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E

n 2012 se celebran, en el mismo edificio de Ma-drid, dos importantes exposiciones. La primera conmemora los tres siglos del establecimiento por los Borbones de la Biblioteca Nacional; la segun-da, el sesquicentenario del nacimiento de José Ri-zal. Se las recomiendo. Después deberían visitar el Museo Etnográfico de Madrid, el Filipino de Va-lladolid y el del Galeón de Manila en México D.F. A raíz de haber disfrutado mucho viendo estas exposiciones, decidí coger la pluma y plasmar al-gunos recuerdos de mi primer viaje a Asia. A primeros de agosto de 1996, de Tokio pasé a Manila. El Profesor Kazuhiro Imai, Catedrático de Química Bioanalítica y Decano de la Facultad de Farmacia de la Universidad de Tokio me pre-

guntó extrañado por qué razón yo quería visitar Fi-lipinas, pues después de haber conocido Japón, se-gún él, Filipinas es el caos y el desorden. A pesar de sus recomendaciones volé y llegué a donde un hermano de mi abuelo materno, que iba a la gue-rra a finales del siglo XIX, no pudo, porque los in-gleses, defendiendo los intereses de EE.UU, nega-ronse a venderles combustible en Suez.

Me alojé en el famoso Hotel Manila, donde el general Mc Arthur tuvo durante la Segunda Gue-rra Mundial su sede de operaciones. Al llegar a la recepción, una señora que hacía puros a mano me ofreció uno. Se lo agradecí y lo rehusé. Me insis-tió diciendo, al reconocer que yo era español, que eran de la “Compañía de Filipinas” y por tanto, mejores que los habanos. Así pues, no me quedó más remedio que aceptárselo.

Hacía casi un mes, antes de salir para Tokio, que había dejado de fumar. Una profesora burga-lesa de mi laboratorio me acababa de dar un gran disgusto. Cuando bajé al decanato mi secretaria al ver mis ojos ensangrentados se asustó mucho. Ha-bía tenido una fuerte discusión. Telefoneé de in-mediato a Vicente Vilas, entonces Decano de Al-calá; me l levó al hospi tal y t ras una larga observación, el oftalmólogo, amigo suyo (de los cursos de óptica de la Universidad de Barcelona, que él había creado), me autorizó a viajar (hacer escalas en aeropuertos,…), pero evitando todo ti-po de excesos (fumar, comer, beber,…demasiado). Así pues, tras aposentarme cómodamente fui a un magnífico restaurante de Manila, donde los mara-villosos platos de pescado eran amenizados por ca-mareros cantantes. Las mangas (fruto nacional) y el ron (introducido por los españoles) son magní-ficos; el precio de todo (pagado en pesos filipinos) es muy asequible, incluso para un profesor de uni-versidad.

Tras la cena me fumé el puro y me dirigí al ho-tel, donde en la planta oncena estaba mi habita-ción. Dormí como en la época de estudiante. Al despertarme, me dijeron en recepción que no me había percatado del fuerte terremoto que esa no-che sacudió Manila. Desde entonces, no he vuelto a fumar más.

Mal que les pese a los filipinos, no han podi-do borrar, allá tan lejos, la huella española y no-vohispana (mexicana), ni los isleños ni los grin-gos. Manuel de Leguineche en su obra “ Yo te diré …” afirma que los filipinos adoran a Estados Unidos. Dice este escritor que dos millones de ellos trabajan en la tierra prometida y lo que lla-maríamos “su premio gordo de la lotería”, es lo-grar que les den un visado para poder entrar en EEUU. Con lo sencillo que fue durante tres siglos ir en el galeón de Manila, tras descubrir Urdaneta el tornaviaje.

Desde el punto de vista farmacéutico, el paso de las expediciones de Malaspina y del farmacéu-tico Cuéllar, y la importante presencia allí de far-macéuticos militares españoles en el siglo XIX, constituyen uno de los más imborrables nexos de unión, no solo científica sino cultural que nos de-ben seguir uniendo. En mi opinión, Filipinas y Es-paña deben aproximarse mucho más a pesar de la distancia.

Durante mi estancia en las Islas Filipinas me re-sultó muy agradable pasear en Manila por la calle

P

de Rebotica de Rebotica

LIEGOS LIEGOS 18

Benito del Castillo

La farmacia española

y otras cosas de Filipinas

Manila, Filipinas.

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