Page 26 - Pliegos_108

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funerario o el enterrador no son oficios especialmente reco-nocidos, aunque nadie niegue su necesidad.

Lo grave no es el final de la vida ni las labores ane-jas al tratamiento respetuoso del cadáver. Lo preocu-pante es la actitud de una buena parte de la población que no acepta la cercanía de la muerte y que, en la úl-tima milla, se conduce incoherentemente, sea por diag-nóstico fatal para sí mismo o para un ser querido. Hu-mano, disculpable, pero sin duda inconsecuente con la realidad.

Hace un siglo, o quizás menos, los problemas se li-mitaban al entorno psicológico del doliente y sus deu-dos. Hoy, por el contrario, el fenómeno se magnifica y surge, incontenible, el deseo de comprar salud. Y cuan-do alguien demanda algo aparece inmediatamente un oferente. Las leyes del mercado son tan inmutables co-mo las biológicas.

A aquellos que demandan restaurar la salud perdi-da se les ofrece asistencia sanitaria. A los incurables que piden milagros se les ofrece esperanza, y no precisa-mente a precios razonables.

Los aficionados a la historia de las artes ocultas co-nocen bien cómo una rama de la quiromancia se orien-ta hacia la mentira piadosa para acompañar al moribun-do en sus últimas horas. La venta de esperanza al enfermo incurable o a sus familiares no tiene nada de piadoso. El paciente desahuciado del siglo XXI tiene, o puede tener, una expectativa de supervivencia de me-ses o años y no faltan quienes están dispuestos a con-sumir buena parte de su patrimonio en búsqueda de la curación. Es de esta necesidad acuciante de donde se nutre el fraude médico o asistencial para este colecti-vo.

En el siglo XXI se sigue adoleciendo de los mis-mos errores que en el precedente en lo que al comer-cio de esperanza infundada se refiere. Los sistemas le-gales no contemplan este fraude y, así, presuntos tratamientos no contrastados se vocean como salvado-res y atraen a un número importante de personas que

están dispuestos a sacrificar su hacienda a cambio de una quimera. Una par-te de los jurisconsul-tos opinan que ha de prevalecer la es-fera de libertad in-dividual, de modo que el dueño de un haber material está capaci tado para gastarlo en lo que le plazca si con ello no le-siona a terceros, en sentido físi-co. Gracias a esta frontera legal, el timador que cuenta con un me-dio teórico para sanar puede ofre-cerlo sin riesgo. El Estado de dere-cho garantiza y protege buena parte de estas actividades, por lo que el co-

merciante de esperanza solo ha de buscar cómo posicionarse en el mercado.

El resultado es predecible. El doliente muere y el ven-dedor de esperanza se lucra. Los derechohabientes ra-ramente acuden al juzgado y los poderes legislativos tienen cosas más importantes en las que ocuparse. El timador dispone de un mercado cada vez más amplio porque la expectativa de vida aumenta y una parte con-siderable de la población llega a la tercera edad con un patrimonio que no está exento de atractivo.

¿Hasta cuándo esta venta fraudulenta de esperanza? Hasta que la ciudadanía retorne a valores tan pragmá-ticos como el reconocimiento de la propia levedad. Has-ta que los poderes públicos tomen conciencia de la ne-cesidad de defender al enfermo incurable, que es el más desprotegido de todos los pacientes. Hasta que los po-deres mediáticos respondan a su auténtico papel de ga-rantes de la verdad y de la veracidad. Hasta que una mayoría de los ciudadanos sean capaces de discernir entre el fuego y el humo.

Quizás no se llegue nunca. Desde lo más remoto de los tiempos ha habido estafas y fraudes. La Policía aler-ta cpmtinuamente sobre las nuevas modalidades de de-lito.

Pero, por encima de todo, se precisa realismo para admitir el final de la vida. Como en tantos otros órde-nes de la existencia, el primer paso para resolver un problema es identificarlo con precisión. En el caso de la proximidad de la muerte, el problema no consiste en restaurar la salud perdida sino en entender que nuestro paso por la Tierra se acerca a su final. La Ciencia pue-de hacermos superar una o varias enfermedades pero no todas.

Aceptar el final de la vida y prepararse para el trán-sito supremo es la actitud racional. Comprar esperanza es cerrar los ojos a la realidad.

El hombre, en una muestra de sapiencia, buscó la eternidad desde el inicio de los tiempos y la encontró en la idea del Ser Superior. La negación de Dios es una de las principales causas de ansiedad porque resta vañpr a ña vida humana y la aparta de toda idea de trascen-dencia. Es uno más de los numerosos valores perdidos desde la Ilustración y que se echan en falta en el mun-do de hoy.

Los poetas nos han aportado guías hermosas para conducir la vida. Jorge Manrique, en las Coplas a la muerte de su padre , dice;

Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir. Más vale tener buen tino para andar esta jornada Sin errar.

El insigne castellano desconocía las bases moleculares de la enfermedad pero poseía otros conocimientos tan-to o más importantes. Los que se necesitan para reco-rrer con gallardía la última milla. ■

P

de Rebotica de Rebotica

LIEGOS LIEGOS 26

MOSAICO

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