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S

í, segunda parte. El riquísimo y complejísimo siglo XVII, el Siglo de Oro español del que tratamos en el anterior número de Plie-

gos, se corresponde con el Grand Siècle francés, el Si-glo de Luis XIV , pues el esplendor de su monarquía si-túa a Francia en la cumbre del barroco.

Pero no vamos a enfocar este humilde artículo desde su aspecto político, económico o social, ni siquiera artís-tico, sino desde la importancia científica de las persona-lidades que en sus diversos campos brillan, verdaderas gemas de la inteligencia humana que procuraron un de-finitivo empuje a la Ciencia universal. Nombres que, por otra parte, han saltado ante nuestros ojos desde las pági-nas de nuestros libros de bachillerato y universitarios. No será una exposición cronológica para evitar que las cifras la encorseten y porque no es ese su fin: per-sonajes y hechos serán como pasajeros salmones en la corriente continua de los días y sus lomos brillantes al sol de la inteligencia, pondrán reflejos de plata en la su-perficie incansable de sus aguas. Todo ello posible por-que, “silenciados los diversos planteamientos conflicti-vos de los antagonismos religiosos, en este siglo se crearía una plataforma propiciatoria para un amplio des-pliegue de la vida intelectual y científica”, de la cuál so-lo queremos mostrar una mínima, pero intensa, luz. Raro, solitario, triste, puntilloso, pero sumamente in-teligente, Isaac Newton inventó el cálculo matemático y sentó las bases de la ciencia de la espectrografía (pris ma de Newton). En su obra maestra, Principios mate-máticos de filosofía natural , conocida universal y bre-vemente como Principia , explicaba matemáticamente las órbitas de los cuerpos celestes e identificaba la fuer-za de atracción que los ponía en movimiento: la grave-dad. De pronto, cobraron sentido todos las trayectorias del Universo y su obra se erigió en una de las más im-portantes de la historia de la Ciencia. A partir de su publicación, le llovieron los ho-nores y alabanzas llegando a ser el primero que fue nombrado caba-llero en Inglate-rra por méritos

científicos. “Ningún mortal puede aproximarse más a los dioses” escribió de él Edmund Halley, rele vante astrónomo que vio inmorta-lizado su nombre al bautizarse con él al más popular de los cometas.

Y es que, la Ley de la Gravitación Universal, nos ha acompañado durante muchos años de nuestra vida de estudiantes ya que fue la primera ley universal de la Na-turaleza propuesta por la inteligencia humana, razón por la cuál se profesó tan profunda estima en todas partes a sir Isaac Newton.

Como curiosidad digamos que la mitad de su vida estuvo dedicada a la alquimia.

En otro orden de cosas, el holandés Leeuwenhoek saltó de la lupa al microscopio compuesto y llegó a conseguir aumentos de hasta 200 veces. Y se asomó a un nuevo mundo: protozoos, glóbulos rojos, esperma-tozoides y dibujó bacterias que pudo observar en el sa-rro de los dientes y en el limo de las aguas. Corría el año 1683.

Por su parte, Robert Hook, descubría la célula. Robert Boyle, con sus trabajos en Oxford, es el res-ponsable de que a partir de 1661 en que se publica su obra El químico escéptico , la primera obra que distin-gue entre químicos y alquimistas, la Química se inicie como ciencia seria y respetable ya que es el primero en darla una orientación enteramente moderna.

Boyle, en ciertos aspectos, es tan grande como New-ton y ambos fueron al mismo tiempo miembros de la

Royal Society , la Academia de Londres, recién fundada. Este irlandés, alto, delgado, de naturaleza delica-da, se instaló definitivamente en Oxford en 1654 mon-tando aquí, el primer laboratorio moderno de Física y Química.

Todo el dinero que le sobraba después de sufragar sus gastos domésticos y científicos, lo repartía entre los po-

bres, por lo que se le dio en llamar el Santo Sabio . Que la Química era una ciencia de inicial natura-leza extraña y ac-cidental se ejem-p l i f i c a e n un

Aquel

maravilloso siglo XVII

(2ª parte)

Isaac Newton en 1702 por Geoffrey

Kneller

La naturaleza y las leyes naturales yacían ocultas en la noche. Dijo Dios: “¡Hágase Newton!” y se hizo la luz.

(Alexander Pope:Epitafio dedicado a sir Isaac Newton)

P

de Rebotica de Rebotica

LIEGOS LIEGOS 25

Ángel del Valle

René Descartes, de Frans Hals, 1649, Museo del Louvre

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