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« Previous Page Table of Contents Next Page »podían y los turistas como yo, sí. Lo del “punto filipino” no es para contar ahora.
Luego volé a la isla de Cebú, allí pasé unos días muy agradables. Visité a escolapios españoles, cons-trucciones españolas del siglo XIX, fortificaciones españolas del siglo XIX, y el impresionante santua-rio del Niño de Cebú, la cruz y el museo de la epo-peya de Magallanes. Había en ese templo miles de velas y anuncios de misas en inglés, tagalo, cebuano e iloiloano, pero no en castellano. Creo que los Ni-ños de Cebú, Praga y Atocha son idénticos, copias unos de otros, más o menos afortunadas.
En Cebú pude visitar una bella sala museo de-dicada a los restos del navío “San Diego”, hundi-do luchando contra los holandeses en 1600, cuya exposición previamente estuvo en Madrid donde se mostraron entre los restos del naufragado bar-co, espátulas, morteros y albarelos de la botica na-val del último año del siglo XVI; son de porcela-na china, copia de cerámica de Talavera (toledana o poblana), hasta ahí no llego.
Destacaré que también allí se expone una recrea-ción muy filipina de la muerte de Fernando de Ma-gallanes a manos de los nativos. Por su parte algunos
portugueses le consideran traidor a su causa y dicen que su muerte, con el arrojo de un español valiente, fue un suicidio premeditado por miedo a retornar a su tierra lusitana, tras haber contribuido al engrande-cimiento de España. Parece ser que “inicialmente” la partición del mundo por el Papa, por el Tratado de Tordesillas, entre portugueses y españoles, debía asig-nar Filipinas a los lusos.
En Cebú, descubrí que muchas de las pilas de agua bendita que hay a la entrada de numerosas
iglesias españolas (por ejemplo la de San Ginés de Madrid, donde se casaron o bautizaron muchos fa-mosos de nuestra historia pasada), son conchas de grandes bivalvos de aquellos mares que surcaron los barcos españoles desde el siglo XVI. Las are-nas de sus playas son finísimas, el agua del mar templada, los paisajes maravillosos, la gente ama-ble y acogedora y los perros sarnosos son tierna-mente acariciados por las abundantes turistas ja-ponesas.
La invasión nipona debió ser terrible; hay que leer Las últimas de Filipinas y recordar que cuan-do despegaban los aviones norteamericanos para tirar bombas atómicas sobre Japón, los filipinos pedían en manifestación que arrojaran más. Con el dinero de la ayuda de guerra de Japón a Filipinas, creo que los dominicos españoles han hecho (en-tre otros centros) la antigua clínica “Puerta de Hie-rro” de Madrid. Así se escribe la historia. Y las chicas filipinas trabajando en el servicio domésti-co de la capital de España. La cerveza San Miguel de Filipinas, es mejor que la española y sus ciga-rros puros insuperables.
Mi buen amigo Miguel Ángel Ebro, afamado arquitecto de Davao, según él, descendiente de cu-ras españoles (estaba orgulloso de ambas cosas), me contó que su familia contrataba trabajadores ja-poneses (por eso no les fue mal durante la Guerra Mundial) porque no fumaban ni dormían la siesta, como los filipinos; por tanto rendían más en las faenas agrarias.
Ya España, desde el Siglo XVI, tenía samurais mercenarios (contratados en Nagasaki) para defen-der el Galeón de Manila de piratas ingleses y ho-landeses. En el pecio del “San Diego” se han en-contrado restos de sus sables y armaduras. Los mantones de Manila (de seda) iban de Chi-na a Japón, de allí a Filipinas, luego a México (de Acapulco a Veracruz en reatas de mulas) y por fin llegaban a España. El precio estaba justificado. La belleza morena de las españolas, en las plazas de toros de la península justificaba este ornato orien-tal.
Históricamente es poco conocido que la inde-pendencia a Filipinas se la concedieron tres paí-ses: España, EEUU y Japón, de distinta forma y en circunstancias muy diferentes. La próxima se la otorgarán los chinos.
Del aeropuerto de Manila salí una tarde infer-nal, en pleno tifón asiático, con veinte centímetros de agua en la pista. Solo conocí dos de las siete mil islas que integran este país. Al regresar a Ma-drid, le escribí al Decano de Tokio y le dije que la visita a Filipinas me había merecido la pena. Aho-ra sueño con conocer los otros archipiélagos que tuvieron notable presencia española: Carolinas, Marianas, Marquesas y Visayas. Australia, descu-bierta por españoles, ya la conozco.■
P
de Rebotica de Rebotica
LIEGOS LIEGOS 20
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