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de Rebotica de Rebotica

LIEGOS LIEGOS 14

Alegoría de la gloria:

todo se hizo en lo que dura un credo. Avila tan lejana, ya imposible; la Encarnación un grito de campanas. Alba del río, Alba blanca, Alba de sacristía con sagrario. Alba de encaje que el ocaso encasulla revestida de rojo.

Alba de Tormes con su puente de oro y la torre bocabajo desmayada en el agua. Alba de plata oscura, de palomas en vuelo y del último día.

Los azules de la tarde

aún temblaban camino de los sueños, azules impensados que nadie tuvo nunca. Incólumes. Lejanos.

Recién nacidos casi.

Venidos de la mano de quien tan alto llega.

Aquel flujo de sangre de Teresa, cerbatana del Tránsito, parecía una capa bermeja bordeada de armiño muy blanco. O salto de vida suspendido, y rueda de sueño que desata transparentes palomas que ya nunca beberán de su nombre, que ya nunca

soñarán sobre su corazón desnudo.

Se iba encrespando el agua en los arroyos, octubre se asomaba a los cristales sacudiendo la ira de su lluvia en el diario de las hojas caídas.

Pero Ana de san Bartolomé, santificada en la blancura,

vestida de enfermera por los ángeles, con un hábito intacto,

vio llegar el milagro de la mano del sueño con los ojos cansados y después se quedó sin sentido.

Una nube de incienso invadía la celda. La Trinidad gloriosa en su alma descalza se hizo cabecera, cielo ardiente, y cuidado amoroso

al tiempo que el Cristo de Teresa ya sin manos amantes, se fue de la madera para hacerse Dios vivo.

Los bienaventurados propalaban los salmos que cantara la santa en latín miserere y los ángeles sin cuerpo,

con sus cítaras mudas por respeto a la sangre, iban plegando el alma de Teresa como una inmensa sábana, como una mancha roja que alegaba la muerte.

Todo aquello lo soñara despierta Ana blanca,

Ana lucero de la tarde,

postrera imagen de la luz vespertina en lo que dura un credo.

Eran casi las nueve de la noche. La señal de la muerte de Teresa era un rayo incesante que encendía los campos y recordaba las fundaciones: Avila, Malagón, Salamanca, Pastrana, Valladolid, Granada, Beas de Segura…

Se oían por la calle los rumores de pasos en cuadrilla retardados de los bizarros alguaciles. Era la hora de la ronda, la hora en que las novicias se persignan en mitad de la sombra, despabilan las velas

y arropan sus cuerpos con balleta de anjeo.

Los últimos pecados de Teresa, perdonados por supremo decreto,

dormitaban para siempre en el pecho contrito del padre Gracián. Y una paloma blanca, con un descaro tierno, se posó en el alféizar.

“ Se me mostró el Señor con toda majestad y compañía de los bienaventurados sobre los pies de su cama, que

venían por su alma. Estuvo un credo esta visión gloriosísima, de manera que tuve tiempo de mudar mi pena

y sentimiento en una grande resignación y pedir perdón

al Señor y decirle: Señor, si Vuestra Majestad me la quisiera dexar para mi consuelo, os pidiera yo, ahora que

he visto su gloria, que no me la dexéis un momento acá. Y con esto expiró.”

Margar i ta Ar royo

XVI premio Santa Teresa

XVI premio Santa Teresa

Hora de la verdad

(Visión de Ana de san Bartolomé en la muerte de Teresa de Jesús.)

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