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A

penas me deben quedar unos minutos de vida. Hemos avistado una escuadra de navíos ingleses que parecen querer cortarnos el paso. Es verdad que estamos en tiempos de tormentosa paz, pero la escuadra británica nunca se ha caracterizado por respetar los derechos marítimos de los demás. Se atribuye un mando exclusivo de todas las aguas del planeta con una desfachatez propia de los peores bucaneros. Quizá trata de consolidarse como un imperio fundamentado en el expolio de lo que otros pueblos transportan en sus buques. Quizá nosotros hicimos algo parecido. Quizá lo seguimos haciendo ahora y no nos damos por aludidos.

Pero antes de proseguir esta travesía por los últimos papeles que probablemente emborronaré en esta vida, permítanme que me presente: atiendo por el nombre de Rodrigo Llamazares y Villegas; soy natural de Ubierna, una noble villa burgalesa que vio pasar al Cid y sesenta de los suyos. Tengo apenas treinta años y por extraños designios de Su Majestad, el inepto Rey Carlos IV, me encuentro varado en el navío Nuestra Señora de las Mercedes

que bogaba con tranquilidad hacia Sevilla, tratando de alcanzar la ancha desembocadura del Guadalquivir, y que se ha visto inmerso en un incidente con barcos de la marina inglesa que jamás hubiera sospechado una tripulación experta y

profesional.

El sol abría sus brazos acogedores por el este, en esta malhadada mañana del 5 de octubre de 1804, cuando cuatro fragatas inglesas han impedido el paso a los cuatro barcos españoles de parecida dimensión y

capacidad. El nuestro se encontraba teóricamente a cubierto en medio del convoy, pero el

Amphion de Su Graciosa Majestad –no sé donde está la gracia, por cierto- la ha emprendido a cañonazos contra nosotros. Nos vamos indefectiblemente a pique. De poco han servido nuestros 34 cañones y las maniobras de los barcos que completaban la

comitiva española. Venían a por nosotros y a por nuestra carga. Vamos a morir, pero tampoco ellos van a conseguir su objetivo porque los tesoros que guardamos en nuestras bodegas se van a perder en el mar. Somos una caravana naval pacifica, cargada de productos y piezas del Virreinato de Perú. Habíamos hecho una travesía sin novedades reseñables –un pequeño brote epidémico en el Medea - hasta este momento en que todo se hunde y se van al fondo marino vidas irrepetibles, proyectos ilusionantes, padres a los que sus hijos esperan en los muelles de Cádiz o Sevilla, esposos que han resistido o no las tentaciones del otro lado del Océano, pensando en los ojos de sus amadas, y también un inmenso caudal de monedas de oro y plata acuñadas en las minas del Perú para su uso masivo en las transacciones de la metrópoli.

Yo no debía estar aquí: Es más, en la salida del puerto de El Callao en Lima estuvo a punto de cerrarse mi destino a otra provincia de ultramar, pero al final el comandante del puerto recibió una requisitoria expresa para que yo formara parte –externa y, por tanto, mejor remunerada- de la custodia de las mas de 500.000 monedas que llevamos a España. Yo no consto entre los 282 tripulantes del Las Mercedes pero mi oscuro destino está unido al de todos ellos y al del propio barco que se escora ya con una rapidez favorecida por el peso que llevamos en nuestros depósitos. Las cosas no están bien en ultramar y los nativos empiezan a pensar en movimientos de sublevación que les liberen de la presión y la inquina europea.

No dejan de tener algo de razón. Quizá por eso, algunos de sus líderes están formados en nuestras escuelas militares o proceden de nuestras mejores universidades. Los fundamentos de la Revolución Francesa no dejaban de tener cierta justificación y los abusos de los gobernantes son siempre imperdonables. Quizá porque también pienso así y me atrae la idea de la libertad, me reclaman desde la capital del Reino. Estaba preocupado por mi destino, pero ahora me parece poco más que anecdótico.

Escala en Montevideo

Todo había ido como la seda hasta este encontronazo inaudito con los británicos. Las rutas comerciales marítimas estaban siendo más respetadas en los últimos años por ingleses y holandeses, pero este cañonazo en nuestra santabárbara con la

consiguiente explosión de nuestras municiones nos ha dejado, además de sordos, fuera de un combate

P

de Rebotica de Rebotica

LIEGOS LIEGOS 48

José Vélez

soles demedianoche

La f ii ebr e de l oro

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