Revista Pliegos de Rebotica - Nº 145 - Abril/Junio 2021

14 Pliegos de Rebotica 2021 L L e resultó muy sorprendente recibir aquella llamada. El oficial explicó en pocas palabras el motivo. Solicitaba su asistencia a una reunión en la que, ya desde aquel primer momento, era consciente de su total intromisión. “¿Intromisión? Sí, seguro que sí”, se repitió varias veces antes de la fecha marcada. Pero la decisión no era suya sino, sorprendentemente, de aquella señora con quien se había encontrado tantas veces en el gimnasio. De nada sirvió expresar sus dudas sobre la posibilidad de confusión respecto a su persona, los datos que el notario había recibido lo habían llevado a dar con ella. Él estaba seguro de haber acertado y ella, al fin, de reconocer en aquella “Teresa” el sorprendente origen de la convocatoria. mmmmm Asistir a aquella cita notarial no le resultó un simple trámite.Tampoco saber del fallecimiento de Teresa. Pero parecía ser ella la única que contemplaba la escena como parte, dolorosa, claro que sí, de una despedida.Algunas miradas descaradamente inquisitivas y ciertos murmullos de desaprobación creaban un ambiente educadamente hostil por parte de los familiares. El notario se entretuvo con ellos el tiempo justo de leer el testamento. –Ana Rolás Terane… –leyó el funcionario público en la escritura mientras asomaba la mirada por encima de unas gafas de presbicia moderada y tendía un sobre americano a Ana. –¿Tengo que abrirlo? –preguntó ella con una media voz, sabedora de que las miradas de los familiares de Teresa convergían, duras y poco amigables, sobre el blanco amarfilado de aquel envoltorio de cuya existencia lo desconocían todo. –No. De hecho la voluntad de Teresa fue que usted lo recibiera para ser abierto fuera de esta sala –aclaró el notario esbozando una media sonrisa. mmmmm Contuvo la curiosidad hasta llegar a su casa y sentarse bajo la luz del ventanal que daba a la alameda. Era consciente del respeto que le merecía aquella letra inclinada, organizada y firme, que seguramente pertenecía a Teresa. Recordaba bien a aquella mujer morena, de estatura media, mirada vivaz y gesto afable que, sorprendentemente, se mostraba siempre ávida de poner a prueba su capacidad física, a pesar de sus… ¿cuántos?...incalculables años. Abrió con cuidado el sobre y extrajo una cuartilla doblada en dos. El grueso gramaje del papel y su calidad indicaban una elección esmerada. En la nota apenas figuraban una dirección y un nombre. Resultaba obvio que lo escaso del contenido de la misiva tenía una conexión directa con esa tarjeta plástica en blanco que la acompañaba. “Tal vez necesite esa cerveza que siempre quedó pendiente, extraña Teresa”, se dijo por fin en voz alta. Aquella noche le costó dormirse. Giraban en su cabeza imágenes del gimnasio, interludios de las clases y conversaciones en el vestuario. No le resultaba fácil asumir que no se verían más porque ella, sencillamente, había muerto. Qué dura le resultaba esa palabra. Eran muchas las incógnitas acerca de una vida de la que desconocía casi todo, y aún más las abiertas por la existencia de esa carta, que no tenía idea de adónde la conduciría. Resolvió dejar libre de obligaciones la mañana siguiente y apenas estuvo lista se encaminó a la dirección indicada. Encontró el portal y Mª Ángeles Jiménez Una herencia muy causal

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