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odo el mundo sabe que los árboles no hablan, sin embargo pocos conocen la

capacidad de algunos, los más viejos, de deslizarse en los sueños de personas, sobre todo de aquellas a quienes conocieron de niños y fueron testigos de su crecimiento. Esta es una pequeña parte de la historia de un bosque, situado entre dos aldeas, era considerado tierra de nadie lo que no impedía que aldeanos de ambos lados recogieran madera muerta, frutos y hongos según la temporada. El bosque compartía sus excedentes y los aldeanos limpiaban de hojarasca y madera muerta el terreno. En época de poda se recogía leña para el invierno dirigiendo el crecimiento de los árboles de un modo

saludable y estético.

Las aldeas prosperaban, creciendo en habitantes y poco a poco el aprovechamiento del bosque se convirtió en explotación. Llegaron a talar árboles centenarios sólo para tallar postes de señales. El árbol más viejo se apareció ante el jefe de la aldea norte, lo hizo en forma de ninfa: – Ayúdame , dijo, – Los aldeanos están matando mis árboles . Al mismo tiempo hizo pasar por su mente todas las memorias felices que de niño había pasado en el bosque. La aldea norte hizo una ley sobre el bosque y la propuso al sur por la fuerza de las armas. Todo volvió a la normalidad durante un tiempo, pero pronto el ejército que defendía el bosque

necesitó más madera de la que el bosque podía ceder sin sufrir y de nuevo volvió la tala sin control.

El árbol más viejo entró en los sueños del líder de la aldea sur. Le enseñó el dolor del bosque, el crujido de los árboles al caer y el correr frenético de los animalillos; después dijo, tomando la figura de un viejo druida: – Los del norte saquean mi bosque. Ayúdanos, impón la ley de forma pacífica . El líder contó su sueño al pueblo y todos marcharon al unísono para impedir si fuera necesario con sus vidas que continuara la tala.

Se llegó a un acuerdo. Los excedentes del bosque se repartirían por mitad entre cada aldea. Y así fue durante un tiempo. Pero un día, la falta de vigilancia permitió que un aldeano movido por la codicia, incendiara el bosque para poder disponer de una mayor previsión de madera viva.

El bosque estaba diezmado, ennegrecido por la ceniza y esparcido por su suelo los cadáveres de criaturas a las que cobijaba. El pensamiento de muchos árboles viejos se fundió por el dolor y de pronto comprendieron que podían entrar en los sueños de todos los habitantes de las dos aldeas, conocían a todos y cada uno desde su nacimiento.

Decidieron hablar a todos los aldeanos, entraron en sus sueños apareciéndose como una voz de los antepasados: – Te hablo en nombre del bosque. Nadie puede ser dueño absoluto de nada de lo que pueda decidir sobre su vida y su muerte. Yo estaba aquí antes de que tú vinieras y seguiré aquí cuando te vayas. ¿Qué te hace pensar que te pertenezco, con qué mérito me has ganado? Si no cesáis vuestra actitud, me vengaré y lo haré del modo más rotundo. Me secaré, dejaré de luchar por mi vida en este lugar y dejaré que el viento lleve mis semillas al lado de gentes más agradecidas. Perderás los frutos, los hongos, la leña, incluso el frescor desaparecerá y dejaré detrás de mí un desierto que lamentarás conocer cada vez que tengas que cruzarlo .

Al principio las contundentes palabras del bosque tuvieron un profundo efecto. Poco a poco los aldeanos pensaron que sólo fue una pesadilla y hoy esta leyenda puede leerse en una placa dispuesta a la vista del viajero en la frontera del desierto más árido de aquella tierra .■

Javier Arnaiz

La tragedia de

los comunes

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RELATOS

T

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