo. El objeto moral que se proponía es el in-
terés. Obra por un fin moral calculado y reflexiona-
do; dispone los medios con sagacidad y aplomo; és-
te es un cuerdo que ahuyentó del corazón la
sensibilidad, su más bello patrimonio, y los senti-
mientos de humanidad”.
En un momento dado, manifiestan: “Estos tipos re-
sucitados de los cuentos de hadas no merecen seria
ocupación”
Todo eso se podría resumir en: cordura legal.
Romasanta contó con un abogado
defensor, Rúa Figueroa, abogado coru-
ñés de turno de oficio, que luchó con
uñas y dientes para conseguir el indul-
to de su defendido. Manifestó que fue
juzgado por sospechas, porque los res-
tos de las nueve personas nunca fueron
hallados y habría de hablarse de “des-
aparecidos” y no de asesinados: “auto-
res respetabilisimos también creen que no basta la
confesión del acusado para la justificación del cuer-
po del delito, cualquiera que éste sea”. Solo se en-
contraron en un bosque de la Sierra de San Mame-
de huesos que estaban allí por haber caído por las
lluvias desde lo alto de una ladera, no en el sitio
exacto que señaló Romasanta. Pero, en ese
caso...¿dónde estaban los desaparecidos? Rúa Figue-
roa respondía: “ Hallarlos es competencia de la jus-
ticia y no del loco de Romasanta, incapaz de dar
cuenta de lo ocurrido con el suficiente tino como pa-
ra poder establecer la ubicación por entonces de los
de Laza y las de Rebordechao”.
Respecto al informe de los facultativos de Alla-
riz, el eficaz abogado explica: “cuando debían pre-
sentar un informe meramente científico, han produ-
cido una animosa acusación de muerte que rebosa
en todas sus líneas la pasión, la preocupación y la
ofuscación, no la parsimonia y la detención, hijas
de la razón fría, de la severa imparcialidad. No es
en Allariz donde éste fenómeno puede y debe ser
reconocido y apreciado”. Continuó su alegato: “no
basta, no, presentar doctrinas, aducir máximas, es-
tablecer hechos dudosos, proponer hechos inciertos
para llegar a reputar al reconocido, un monstruo de
maldad. Ni los facultativos estaban llamados a eso,
se han salido de sus atribuciones, y han invadido el
sagrado recinto de la justicia: ciegos en su opinión
se ofuscaron y el juzgado de Allariz, más ciego y
más ofuscado que ellos, les permitió usurpar las
funciones del ministerio fiscal, pero con saña, con
ira, con reprensible furor”.
Romasanta pasará de la cárcel de Allariz a la de
Celanova y finalmente a la de Orense.
Es posible que no fuera el autor de todas esas
muertas, y él lo viviera de esa manera excitado por
su delirio. Incluso podría no haber matado a nadie.
En esa época los que abandonaban un pueblo bus-
cando nuevos horizontes, se desligaban de su fami-
lia, algunos escribían en alguna ocasión y otros no
daban señales de vida. Muchos “desaparecidos” no
estaban muertos simplemente rompían los lazos fa-
miliares.
En opinión de los psiquiatras Simón Lorda y Flo-
rez Menéndez, hoy en día ese trastorno padecido
por Romasanta sería un trastorno antisocial de la
personalidad.
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P
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LIEGOS
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