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mos nosotros los responsables de la aparición de la perspectiva del antes y del después , en palabras del premio Nóbel de Química Ilya Prigogine. Así pues, la termodinámica parece imponer que todo discurra, re-almente, del pasado hacia el presente y del presente al futuro, de manera inevitable e irreversible. En palabras del propio Prigogine, la termodinámica nos propone un universo en el que el tiempo no es ilusión, ni disi-pación, sino creación .

La segunda ley determina la dirección en la que deben llevarse a cabo los procesos termodinámicos y, por lo tanto, la imposibilidad de que ocurran en el sen-tido contrario: una combinación de agua caliente y hie-lo siempre acabará en una única masa de agua con una temperatura determinada de equilibrio, y la probabili-dad de que dicha masa uniforme se separe después en los dos componentes iniciales (con sus respectivas temperaturas) es prácticamente nula.

La evolución desde formas relativamente senci-llas de vida, como los organismos unicelulares, has-ta formas tan complejas como el propio ser humano, con capacidad intelectual –aunque cueste creerlo, en ocasiones–, implica en términos de física una desco-munal reducción de la entropía . Según esto, ¿la apa-rición de vida y su posterior evolución contravendría la Segunda Ley ? No, necesariamente; en realidad, el que la “cuenta de resultados” de la entropía univer-sal siempre tenga que ser positiva, no quiere decir que cada uno de los eventos que suceden en el uni-verso tengan que tener un carácter incrementador de

entropía o de desorden. Basta con que la suma total la tenga. Se supone que la evolución de la materia en forma de vida inteligente y sentiente es una for-ma de reducción entrópica, que deberá ser compen-sada de alguna manera en el resto del universo. Pero ¿qué significa orden ? Este término es utili-zado en multitud de áreas de conocimiento con acep-ciones diversas, hasta el punto de que el Diccionario de la Real Academia Española refiere 19: colocación de las cosas en el lugar que les corresponde; concier-to, buena disposición de las cosas entre sí; regla o modo que se observa para hacer las cosas; serie o su-

cesión de las cosas; relación o respecto de una cosa a otra…En todas ellas, sin

embargo, destaca la nece-sidad de un observador que interprete lo obser-vado y, por tanto, ob-tenga información. Es decir, los pro-cesos irreversi-bles, caracteri-zados por un fuerte incre-mento de la

e n t r o p í a , implican… una drásti-ca pérdida de i n f o r -mación.

Imagine el lector la rotura de una copa de cristal en múltiples y pequeños pedazos. La segunda ley nos dice que es imposible que la copa se restaure de for-ma espontánea, con lo cual no solo hemos perdido nuestra copa sino la información correspondiente a su consistencia, volumen, forma, etc. Es decir, la evolu-ción temporal de un proceso irreversible nos roba in-formación (siempre que no hayamos tenido la previ-sión de registrar los datos antes del proceso). No resulta fácil aceptar que la evolución temporal pueda asociarse con una disminución de la informa-ción. Nuestra experiencia humana nos dice claramen-te que la historia implica una acumulación creciente de información (entre otras cosas). Y, sin embargo, la realidad nos impone una fuerte restricción, en forma de incertidumbre, para conocer el pasado; una incerti-dumbre incluso mayor que para prever el futuro. ¿Es más fácil ser futurólogo que historiador? Me temo que, a grandes rasgos, así es. Lo cual no quiere decir que los futurólogos (léase economistas, políticos, tertulianos y otra gente de mal vivir) sean más fiables que los historiadores académicos. Todo lo contrario; yo confío mucho más es un historiador que documen-ta y argumenta con rigor su análisis del pasado, que en la mayoría de los expertos que pronostican nuestro futuro (y, sospechosamente, casi nunca predicen el su-yo). Lo que afirmo es que los historiadores (serios) lo tienen mucho más difícil que los modernos profetas . ¿Pero por qué es más fácil predecir el futuro que conocer –y peor aún, interpretar– el pasado? Para in-tentar contestar a esta cuestión, le ruego al lector que haga un sencillo experimento mental. Aunque se trata de un problema de física, no es necesario, ni mucho menos, que sea un maestro en la materia. Permítame que me explique.

Imagine una habitación perfectamente aislada del exterior (es decir, sin posibilidad de intercambio de energía), de 2 x 2 x 2 m, es decir 8 metros cúbicos (primer dato) conteniendo aire a 20º C de temperatu-ra (2º dato), a presión atmosférica (1 atmósfera; 3º da-to), con una bañera conteniendo 100 litros (4º dato) de agua a 40º C (5º dato), a la que se añade en un mo-mento determinado (tiempo t=0 h) 10 kg (6º dato) de hielo a -5º C (7º dato). Suponga el lector que transcu-rridas 100 horas desde entonces (t=100 h; primer re-sultado), el hielo se ha fundido totalmente y el agua de la bañera ha alcanzado una temperatura de equili-brio con el aire de 25º C (2º resultado), manteniendo la misma presión del aire (1 atmósfera; 3º resultado). En resumen, hemos partido de valores específicos (datos) para 7 variables (despreciando cualquier otra posible variable debido al perfecto aislamiento de la habituación: esta es una de las ventajas que tienen los problemas teóricos) y hemos llegado a 3 resultados: la temperatura de equilibrio y el tiempo transcurrido has-ta alcanzarla, y la presión del aire (que en este caso es la misma que la de partida). Como la habitación está perfectamente aislada, sigue habiendo la misma canti-dad de agua y de aire que al principio (t=0). Los resultados concretos mostrados son ficticios (ya que el autor es un perezoso irredento) pero podrí-

P

de Rebotica de Rebotica

LIEGOS LIEGOS 16

LA REALIDAD BAJO LA ALFOMBRA

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