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« Previous Page Table of Contents Next Page »de pensamiento que nace en la segunda mitad del siglo XIX, en los momentos en que se desmoronan las monarquías absolutas. Sus
defensores se
fundamentan en razones
étnicas –muy bien recibidas en esa época- y en la superioridad de sus valores sociales con respecto a las de otros grupos contrarios, ya se trate de Estados, pueblos vecinos o partidos políticos con intereses distintos. El esquema de partida es común a todas las formaciones nacionalistas: nosotros contra ellos. No importa la razón o motivación subyacente, que en unos casos se resume en la superioridad teórica del grupo pretendidamente representado por los nacionalistas, y en otros la queja de ese grupo que, de nuevo en la epistemología nacionalista, es blanco de agresión.
El nacionalismo nace pugnaz. Es necesario tener enemigos para aunar al grupo nacional en la defensa de la tarea común. Desde siempre, la guerra ha sido una de las herramientas favoritas para resolver situaciones de crisis. A mayor multiplicidad racial y política, mayor probabilidad de encontrar un enemigo de dimensión adecuada a los intereses del grupo nacionalista.
La extensión hasta el extremo de las teorías nacionalistas está detrás de los mayores conflictos del siglo XX. La doctrina de superioridad racial aventada por el
nacionalsocialismo alemán en los años 30 del pasado siglo desembocó en el Holocausto y en la mayor conflagración de toda la Historia. El paradigma comunista de superioridad moral ha propiciado las mayores masacres de todos los tiempos. Mao Ze Dong y Josef Stalin encabezan la lúgubre lista de asesinos de masas, seguidos por Adolf Hitler y Pol Pot en tercer y cuarto lugares. Las cifras de estos cuatro procesos de exterminio
–casi cien millones de muertos en medio siglo- deberían bastar para que todos los habitantes del Globo cobrasen conciencia de lo que
significa el
nacionalismo cuando su ideología se lleva hasta las últimas consecuencias.
No sucede así. Los seres humanos del siglo XXI siguen aferrándose a lo que les es cercano como la clave de la perfección y no faltan políticos dispuestos a explotar tales creencias. Estos líderes políticos tienen como objetivo mantenerse o incluso perpetuarse en el poder y no se paran en barras, como sería que su ideología esté completamente trasnochada.
No hace falta buscar mucho para encontrar ejemplos. En muchos países democráticos los partidos nacionalistas se sirven de las garantías legales para llegar a las instituciones de representación, a cuyo efecto vocean eslóganes que aúnan los mensajes nosotros somos mejores y los demás quieren hacernos daño, y los resultados son claramente perceptibles. Cuando estos grupos alcanzan el poder, aplican políticas xenófobas y cargadas de efectismo mediático. Los resultados, lamentablemente, se alejan mucho de las promesas de los líderes nacionalistas. Los mercados mandan y la dimensión de las
economías es elemento clave en el mundo de hoy. Eslovenia o Luxemburgo, a título de ejemplo, pueden hacer bien o muy bien sus deberes, pero su bienestar depende de que la economía de la Eurozona funcione bien. En lo económico, las políticas nacionalistas se enfrentan al dilema de la dimensión: de nada sirve alcanzar el ideal de la isla nacionalista, poblada únicamente por seres superiores, pues los vientos del continente son pertinaces y pueden asolar las costas de ese paraíso. En la etapa actual se necesitaría una burbuja, y esto significa separación abrupta y completa del resto del mundo, lo que es absolutamente inviable.
A pesar de estas teorías
macroeconómicas, los nacionalismos perviven en estos inicios del siglo XXI. Como cualquier otra
P
de Rebotica de Rebotica
LIEGOS LIEGOS 28
MOSAICO
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