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odos los lectores probables de esta sección, que viene casi cerrando Pliegos en estos últimos tres años, saben que el término legendario viene, etimológicamente hablando, del concepto de leyenda; y también saben, que es un vocablo que se utiliza ahora a todo trapo y sin problema ni excesivo respeto para calificar a cualquier ser humano o evento de relativa repercusión y relevancia discutible; proclive a ser olvidado en pocos días.

Es lo que tiene nuestro rico vocabulario, nuestras preciosas palabras escritas negro sobre blanco; el papel lo aguanta todo y demasiadas veces, por un buen calificativo, sonoro y con pinta de instruido, somos capaces de renunciar a la credibilidad, a la justa definición de una idea, al correcto uso de esta herramienta que el ser humano inventó –y actualiza día a día– en infinidad de modalidades y con el único objetivo de comunicarse con sus semejantes.

Legendarios de verdad son pocos personajes y solo la interpretación histórica de algunos acontecimientos; pero ahora todo merece ese apelativo, desde el suceso más nimio a la figurilla de papel cuché que se muere por recuperar una portada en cualquiera de las revistas que encontramos en los kioscos.

En estos tiempos de la exageración y las calificaciones superlativas, pasan un poco más desapercibidas las buenas gentes que se dejan parte de su piel y brindan sus esfuerzos para sacar adelante proyectos tan sugestivos como el que alumbró nuestra Asociación hace casi cuarenta años. Alguno de esos nombres, discretos, sin afán de protagonismo, siempre disponibles,

colaboradores permanentes en la segunda fila de las medallas, pero siempre en la primera de la eficacia, se nos han ido silenciosamente en este 2011 que se viene despidiendo en estos días.

Colaboradores entrañables, legendarios

incuestionables de AEFLA, han sido, son y serán para siempre, Enrique López Artero y Casildo Martínez. Los dos se nos han marchado fieles a su estilo, haciendo mutis sin mucho ruido, sin esperar el aplauso multitudinario de un grupo de compañeros agradecidos; sin apenas molestar en su despedida.

Enrique fue, en el buen sentido de la palabra, un sibarita, apasionado por la expedición a cualquier sitio, rendido al deseo de conocer pueblos, costumbres, paisajes y culturas. Esta revista gozó siempre con sus excelentes reportajes, mitad reales, mitad aventura; de sus fotografías diferentes, del ligero tono irónico de sus escritos, propio de quien ha viajado mucho y simula sorprenderse por casi todo. Fue también un soltero impenitente a quien, aseguran sus coetáneos, no le faltaron novias ni oportunidades en sus buenos tiempos y que fue capaz de asumir responsabilidades profesionales cuando se lo requirió la Farmacia con mayúsculas. En Pliegos

P

de Rebotica de Rebotica

LIEGOS LIEGOS 48

José Vélez

soles demedianoche

Los legendarios

Los hombres que por un sueño vivieron, no vivieron, eternamente fúlgidos como un soplo divino.

Ciudad del Paraíso – Vicente Aleixandre

L´Estany

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