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funciones de Madrid antes de la guerra civil. Cuando se le requirió para ejecutar a los reos del Expreso de Andalucía, cobraba 1.825 pesetas anuales, poco más de 50 por cada ejecución, dietas aparte. Su aspecto causaba miedo o, como mínimo, recelo. Alto, delgado, con la boca desdentada y vistiendo siempre pobremente, casi harapos. Solicitó la plaza de verdugo huyendo de la miseria, como sus compañeros de oficio. Pero era un hombre bueno, sencillo, que temblaba cuando se acercaba la hora de la ejecución. Dicen de él que en su primera actuación tembló tanto que el reo exclamó: “yo tengo más valor para morir que este imbécil para matarme”.

Vivia miserablemente, en una especie de casucha de ladrillos, cerca del madrileño cementerio de la Almudena en compañía de un niño, hijo suyo. Su esposa les había abandonado a los dos.

A diferencia de la profesión de verdugo en España, en Inglaterra a mediados del siglo XIX el oficio de verdugo no tenía tantos detractores y llegó a ser un trabajo codiciado. Cuando moría algún verdugo la lista de solicitantes era larga, incluyendo mujeres. Lo veían de esta manera: el sueldo no era malo, les permitía viajar con gastos pagados y podían seguir desempeñando el oficio que tuvieran o dedicarse a sus negocios. Eso no impedía que se sintieran culpables y salvo raras excepciones eran contrarios a la pena de muerte.

A destacar William Marwood. Era un hombre amable, educado, culto, al que llamaban “el verdugo compasivo”. Estaba orgulloso de su

oficio hasta el punto de hacerse unas tarjetas de visita con el siguiente texto:

William Marwood Verdugo Público Horncastle, lincolnshire

Se convirtió en el verdugo oficial de la policía londinense y de Middlesex. Recibía un sueldo anual de 20 libras, más 10 libras por cada ejecución, lo que le permitía junto a sus ingresos como zapatero, vivir cómodamente en una bonita casa. El pago de verdugo se hacía en dos entregas, primero un adelanto y el resto dos semanas después de la ejecución. Si quería, podía quedarse con la ropa del ejecutado.

Trabajó como verdugo durante 11 años, colgando de la horca a 181 personas, entre ellas nueve mujeres. Falleció en 1883 y su popularidad hizo necesario trasladarle a una tumba anónima porque de la primera se llevaban trozos de lápida como recuerdo.

Albert Pierrepoint fue el verdugo más eficaz en la historia de la pena de muerte en Inglaterra. Convertía la ejecución en un ritual. Encendía un cigarrillo y tras dos caladas lo dejaba en el cenicero. Después de la ejecución se fumaba el resto. Así era de rápido. Había heredado el oficio de su padre y su tío. Simultaneaba ese trabajo con la regencia de un pub en Oldham que tenía por nombre “Ayuden al pobre estrangulador”. Fue el ejecutor de la célebre Ruth Ellis, la última mujer que subió al patíbulo en Inglaterra en 1955.

Se cuenta una anécdota sobre éste verdugo: le tocó ejecutar a John Amery, hijo de un ministro del gabinete Tori quien, al subir al patíbulo, saludó a su verdugo con las palabras siguientes “Siempre quise conocerlo, señor Pierrepoint, aunque no en estas circunstancias”.

La que esto escribe puede dar fe de que el oficio de ejecutor de sentencias, para los ingleses, era un trabajo más. Cuando yo estaba en una librería de lance regentada por una mujer de esa nacionalidad, al observar el libro que yo había escogido Crimes of Passion , lo estuvo hojeando y al ver una foto de Pierrepoint exclamó con cierto orgullo “Este hombre era muy amigo de mi padre”. Nadie en España hubiera dicho semejante frase de un Casimiro Municio o cualquier otro verdugo.■

P

de Rebotica de Rebotica

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Albert Pierrepoint

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