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de Rebotica de Rebotica
LIEGOS LIEGOS 18
A
finales del siglo XVIII ya se había populari-zado la expresión Siglo de Oro con la que Lope de Vega aludía al suyo propio y que suscitaba la admiración de don Quijote en su famoso discurso sobre la Edad de Oro. Pero, ¿qué es? ¿Cuáles son sus límites cronológicos e his-tóricos?
En la vigésima segunda edición del DRAE, se recoge en su tercera acepción que la Edad de Oro “es el tiempo en que las letras, las artes, la política, etc. han tenido ma-yor incremento y esplendor en un pueblo o país”. Es indudable, según esto, que el Siglo de Oro español (al que en exclusiva nos vamos a referir en este artículo) comprende el Renacimiento y el Barroco; es decir, el si-glo XVI y el siglo XVII, desde los primeros años de Car-los I hasta los finales del reinado de Carlos II, cuando acaece la muerte de Calderón de la Barca en 1681 aun-que, otros autores, hacen coincidir este final con la firma de la Paz de Westfalia, que ponía fin a la Guerra de los Treinta Años y a los sueños del Imperio en 1648 y aún hay otros que lo señalan en 1665 en que finaliza el reina-do de Felipe IV. Pero, dadas nuestras limitaciones de es-pacio, vamos a centrarnos en este último siglo XVII, con-cretamente en el periodo abarcado por los tres últimos reyes de la Casa de Austria: Felipe III, Felipe IV y Car-los II, ya que es en estos años cuando la creatividad y el genio hispanos alcanzan su suprema expresión, conquis-tan sus más altas cimas y convierten en oro –en oro de Letras y Artes– todo un siglo. Porque la denominación Si-glo de Oro es exacta según criterios artísticos y literarios, ya que pocas veces en la historia de un pueblo coincidie-ron hombres de la talla de Góngora, Cervantes, Quevedo, Lope de Vega o Calderón y tantos y tantos otros que lle-gan a constituir la mitad de la nómina de los grandes de las letras castellanas de todos lo tiempos. O de Alonso Ca-no, Zurbarán, Murillo, Velázquez, Gregorio Fernández… Y, a la vez, son unos tiempos que crean un “algo” tan extraordinario, tan inexplicable, insólito, rico y complejo como el teatro español y un fenómeno tan socialmente significativo y t an pe r f ec t a -mente consegui-do como la no-vela picaresca.
Pero, ¡ay!, tras esta impresionante fachada sociocultu-ral, se esconde un edificio que comienza a derrumbarse, “el de un Imperio en el que un monarca abúlico, Felipe III, incapaz de gobernar las tierras heredadas de su padre, gran cazador, diestro jinete y consumado bailarín, pero no el estadista que necesitaba España, se inhibe casi total-mente de sus funciones de gobernante entregándoselas al Duque de Lerma” con el que entra en la escena política española la figura del “valido”.
No, Felipe III no desmembró ni menguó la herencia territorial de los Reyes Católicos, de Carlos I y de su pa-dre, Felipe II; “ pero la crisis moral, la avidez, el medro de logreros, truhanes y aventureros de toda laya, el des-precio a las leyes y la descomposición de la sociedad en el siglo XVII de esos veinte años de paz que fueron el rei-nado de Felipe III, necesarios, sí, pero estériles, inefica-ces, baldíos y en muchas ocasiones bochornosos” termi-naron por desembocar en la inevitable bancarrota de 1607 que sumió a la vida diaria en la más sórdida miseria. Estos años y los de los dos últimos Austrias “convirtieron el Siglo XVII español en uno de los momentos estelares más resplandecientes y más tornasolados de desesperan-za de la historia de cualquier pueblo”, en palabras de Nés-tor Luján.
Y, así, en 1605, cuando Cervantes entregó a la im-prenta la primera parte del Quijote, “España” daba nom-bre a una potencia temida y observada, que marcaba pautas y comportamientos, que provocaba, a su vez, re-chazo y admiración. Vista desde fuera, España designa-ba un enemigo, una potencia militar…o un lugar admi-rable. Las cualidades de los españoles eran objeto de burla por el temor que inspiraban e, igualmente, su cul-tura, sus costumbres, su forma de vestir, etc., eran se-guidas con atención, como criterios que marcaban las tendencias de la moda, del buen gusto, la cortesía y los hábitos sociales. Ese interés por lo hispano se reflejaba en la proliferación de gramáticas, diccionarios y méto-dos de español que en Inglaterra tenían bastante acep-
tación. En los
Diálogos muy apacibles , un ma nu a l p a r a a p r e nd e r y practicar la con-versación en es-pañol publicado e n 1599 e n Lond r e s po r John Minsheu como apéndice
Aquel
maravilloso Siglo de Oro
Ángel del Valle
Cristo yacente (1627), Gregorio Fernández. Museo Nacional de Escultura, Valladolid.
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