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o no sé si a vosotros os gustaban las historias de piratas. Aquello de: ¡Barco a la vista! o ¡Al abordaje! La verdad es que yo lo pasé chupi en mi infan-cia jugando con mis primos. La cocinera nos ponía un tra-po en la cabeza y una especie de parche para un ojo con un trozo de papel y un poquito de esparadrapo en la fren-te Lo cierto es que terminábamos creyéndonos piratas de verdad. Hasta que un día en nuestro arrebato pirateril se nos ocurrió meternos en el comedor, subirnos a la mesa y…columpiarnos en la lámpara. Claro, la lámpara se des-prendió, se cayó armando un estrépito espantoso. De po-co nos matamos pero lo peor fue que vinieron los padres, nos echaron una reprimenda de ¡aupa! y estuvimos casti-gados una semana… Nuestro divertido juego de piratas se perdió en el olvido por siempre jamás. Claro que nos in-ventamos otros juegos todos igual de arriesgados y que terminaron por el estilo. ¡Si yo os contara! Pero bueno, también jugaba con muñecos y a las comiditas, aunque re-cuerdo que lo que intentábamos era hacer una pócima pa-ra que uno de nuestros primos mayores, que siempre nos estaba acusando y al que teníamos mucha tirria, se con-virtiera en rana. Lo malo es que nunca lo conseguimos. Una pena, porque cuando fuimos un poquito más mayo-res siguió incordiándonos. Menos mal que cuando empe-zó el bachillerato se olvidó de nosotros ¡y nos dejó en paz! Muchísimo mas tarde, recordando un día todo esto, me di cuenta que no sabía la diferencia entre bucaneros, fili-busteros, piratas... Así que empecé a investigar y me en-teré que los piratas eran vulgares ladrones de mar, gentes de condición social muy baja: desertores, delincuentes, ne-cesitados con graves problemas que los empujaban a con-vertirse en piratas. No dependían de nadie, no tenían que rendir cuentas a nadie, ni tenían la protección de ningún país. Es más, eran perseguidos por todas las naciones cu-yos buques habían atacado. En su afán de lucro, sus ac-tos solían ser brutales cuando abordaban los barcos. Con-siguieron grandes botines vendiendo todo lo que podía tener valor, sobre todo piezas de artillería, rescate de pa-sajeros o sencillamente su venta como esclavos. Su ley era la codicia y con tal de conseguir oro o plata eran ca-paces de hacer cualquier cosa.
Los más famosos en-tre ellos fueron Henry Morgan, Barbanegra, Kidd o incluso mujeres como Anne Bonny o Mary Read. (¡Sin necesi-dad de la ley de la igual-dad!).
Y no enterraban sus tesoros en ninguna isla, eso es cosa del cine, sen-cillamente se lo repartían de acuerdo con la catego-ría que tenían en el bar-co o el valor que habían
demostrado en el abordaje, o si habían resultado heridos, o si habían perdido un ojo, una pierna, una mano… esos recibían mucha más parte del botín.
Desde la primera mitad del siglo XVI hasta la prime-ra mitad del XVIII, fueron unos años en que la mítica fi-gura del pirata constituyó un símbolo de la época, con le-yendas que hasta hoy día, dan rienda suelta a la imaginación. Escritores como Emilio Salgari con El Cor-sario Negro o lord Byron en El Corsario nos muestran el alma torturada de estos tempestuosos personajes con piel de hierro y corazón de cristal. Y no olvidemos a nuestro Espronceda con el poema La canción del pirata . ¿A que muchos os la sabíais de memoria? O la novela mas anti-gua que se conserva en castellano, toda llena de alborota-dores piratas: El libro del caballero Zifar .
Pero desde que el hombre comenzó a navegar, existió la piratería. Los fenicios ya la practicaban robando en Gre-cia doncellas y mancebos que después vendían en los mer-cados de Asia. En cuanto a los primitivos griegos cuentan que Menelao presumía que gracias a haber practicado du-rante nueve años la piratería, nadie en el mundo le supe-raba en riquezas.
En Roma y en tiempos de Pompeyo, la piratería revis-tió gravísimos caracteres. Más de mil bajeles piratas in-festaban los mares, saqueando más de cuatrocientas ciu-dades… Al final se decretó su exterminio con la “Lex
M. García Piñuela
RELATOS
Piratas, bucaneros,
filibusteros, corsarios ….
P
de Rebotica de Rebotica
LIEGOS LIEGOS 23
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