Revista Pliegos de Rebotica - Nº 144 - Enero/Marzo

tarde de verano, vigilado por el volcán que todavía no había lanzado su fuego asesino. El sol mediterráneo se detenía un instante mientras duraba el espejismo de mi fusión amorosa con una bella napolitana, arrobado, herido por la mirada de sus pupilas enamoradas, que sembrando los dones de su gracia me mostraba el camino hacia la felicidad. Pero la posesión de otro ser es siempre imposible. La mujer siempre ausente, deseada, imaginaria, se difuminaba para quedarse en una sombra que lentamente se desvanecía. Pero la unión con el otro, que por unos momentos deja de ser otro para trascender, para sacarte del encierro y la condena de tu individualidad, es una huída de la muerte que va creciendo dentro de ti, silenciosa. Solo el dulce choque de la carne, su fuego brillante, ilumina la penumbra, aleja el final.Yo no quería renunciar al ideal, ser solo “ memoria de una piedra sepultada entre ortigas ”, como cantó Luis Cernuda. Aunque la realidad siempre se impone, con su espejo cruel que nos retrata, y nos expulsa de las moradas de ignorancia en las que deseamos habitar. La realidad vence al deseo que queda “ disuelto en niebla ”, como dijo el gran poeta. Las impalpables ensoñaciones no alumbran la opacidad y nos encierran todavía más en la soledad inviolable. La inutilidad de las rutinas, de los ritos absurdos diarios con que nos entretenemos, incluso la voluptuosidad de las pequeñas infracciones, nos conducen solo a la intrascendencia, recortando nuestra figura, nuestra personalidad, en un fondo de tinieblas. Reconociéndonos en las cosas insignificantes de la vida, en lo efímero, nos convertimos solo en una imagen, en una recreación del pensamiento de otros. Sin concreción propia, nuestras artimañas para sobrevivir son una agitación para conseguir la calma, la calma que solo es la aceptación del infortunio. En el reino de las sombras, entre mortuorios fantasmas, vamos buscando a nuestra Eurídice. Es la ausencia de felicidad lo que alarga los días. Los momentos vacíos se suman a otros, se prolongan. La vida calla y los afectos que hemos perdido estremecen nuestra soledad. El pasado oculto que nos proporcionó el placer delicioso fue solo brevedad ilusoria, limitada, extinguida. Solo la poderosa alegría evidencia la dicha y vence a la ansiedad, al miedo. El torbellino de pasiones removidas, la atracción de un instante, no sobreviven en la memoria, se apagan como espíritus en la ruina del gran edificio del recuerdo. Quisiéramos que fueran más persistentes, más intensas en su debilidad, sin doblegarse con el paso del tiempo a pesar de su inmaterialidad, que adquirieran forma y solidez para volver a gozar de su recuerdo. Si muero sin darme cuenta, sin riesgo de lágrimas, será mejor cuando las flores embalsamen las noches de primavera, cuando los gritos de los pájaros aumenten el silencio final, cuando la palidez de mi frente busque el camino que yo había perdido hacía mucho tiempo. La Parca, indolente, altiva, concienzuda, desdeñará la parte más profunda de mi vida, a las personas amadas y ya desaparecidas, enviando al olvido para que se desequen, todas mis sensaciones. Pero la voluptuosidad de esperar a la muerte, de comprender por fin su sentido, de revelar la belleza oculta del momento del adiós, compensa el lado oscuro de este envés de la vida que pisotea la queja, que no tiene conmiseración ni enternecimiento con el sufrimiento, como la gran serpiente que silba antes de devorarte. Pero el esplendor de la mano inmóvil que te acaricia, del rostro aguzado que te mira con amor, rememora el frescor transparente y frágil de los días hermosos, del esplendor de la luz, de la alegría de la carne, de las emociones que hicimos nuestras y cuyo recuerdo durará eternamente. El deseo de escapar de la cárcel inmóvil, del caparazón de nuestro cuerpo a veces monstruoso, de acceder a un mundo desconocido exterior que no alcanzaremos jamás, que borre la mediocridad cotidiana, en el que vibre el encanto del sueño y en que las horas pasen límpidas, mágicas, queda segado bruscamente por un amargo despertar. El tormento estéril y delicioso del ideal, que agranda el espíritu en espesor y en volumen, que produce un flujo melódico que desvela la belleza oculta, es solo una percepción endeble, el sueño vano de la vida que mezcla deseo y desesperación. Si la nostalgia es la tristeza que se hace más leve, no nos la arrebatarán en la larga espera. n 8 Pliegos de Rebotica 2021

RkJQdWJsaXNoZXIy MTEwMTU=