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de Rebotica de Rebotica

LIEGOS LIEGOS 32

BOTICARIOS

MARISOL DONIS

a aversión universal hacia la figura del verdugo no deja de ser una paradoja. La sociedad crea ese puesto de trabajo para después repugnarle el oficio. La justicia tiene múltiples instrumentos: jueces, fiscales, escribanos, alguaciles, carceleros, verdugos. Pero éstos últimos ni pinchan ni cortan. Ni opina ni resuelve. Solamente se limita a ejecutar las sentencias y a cambio recibe el desprecio social . Se puede odiar, condenar la pena de muerte pero no al que presta el servicio de cumplir con la ley.

Los verdugos españoles estuvieron siempre mal vistos, mal pagados, mal alimentados con unos sueldos miserables que, además, no les permitía ni tener una vivienda digna.

Gregorio Mayoral, natural de Cabia (Burgos), a petición propia solicitó la plaza de verdugo que le fue concedida el 26 de diciembre de 1886. Gana 1.814,40 pesetas al año y 2,50 pesetas de dietas por día que salga a cumplir su misión.

Camino del lugar de la ejecución iba

acompañado de una pareja de guardias y llevaba unas alforjas con las herramientas de trabajo. Su presencia era acogida con un silencio sepulcral. Subía decididamente al patíbulo examinaba el instrumental, tomaba asiento en la silla macabra, examinaba el corbatín y sin inmutarse se lo probaba él mismo y solo cuando estaba convencido de que todo estaba en orden, procedía a ejecutar la sentencia. Preguntado por sí sentía alguna impresión cuando ejecutaba a un reo, respondió que no “el verdugo no es más que el maquinista de un tren que abre la válvula para poner el tren en marcha”. En ocasiones olvidaba un formulismo, el de pedir perdón a los reos.

Consciente de que su oficio se consideraba macabro y odioso, jamás ofrecía su mano al saludar o al despedirse.

Cuando falleció llevaba más de treinta años de servicio y había ejecutado cerca de un centenar de reos, entre ellos al asesino de Cánovas del Castillo, el anarquista Angiolillo. Junto a su colega Casimiro Municio, ejecutó a los tres reos del conocido como “crimen del Expreso de Andalucía”

Casimiro Municio fue otro ejecutor de sentencias que podría catalogarse de “tan pobre desgraciado” como los reos a los que ejecutaba. Solo el azar había colocado a cada uno en su sitio. Casimiro Municio fue el último ejecutor en Casimiro Municio

Ejecutores de

sentencias

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