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s ya repetitivo referirse al siglo XXI como aquél en el que se han sucedido más cambios drásticos en todos los aspectos de la vida. El avance en el conocimiento no tiene límites y cada día se asiste a novedades, innovaciones y descubrimientos que empu-jan a la Humanidad a mirar hacia el horizonte para con-fundirse con él.
Hay tanto de nuevo que a menudo se olvidan para-digmas y valores. Este fenómeno sucede en todos los ámbitos y, en ocasiones, hay que obligarse a recordar cuánto de inmutable existe en el universo. La salud no es ajena a este planteamiento. El nivel de salud que pue-de disfrutarse hoy era inimaginable hace dos o tres dé-cadas, y posiblemente suceda lo mismo hacia la mitad del siglo XXI. ¿Se puede acaso anticipar si para enton-ces los tumores malignos seguirán siendo un grave pro-blema, o qué enfermedades nuevas habrán aparecido? Para tener una referencia, recuérdese que los trastornos tromboembólicas representaban la primera causa de muerte hace cincuenta años.
No obstante, si existe algo cierto en este mundo cambiante, es que dentro de unas décadas o unos siglos los seres vivos seguirán siendo finitos. La vida seguirá siendo interrumpida por la muerte.
Todo ser vivio está destinado a fallecer. Por acci-dente, por las fuerzas de la Naturaleza, por la enferme-dad o por decaimiento, los organismos vivientes cesan en su actividad vital y sus restos mortales se reincor-poran al ciclo de las materias naturales.
A pesar de todos los adelantos en ciencias biomé-dicas, el ser humano no puede prolongar su existencia
ad infinitum . Es una especie viva más y está sometida, como todas, a leyes inexorables.
El hombre del siglo XXI nace y muere como todos sus antepasados. En esto no ha habido cambio alguno. El interrogante es, sin embargo, novedoso: ¿Cómo afronta el hombre de nuestros días la última etapa de su vida? El fenómeno de la muerte sigue presente pe-ro la actitud de los mortales hacia el mismo tiene po-co en común con la imperante en los milenios transcu-rridos desde que el primer homínido holló la Tierra. El Australopithecus afarensis tenía mucho en co-mún con el chimpancé de hoy. Gra-cias a la Paleontología sabemos que esta especie desarrolló los primeros seres racionales que diferencian los comportamientos irracionales de los racionales, o propios de las especies superiores. Según Arsuaga, la enfermedad –en sentido de patología crónica- exige de la so-lidaridad para existir. El animal enfermo muere en poco tiempo porque ha perdido las habilidades ne-
cesarias para sobrevivir en su medio. El hombre es la única especie que ha logrado éxitos incuestionables pa-ra vencer a la enfermedad.
El esfuerzo humano para derrotar a la enfermedad es inmenso y continúa creciendo. Establecida la plata-forma más básica del bienestar –alimentación suficien-te, abrigo, calefacción y defensa frente a predadores y enemigos- apareció la búsqueda de remedios para con-trarrestar la enfermedad y, según se han ido registran-do avances en la Ciencia, se está llegando al máximo de supervivencia. La teoría de que el número máximo de latidos de un corazón estaría grabado en los genes cobra fuerza.
La lucha contra la enfermedad aporta progresos pe-queños pero aditivos y, en ocasiones, multiplicativos. Una enfermedad hoy incurble –cáncer de páncreas, por ejemplo- podría ver su pronóstico modificado si las téc-nicas emergentes de radiocirugía se potenciaran por efecto de la quimioterapia adyuvante. Este avance con-tinuo tiene un efecto incontestable en el modo de vida del siglo XXI. La esperanza ha crecido en paralelo con el avance biomédico. El hombre del siglo XXI no quie-re morir –en esto no se diferencia de quienes lo prece-dieron– y posee mucha más esperanza que hace tan so-lo dos o tres generaciones.
Este comportamiento contrario al determinismo biológico es fuente de expectativas a menudo infunda-das o basadas sobre ilusiones. Se confunde con frecuen-cia con la actitud positiva ante la enfermedad y, como tantos otros fenómenos vitales, llama la atención de es-tudiosos, investigadores y, lamentablemente, de perso-nas sin escrúpulos.
Nada debe objetarse a la lucha por la curación ni al análisis de las conductas individuales al final de la vi-da. Los resultados del inconformismo son visibles y es-tán detrás de la mejora continuada en el nivel y la ca-lidad de la vida. Pero, por desgracia, no todo es positivo y cuando surge el aprovechamiento de la muerte por parte de ciertas profesiones la pers-pectiva adquiere tintes morbosos. El
Carlos Lens La última
milla
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LIEGOS LIEGOS 25
MOSAICO
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