Revista Pliegos de Rebotica - Nº 144 - Enero/Marzo

Rumbo Largo (caja amarilla de 16) en época de exámenes. Las ninfas del tabaco te obstruyen las coronarias; pero superas el parcial. ¿Te cojo un cigarrillo? Paso de invitarte; disculpa, Beatriz. Estaba permitido fumar en las aulas; ya éramos adultos. Por eso podíamos traer un atlas de cirugía comprimido en una cajetilla de 16 extralargos, a cambio, eso sí, de aspirar todo el insecticida, el monóxido de carbono y el ácido cianhídrico que flotaban en el aire como una gasa inmóvil. Si aceptabas el humo podías superar la prueba sin necesidad de emborronarte las ligas como mi compañera de curso. Sin pasarte el parcial dándole a las medias, a la cinta elástica, al doble recosido de papeles: ¡para quieta, Bea, por Dios! De repente unas piernas portentosas. Es mi turno. El presente se desploma y la incertidumbre comienza a latirme en las muñecas. Junto al texto refundido de la ley 28/2005 que regula el consumo de tabaco, frente al corazón de DaVinci y la placa de la puerta, el cirujano especialista acompaña a un hombre en el atardecer de la vida y a una mujer de treinta años rebajados hasta la puerta del consultorio.Y con un gesto indica que sí, que adelante, que me toca a mí, que tome asiento. –Por favor, Eugenio, siéntese –toma el sobre cerrado, la documentación confidencial que le entrego y separa el electro, mi vida al completo en un gráfico continuo narrada por un corazón maltratado.Al doctor que años atrás me practicara la doble derivación coronaria se le escapa una mirada carcomida de preocupaciones.Algo lee en el electro que no le convence. –No descarto hacerle otro cateterismo –la mano me comenzó a temblar en el bolsillo, como si de repente me hubiera entrado todo el frío del mundo. Otra sonda por el muslo hasta el corazón; por favor, por favor, por favor. ¡No!–. Esa onda T negativa, Eugenio, ese ventrículo izquierdo que no le quiere trabajar. Las mismas palabras de hace cinco años. La misma araña ascendiendo por la cicatriz del pecho. La abyecta onda negativa enV5–6.Y en mi memoria, el desfiladero helado del quirófano. La onda que representa la actividad eléctrica de un corazón que el alcohol y el tabaco han machacado. Esa puta onda que una argelina, cuyas caderas zarandeaban la noche desde el cajón de una disco me descompuso para siempre. Una animadora profesional del color de la tierra mojada y niñas tan oscuras como la zona más oscura del local. Se llamaba Jasmine, calzaba un sombrero Bogart hasta los ojos, y cuando desplegaba su baile los hombres no podían sino imaginarla desnuda. Imposible verla de otro modo. Cierras los ojos, aspiras el humo, te la imaginas sin ropa y los dejas escapar muy lentamente; al humo y a ella. Por eso le daba la espalda y me mataba a fumar. Porque examinar su cuerpo era imaginarla sin nada. Encendía un cigarrillo tras otro y mientras ella bailaba yo me maltrataba las arterias con el plomo 210, el radio 226 y toda la colección de sustancias radioactivas procedentes de la combustión del tabaco. Me ponía a soltar humo hasta que la mujer que me trastocó la onda T daba por concluido ese baile suyo cargado de censura.Aparecía a mi lado con la piel mojada aún y se sentaba a la barra, casi sin aliento para hablar.Venía con sed. Levantaba la mano y el chico de la barra llenaba dos copas que mi bellísimo animal nocturno saldaba con vales de cortesía. Luego, en su apartamento, añadía a la sed su compulsión por el tabaco. Necesito fumar. Caladas de tabaco y mucho alcohol. Los auténticos rebeldes envasamos la autodestrucción en nuestro propio organismo. Las argelinas rebeldes, también: yo tengo necesidad de una cigarrilla, si vous plais. En una ocasión nos quedamos sin un cigarrillo y Jasmine me exigió que bajara a la calle.Así que me eché algo encima y salí a la madrugada en busca de una máquina dispensadora que no se quedara con el paquete y las monedas. Bajaba a la aventura, con las arterias contraídas y el pecho silbando por el esfuerzo, un tanto encogido por la certeza de que cuando regresara a la cama la encontraría vacía. No podía creerme que aquella mujer continuara tumbada a mi lado. Pero el olor de su tabaco permanecía allí, esperando mi regreso. O esperando la dosis de nicotina y arsénico a la que estaba enganchada. La dosis de amoniaco, de benceno, de fenol, de metanol, de lo que sea con tal de escapar del mono de la abstinencia. Le echó una 23 Pliegos de Rebotica 2021

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